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Una de las principales críticas que nos hacen a los liberales es nuestra supuesta indiferencia ante los pobres. Esta percepción nace del hecho de que los liberales nos oponemos a gran parte del llamado “gasto social” del Estado. Para nosotros, en lugar de regalarles cosas a los pobres, el Estado debería facilitar que estos puedan trabajar y salir adelante mediante sus propios medios. En resumen, es la parábola de que en lugar de regalar pescado, hay que enseñar a la gente a pescar. Esto no significa que los liberales nos opongamos por completo a toda ayuda social. Friedrich Hayek, premio Nóbel de economía y uno de los principales exponentes del liberalismo en el siglo XX, enfatizaba la necesidad de que el Estado brinde una “red de protección social” para aquella gente que no puede valerse por sí misma. Milton Friedman, otro Nóbel de economía, promulgó la idea de un “impuesto de renta negativo” mediante el cual la gente que gana por debajo de un nivel mínimo de ingreso recibe una transferencia del Estado en lugar de pagarle impuestos a éste. Sin embargo, en todos estos casos, la ayuda estatal debe ser la excepción, no la regla.

En Costa Rica hemos apostado por un abotagado Estado Benefactor que, según el último estimado, comprende 44 programas contra la pobreza llevados a cabo por 24 instituciones públicas y que en el 2010 gastó aproximadamente $976 millones, o el equivalente de 2,2% del PIB. Este Estado de Bienestar se ha convertido en un artículo de fe de la clase política costarricense. Cada campaña electoral nos trae la promesa de un nuevo programa social. Oscar Arias nos trajo “Avancemos”. Laura Chinchilla la “Red de Cuido”. Cualquiera que ose proponer la eliminación de uno de estos programas o a tratar de racionalizar el gasto es rápidamente acusado de ser un desalmado “neoliberal”.

¿Está funcionando todo este gasto social? Las estadísticas no mienten. Costa Rica lleva casi dos décadas en que el nivel de pobreza no baja del 20% de la población. Más bien en los últimos 3 años ha experimentado un ligero aumento. Y hoy El Financiero reporta que Costa Rica es el segundo país en América Latina donde más ha crecido la desigualdad en la última década. Docenas de programas estatales y cientos de miles de millones de colones en gasto social no están haciendo mella en el nivel de pobreza que ostenta el país. ¿Nos sorprendemos? En lo absoulto. En diciembre un informe de la Contraloría señaló que el Estado no sabe en qué se está gastando toda esa plata destinada a la lucha contra la pobreza. Ana Isabel García, ex viceministra de Desarrollo Social, afirma que “No hay manera de saberlo. Costó dos años determinar que había 44 programas. Pero nadie sabe si la ayuda llega a quien lo necesita, ni si esa ayuda hace bien”. Mientras tanto, la pobreza en Costa Rica permanece incólume y la desigualdad va en aumento.

Mi diagnóstico es simple: En Costa Rica tenemos una clase gobernante a la que le interesa que los pobres estén inscritos en las planillas del IMAS (Instituto Mixto de Ayuda Social) en lugar de que salgan adelante honradamente mediante el trabajo. Una razón puede ser que estos políticos ven condescendientemente a los pobres como gente inútil que no puede ganarse el sustento por sí solos y necesita ayuda. Otra teoría más cínica (y creo que más realista) es que a la clase política le interesa contar con un segmento importante del electorado que dependa del asistencialismo y, por ende, sea susceptible al clientelismo.

El Estado es el principal agente empobrecedor en nuestro país: Les encarece los alimentos básicos a los más pobres mediante el proteccionismo agrícola. Les dificulta poder ganarse su sustento mediante mil y una regulaciones que les imposibilita poder ponerse un negocito. Les licúa sus ingresos a través de la inflación. Les niega un título de propiedad sobre los terrenos que habitan. El sistema mercantilista que Costa Rica ha adoptado de 1985 a la fecha ha generado un crecimiento anual promedio de la economía del 4,7% sin que la pobreza baje del 20% desde 1994 y con una desigualdad en crecimiento. No hay que ser brujo para llegar a la conclusión de que los beneficios de este crecimiento no están llegando a las clases más desfavorecidas.

La interrogante radica en cómo hacer para que los pobres se beneficien del crecimiento de la economía. La respuesta de las autoridades es que debemos gastar más en programas sociales y para eso necesitan más impuestos. Los liberales sostenemos que la mejor manera de ayudar a los pobres es permitirles que salgan adelante por sus propios medios sin tanta traba por parte del Estado. La evidencia es contudente en que aquellos que defienden el Estado de Bienestar lo hacen más basados en un acto de fe que en resultados concretos.

¿Quién regula a los reguladores?

Publicado por Javier Paz

Si por los burócratas fuera, los tentáculos del Estado llegarían a cada rincón de nuestras vidas, regulando, supervisando, controlando todo para alcanzar un mundo mejor. Lo curioso, lo irónico es que el mismo Estado que regula las actividades de otros, cuando es comparado precisamente con aquellos a quienes regula, resulta ser el peor de todos. Me explico mediante ejemplos.

Por regulación estatal, los bancos en Bolivia no deben permitir que una persona espere más de media hora para ser atendida, caso contrario puede presentar una queja. Lo curioso es que no existe institución estatal donde uno haga una cola menor de media hora. Ir a Tránsito, Identificación, Ministerio de Trabajo, Caja de Salud o a Migración requiere sacrificar medio día sin trabajar. Y mientras en los bancos uno espera adentro con aire acondicionado y en cómodas sillas, con el Estado uno espera afuera, parado y no tiene a quien quejarse.

Mientras los colegios y universidades privados producen las mentes más brillantes del país, los empresarios más productivos, innovadores y generadores de fuentes de trabajo, en los colegios fiscales apenas aprenden a leer y escribir y no se puede soñar con que los jóvenes salgan con nociones de cálculo diferencial, idioma inglés o siquiera un nivel de redacción y comprensión aceptables. Y sin embargo es el Estado productor de colegios y universidades mediocres el que impone normas y regula la actividad de la educación privada. En la salud sucede algo similar.

Mientras que al Estado se le ocurre poner un ingenio azucarero donde no hay caña o hacer inmensas fábricas de leche donde no hay vacas, despilfarrando así millones de dólares del dinero de todos, los productores arriesgan sus capitales para producir la leche y el azúcar que alimentan al país, cuando les va mal pierden su propio dinero, y no el dinero ajeno y cuando ganan reinvierten, incrementando la producción y generando más fuentes de empleo. Y sin embargo es el Estado, campeón de la ineficiencia, quien regula y controla a los productores.

Y el Estado que regula a los demás, resulta ser el más chambón de todos, el que peor servicios brinda, el que más caro cobra por sus productos, el que más tiempo hace perder a sus usuarios, el que más errores comete, el que hace los peores negocios. Y cuando uno ve esto, se da cuenta que el Estado regulador es similar a un pirómano encargado del departamento de bomberos o a un pillo como jefe de policías. Entonces vale preguntarse ¿quién regula a los reguladores?

El gobierno del Partido Popular aprobó el pasado viernes una injusta y contraproducente subida de impuestos, propia del peor Zapatero. Su justificación la encontró en la desviación extraordinaria del déficit público para este año, del 6 al 8% del PIB: resultaba imprescindible incrementar los gravámenes del IRPF (Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas) para compensar el ensanchamiento de ese agujero. ¿Seguro? ¿Acaso no había otras partidas de las que recortar antes de subir impuestos?

Echemos algunas cuentas. Con la estocada tributaria, los de Rajoy esperan recaudar unos 6.200 millones de euros, cifra a la que se añade una minoración del gasto público de 8.900 millones. En total, pues, 15.100 millones de reducción del déficit, lo que dejaría éste en el 6,5% del PIB, dos puntos por encima del 4,4% comprometido para finales de año.

La cuestión es, por consiguiente, si podemos alcanzar ese 4,4% sin subir los impuestos. Y la respuesta es que sí, se puede; pero falta voluntad política. A continuación les dejo un desglose de las partidas de los presupuestos generales del Estado de 2011 que podrían eliminarse y que permitirían reducir los gastos de la administración central en cerca de 32.000 millones. Con este recorte, el déficit público quedaría en el 5% del PIB, sólo seis décimas por encima del objetivo para este año.

Sin embargo, hay que tener en cuenta que esta reducción del gasto afectaría sólo al Estado central: si realizáramos un ejercicio parecido en las comunidades autónomas —donde el incumplimiento de los objetivos del déficit ha sido mayor—, el ajuste podría ser muy superior, lo que probablemente nos dejaría cerca del compromiso del 3% de déficit para 2013.

Nótese, además, que he sido extremadamente conservador en los recortes. Para no herir sensibilidades, no he recortado la remuneración general de los empleados públicos ni el mal llamado gasto social (las únicas excepciones son el Plan de Empleo Rural —PER— agrario y la ingente rúbrica de los cursillos de formación de los desempleados, monumento a la ineficiencia y el despilfarro). También he optado por no tocar lo que se consideran funciones nucleares del Estado (justicia, seguridad y defensa). Eso no significa que no crea que, en un momento crítico como el actual, no hubiese que proceder a una revisión profunda de todas estas partidas: por ejemplo, rebajando un 10% la remuneración a los empleados públicos, reduciendo en un tercio su número e instaurando copagos en sanidad y la enseñanza no obligatoria y reformando la prestaciones por desempleo para acortar su duración (por supuesto, de la mano de una reforma laboral de verdad que permita una progresiva reocupación de los cinco millones de parados).

Más bien, lo que intento probar es que únicamente eliminando la grasa más escandalosa de la administración central, en forma de subvenciones, planificación de la producción y organismos públicos innecesarios, podríamos haber logrado, sin subidas de impuestos, una reducción del déficit más de dos veces superior a la que salió del pasado Consejo de Ministros. En su lugar, el PP de Mariano Rajoy ha preferido castigar y perseguir a la economía privada con tal de minimizar el adelgazamiento de un entramado estatista cada vez menos justificable y sostenible.

Aquí les dejo mi propuesta de recortes con respecto a los presupuestos generales del Estado de 2011. Obviamente, no es necesario estar de acuerdo con toda ella para reconocer que hay un margen enorme para reducir el gasto sin necesidad de subir todavía más los impuestos. Tampoco es necesario defender que la rebaja del gasto deba ser permanente o total, sino sólo temporal (como temporal es, según nos cuentan, la subida de impuestos) y parcial para atajar el déficit sin subir impuestos.

Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación: 2.085 millones

  • Cooperación para el desarrollo: 1.971 millones.
  • Cooperación, promoción y difusión de la cultura en el exterior: 114 millones.

Ministerio de Economía y Hacienda: 1.477 millones

  • Incentivos regionales a la localización industrial: 179 millones.
  • Seguros de crédito a la exportación: 280 millones.
  • Servicios de transporte de ministerios: 47 millones.
  • Transferencias a RTVE: 631 millones.
  • Aportación patrimonial al ICO: 340 millones.

Ministerio del Interior: 127 millones

  • Financiación de partidos políticos: 127 millones.

Ministerio de Fomento: 5.262 millones

  • Dirección y servicios generales de vivienda: 18 millones.
  • Promoción, administración y ayudas para rehabilitación y acceso a la vivienda: 1.126 millones.
  • Subvenciones y apoyo al transporte terrestre: 214 millones.
  • Subvenciones y apoyo al transporte marítimo: 84 millones.
  • Subvenciones y apoyo al transporte aéreo: 344 millones.
  • Subvenciones al transporte extrapeninsular de mercancías: 40 millones.
  • Adquisición de participaciones de la sociedad estatal de infraestructura y transporte terrestre: 799 millones.
  • Aportación patrimonial a ADIF: 574 millones.
  • Inversiones ferroviarias: 1.022 millones.
  • Inversiones en nuevas carreteras: 1.041 millones.

Ministerio de Educación: 107 millones

  • Nuevas tecnologías aplicadas a la educación: 107 millones.

Ministerio de Trabajo e Inmigración: 8.098 millones

  • Fomento de la inserción y estabilidad laboral: 7.322 millones.
  • Desarrollo de la economía social y de la responsabilidad social de las empresas: 6 millones.
  • Subsidio de desempleo para eventuales del Régimen Especial Agrario: 750 millones.
  • Sindicatos y patronal: 20 millones.

Ministerio de Industria, Turismo y Comercio: 5.935 millones

  • Desarrollo industrial: 585 millones.
  • Reconversión y reindustrialización: 704 millones.
  • Desarrollo alternativo de las comarcas mineras del carbón: 145 millones.
  • Explotación minera: 657 millones.
  • Promoción comercial e internacionalización de la empresa: 591 millones.
  • Coordinación y promoción del turismo: 623 millones.
  • Apoyo a la pequeña y mediana empresa: 156 millones.
  • Infraestructuras en comarcas mineras del carbón: 289 millones.
  • Investigación y desarrollo tecnológico-industrial: 407 millones.
  • Investigación y desarrollo de la Sociedad de la Información: 369 millones.
  • Innovación tecnológica de las telecomunicaciones: 721 millones.
  • Transferencias al Instituto para la Reestructuración de la Minería del Carbón y Desarrollo Alternativo de las Comarcas Mineras: 688 millones.

Ministerio de Ciencia e Innovación: 5.498 millones

  • Investigación científica: 682 millones.
  • Fomento y coordinación de la investigación científica y técnica: 2.139 millones.
  • Investigación y desarrollo técnico-industrial: 2.426 millones.
  • Investigación y experimentación agraria: 79 millones.
  • Investigación oceanográfica y pesquera: 60 millones.
  • Investigación geológico-minera y ambiental: 26 millones.
  • Investigación energética, ambiental y tecnológica: 86 millones.

Ministerio de Medio Ambiente, y Medio Rural y Marino: 388 millones

  • Competitividad y calidad de la producción agraria: 53 millones.
  • Competitividad y calidad de la producción ganadera: 135 millones.
  • Programa de desarrollo rural sostenible: 200 millones.
  • Ministerio de Cultura: 391 millones

  • Cooperación, promoción y difusión cultural en el exterior: 17 millones.
  • Promoción y cooperación cultural: 54 millones.
    Promoción del libro y publicaciones culturales: 14 millones.
    Fomento de las industrias culturales: 30 millones.
    Música y danza: 107 millones.
    Teatro: 56 millones.
    Cinematografía: 113 millones.

Miscelánea: 2.398 millones

  • Imprevistos y funciones no clasificadas: 2.063 millones.
  • Subvenciones y apoyo al transporte terrestre: 335 millones.

Este artículo fue publicado originalmente en Libre Mercado (España) el 2 de enero de 2012.

Sobre deudas, quiebras y estafas

Publicado por Javier Paz

Quiebras como las de Lehman Brothers o estafas como la de Bernie Madoff y Enron demuestran que el sistema de libre mercado no es perfecto. Pero se requiere una miopía monumental para suponer que empoderando al Estado se corrigen sus imperfecciones. Sin lugar a dudas que la quiebra de una empresa es traumática, principalmente para quienes obtienen algún beneficio de ella, ya sea como empleados, accionistas, clientes o proveedores. Pero mucho más traumático es cuando quiebra un Estado. Las consecuencias de la quiebra de Lehman Brothers, con todo lo traumáticas que fueron, no se comparan con las consecuencias de las insolvencias de los gobiernos de Grecia, España o Italia.

Bernie Madoff perpetró el mayor fraude financiero en la historia de EE.UU. ocasionando pérdidas de entre $10.000 y $20.000 millones. Los Kirchner confiscaron $30.000 millones de las pensiones de todos los argentinos y el corralito argentino del 2001 no puede no ser calificado como una estafa estatal. La inflación es uno de los impuestos más regresivos que existen, castigando más a los más pobres. El gobierno de Hugo Chávez, a contracorriente de su retórica, tiene la inflación más alta de las Américas, efectivamente estafando todos los días a sus ciudadanos a través de la política monetaria. Las experiencias de endeudamiento e hiperinflación de América Latina durante la década de los ochenta son una interesante lección sobre las incontinencias del Estado. Bernie Madoff, con toda su malicia no causó tanto daño como la hiperinflación boliviana ocasionada por filántropos y bien intencionados burócratas. Madoff hoy cumple una condena en prisión por sus delitos; ni Cristina Fernández, ni Hugo Chávez ni los bienintencionados burócratas bolivianos de los años ochenta lo acompañan, a pesar de que sus estafas son mayores.

EE.UU. es uno de los países más pujantes e históricamente más responsables en cuanto a la administración de sus finanzas públicas, sin embargo su deuda pública ronda los $15 billones (15 seguido de 12 ceros), alrededor de 100% del PIB. Es decir que EE.UU. viene manejando sus finanzas públicas tan irresponsablemente como cualquier país africano. Y no tenemos que olvidar que la burbuja inmobiliaria que desencadenó la crisis fue auspiciada en gran parte por su gobierno a través de su política monetaria (culpa de la Reserva Federal) y sus agencias hipotecarias Fannie Mae y Freddie Mac.

Y ni hablar de la mayor estafa de todas, la de gobiernos como el de China, la Unión Soviética y Cuba que, a nombre del bienestar social, hicieron (Cuba y China todavía lo hacen en distinto grado) de sus territorios cárceles gigantes, privando a sus pueblos de libertad para expresarse, para desarrollar iniciativas privadas, para trasladarse libremente, para aprovechar los avances tecnológicos, para generar riqueza al margen del Estado, para buscar la felicidad por cuenta propia.

Sin lugar a dudas que el libre mercado no está libre de potenciales abusos y estafas (problemas que un buen sistema judicial puede atenuar), pero la historia nos demuestra que estos son ínfimos comparados a los abusos y estafas cometidos por los Estados. Y es casi una constante que a mayor poder del Estado, mayores los abusos y estafas cometidos por sus burócratas.

Los números del nuevo censo de Costa Rica ofrecen datos interesantes e inquietantes. El crecimiento de la población en ese país se ha desacelerado significativamente, por lo que dicha nación cuenta ahora con menos habitantes de lo proyectado: 4.301.712 personas en el 2011. Según el censo, la tasa de fertilidad es de apenas 1,8 hijos por cada mujer, por debajo de la tasa de reemplazo, que es 2,1. De continuar esta tendencia, la población de Costa Rica empezará a envejecer y decrecer en las próximas décadas, lo cual representa todo un desafío para la economía del país. El gobierno debe responder con una política concertada de atracción de inmigrantes.

Pongamos la situación en perspectiva. De acuerdo al nuevo censo, el ingreso per cápita de Costa Rica en términos reales para el 2011 es de aproximadamente $8.792 (ajustado al poder adquisitivo sería más alto). Somos un país de ingreso medio, pero con una tasa de fertilidad de país rico. En términos comparativos, tenemos un ingreso per cápita similar al de Kazakhstán pero con una tasa de fertilidad como la de Suecia. Resulta natural que la tasa de fertilidad de un país disminuya conforme la población se hace más próspera. El problema es que en Costa Rica parece que vamos más adelantados de la cuenta. Usualmente los países durante su historia cuentan con un "bono demográfico", que es un boom en la tasa de nacimientos que luego se traduce en un aumento significativo en la fuerza laboral. Más gente trabajando implica un estímulo para la economía y el desarrollo económico de un país. Si se aprovecha bien, este bono demográfico representa la clave para dar el salto al desarrollo. Si se desperdicia, el bono luego se convierte en un pasivo demográfico conforme el boom pasa y la gente nacida en este empieza a envejecer y a pensionarse.

No he visto las cifras históricas de la población de Costa Rica, pero parece que el bono demográfico ya nos pasó y que ahora que la tasa de fertilidad cayó a 1,8, la población empezará a envejecer, lo cual pondrá más presión sobre el sistema de salud y pensiones de la CCSS (Caja Costarricense del Seguro Social). Más personas de tercera edad significa más requisitos de atención médica. Más pensionados por cada trabajador activo significa que tarde o temprano el sistema de pensiones colapsará (sin tomar en cuenta que al parecer ya está quebrado).

La mejor manera de revertir esta tendencia es incentivando la inmigración. Costa Rica es una nación de inmigrantes. Sin tomar en cuenta los inmigrantes que llegaron al país durante el período de conquista y colonia, a finales del siglo XIX e inicios del siglo XX a nuestras costas llegaron miles de chinos, italianos, alemanes, jamaiquinos, polacos y personas de otras nacionalidades que no solo han enriquecido nuestra cultura sino que también jugaron un papel crítico en el desarrollo económico del país. En las últimas décadas del siglo XX fueron nicaraguenses, colombianos y otros latinoamericanos los que llegaron a establecerse al país.

La inmigración ha hecho de Costa Rica un país más rico en todo el sentido de la palabra. Sin embargo suele levantar sospechas y sentimientos de xenofobia en amplios sectores de la población. Una de las políticas más absurdas de las que tengo memoria fue la imposición de visas sobre los colombianos durante la administración Rodríguez Echeverría (1998-2002). La inmigración colombiana que llegó al país a finales de los noventa e inicios de la década pasada era extremadamente positiva, ya que consistía principalmente de pequeños y medianos empresarios que hoy podemos ver en muchos lugares de San José y Heredia (basta darse una vuelta por los alrededores de la Universidad de Costa Rica y la Universidad Nacional de Heredia, por ejemplo). En lugar de cerrarles las puertas, el gobierno más bien debió haber incentivado a que más familias colombianas emigraran al país. Hoy la emigración colombiana ha mermado, pero Costa Rica bien podría aprovecharse, por ejemplo, de los miles de venezolanos que buscan escapar del régimen autocrático de Hugo Chávez. En México también hay mucha gente que busca huir de la violencia que atormenta a ese país.

Costa Rica debe asumir una política de puertas abiertas con todo aquel inmigrante pacífico que quiera venir a trabajar y a establecerse a nuestro país. Esto no significa eliminar por completo todo control migratorio, sino que implica no cerrar las puertas como lo hemos hecho en el pasado. Los datos del nuevo censo nos confirman que con admitir más inmigrantes no les estamos haciendo un favor a ellos, sino a nosotros mismos.

El “querido líder” de Corea del Norte, Kim Jong-il, ha muerto. No hay prospectos de negociar o implementar un nuevo acuerdo nuclear con Pyongyang en el futuro cercano. La tal llamada República Popular Democrática de Corea (RPDC) probablemente estará sumida en una pugna de poder (en inglés), la cual se podría volver violenta. La mejor política de Washington sería la de mantenerse al margen y observar lo que ocurre.

Luego de su infarto hace tres años, Kim ungió a su hijo más joven (en inglés), Kim Jong-un, como su sucesor (en inglés). Sin embargo, el joven Kim ha tenido poco tiempo para establecerse como el nuevo líder. La anterior transferencia familiar de poder a Kim Jong-il demoró aproximadamente dos décadas. Hay varios potenciales aspirantes a la autoridad suprema en Corea del Norte y las fuerzas armadas podrían ser las que determinen el resultado. 

Algunos observadores esperan que se dé una “Primavera coreana”, pero la población mayormente rural de la RPDC es un ambiente poco probable para el cambio. Las elites urbanas podrían querer una reforma, pero no una revolución. Si hay un Mikhail Gorbachev norcoreano merodeando tras bambalinas, tendrá que moverse lentamente para sobrevivir.

Durante estos momentos de incertidumbre es poco probable que algún funcionario tenga la voluntad o la capacidad de lograr un acuerdo que ceda las armas nucleares de Corea del Norte (en inglés). El liderazgo estará enfocado hacia adentro y es probable que nadie desafíe a las fuerzas armadas, las que se podrían dividir políticamente.

Tampoco es probable que China desempeñe una función útil. Pekín observa el estatus quo como algo favorable. Antes que nada, China probablemente enfatizará la necesidad de estabilidad, y aun cuando podría intentar influenciar el proceso de sucesión, lo haría discretamente. Pero China no quiere lo que EE.UU. quiere, ya que prefiere la supervivencia de la RPDC, solo con más responsabilidad y un liderazgo flexible. 

Washington poco puede hacer durante este proceso. EE.UU. debe mantener su voluntad de dialogar con Corea del Norte. Los funcionarios estadounidenses también deberían hablar con Pekín acerca del futuro de la península (en inglés), explorando las preocupaciones de China y buscando áreas en las que se podría llegar a un compromiso. Por ejemplo, Washington debería prometer que no habrá bases o tropas estadounidenses en una Corea reunificada, lo cual podría calmar los miedos de Pekín acerca del impacto del colapso de Corea del Norte.

Lo más importante es que la administración Obama no debe apurarse a “fortalecer” la alianza con Corea del Sur como reacción a la incertidumbre en el Norte. La República de Corea es muy capaz de defenderse así misma (en inglés). Debería tomar las medidas necesarias para disuadir cualquier aventura de Corea del Norte y desarrollar sus propias estrategias para lidiar con Pyongyang. EE.UU. debería estar retirándose de un costoso compromiso de seguridad que ya no obedece a los intereses estadounidenses.

Kim Jong-il impuso un sufrimiento inconcebible sobre el pueblo norcoreano. No obstante, lo que sigue podría ser todavía peor si una pugna de poderes se convierte en un conflicto armado. Más allá de alentar a Pekín a que utilice su influencia para llevar a la dinastía Kim a su misericordioso fin, EE.UU. puede —y debe— hacer poco más que observar el desarrollo de los sucesos en Corea del Norte.

Las noticias de Corea del Norte dominan la prensa esta mañana, pero me siento obligado a ofrecer unas cuantas reflexiones finales acerca de Irak antes de que las imágenes de los últimos soldados saliendo de ese país pasen a ser algo muy distante en el pasado.

Como el principal autor de la monografía Saliendo de Irak (Exiting Iraq, en inglés), así como también de dos estudios (en inglés) importantes y más artículos de los que podría contar, uno pensaría que yo estaría lleno de alegría porque esta larga guerra finalmente se acabó.

No lo estoy. Mi principal remordimiento es que aquella minoría que se hizo escuchar (en inglés) y trabajó para evitar la guerra fracasó y que aquellos de nosotros que presionamos para que se acabe rápido solo triunfamos con el hecho de que llegó a su fin. Se terminó, pero el fin no llegó rápido.

Los partidarios de esta guerra trataron de presentar a los opositores de la guerra como hostiles a los militares estadounidenses, pero sus esfuerzos han fracasado. Gran parte de los estadounidenses ahora se oponen a la guerra y aún así la gran mayoría de los estadounidenses respaldan a los soldados. Comprenden que la culpa de esta guerra recae sobre los que la promovieron, no sobre los encargados de ejecutarla.

La gran mayoría de los estadounidenses respaldó la guerra en un principio, pero lo hicieron bajo falsos pretextos. Algunos creían que Saddam Hussein estaba conectado a al Qaeda. Otros pensaron que estaba involucrado con los sucesos del 9/11. Otros estaban enfocados en su supuesta capacidad de construir y desplegar armas de destrucción masiva. Pocos, tal vez muchos, estadounidenses creyeron todas estas cosas. Pero cuando estos argumentos dudosos todos fueron descartados, nos quedamos con solamente una justificación —establecer un gobierno representativo en Irak— y esa justificación se quedó corta. Muy pocos estadounidenses creen que el personal de las fuerzas armadas del país no debería estar intentando promover la democracia a la fuerza. Yo sospecho que los partidarios de la guerra sabían esto en todo momento, razón por la cual trabajaron con tanto esfuerzo para promocionar exageradamente la supuesta amenaza que Saddam constituía para el mundo.

Y, en un sentido más general, eso explica el declive precipitado del respaldo a esta guerra. Los estadounidenses se cansaron de la guerra en Irak porque los costos excedían con creces los beneficios y esto hubiese sido cierto incluso si los beneficios hubiesen sido más tangibles (si, por ejemplo, los soldados estadounidenses hubiesen encontrado un gran arsenal de armas nucleares de Saddam en algún túnel).

Los líderes militares sabían que la guerra nunca es barata ni fácil, pero el resto del liderazgo en Washington dijeron al público en general que esta guerra lo sería. Tal vez los ciudadanos comunes deberían haberse dado cuenta y tal vez hubiesen prestado más atención si hubiesen sabido que ellos (o sus hijos e hijas) podrían ser llamados a combatir. Pero las guerras de los noventa no fueron particularmente costosas y la primera guerra post-9/11 parecía en el verano de 2002 haber seguido ese mismo patrón anterior. Por supuesto, la guerra en Afganistán ahora cumplirá su onceavo año.

Aún así, unos cuantos testarudos en Washington se niegan a admitir lo que muchos estadounidenses concluyeron hace mucho. A mi me desmoralizaron mucho los comentarios del Secretario de Defensa Leon Panetta (en inglés) durante este último fin de semana:

“Así de difícil como fue [la guerra en Irak]”, y el costo tanto en vidas estadounidenses como iraquíes, “creo que el costo ha valido la pena, para establecer un gobierno estable en una región muy importante del mundo”, agregó.

Uno podría decir que simplemente estaba desempeñando su rol como Secretario de Defensa. Tal vez creyó que sugerir que la guerra no había valido la pena sería desmoralizador para los soldados e irrespetuoso frente a los sacrificios que ellos han hecho. Pero eso simplemente contribuye a la ficción de que uno tiene que ser anti-militar para poder ser anti-guerra. Lo opuesto está más cerca de la verdad.

Incluso David Frum, uno de los partidarios más entusiastas de la guerra, a quien se le atribuye acuñar el termino “eje del mal” y quien después co-escribió el libro El fin del mal (The End to Evil) admitió (en inglés) en su contestación a una pregunta hipotética que se le hizo a los candidatos republicanos —sabiendo todo lo que sabe ahora”, ¿hubiese respaldado la decisión de ir a la guerra?— lo siguiente:

“No…El mundo es un mejor lugar sin Saddam, pero como ocurre con todo, la pregunta es una de costos y beneficios. Los costos para EE.UU. fueron demasiado altos, los beneficios para EE.UU. fueron muy pocos”.

En 2008, los estadounidenses eligieron como presidente a un hombre que se oponía a la guerra en Irak antes de que esta empezara, y, en el proceso, dejaron a un lado a uno de los principales promotores de la guerra. Aún así al equipo de seguridad nacional del presidente Obama le cuesta expresar claramente lo que es abundantemente evidente: esta guerra fue un error y deberíamos prometer colectivamente rechazar la lógica viciada y la ideología radical que la engendró. Si el equipo de Obama no puede decir eso, ¿qué esperanza hay de que ellos —o nosotros— hayamos aprendido algo de este episodio horrible?

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