No había sido testigo antes de una elección capaz de provocar lágrimas y sumir en la tristeza a muchas personas. Recibí llamadas de personas con la voz quebrada, la televisión tenía periodistas desmoralizados y las redes sociales estaban inundadas con lamentos. La mitad de peruanos llora y la otra mitad celebra el triunfo de Humala. Dentro de la mitad que llora no todos son fujimoristas, no lamentan la derrota de Keiko Fujimori sino que se preocupan por lo que le tocará vivir al Perú con la opción nacionalista. Pienso que habiendo recibido ya la mala noticia, hay que dejar el lamento y aprovechar lo positivo de ese 48% de peruanos que no votaron por Humala, porque esa desconfianza al nuevo presidente es la que nos permitirá construir una ciudadanía vigilante y una oposición fuerte. Corresponde entonces respetar la democracia y el presidente elegido pero conscientes de que debemos vigilarlo.
Ollanta Humala gana con muy poco, en medio de polémicas sospechas sobre su relación —no solo ideológica sino también económica— con el autoritarismo chavista de Venezuela, enfrentando enérgicas denuncias por derechos humanos y sin haber dado garantías que generen confianza para la economía, tal es así que la Bolsa de Valores de Lima experimentó este lunes su peor caída histórica.
Así como la mitad de peruanos están preocupados, la otra mitad está demasiado confiada. Una vez más, a mi criterio, subestiman la propuesta política que ha ganado. Han olvidado de un día para otro que Ollanta Humala no queda santificado por los yerros de su contrincante. Esas mismas personas que hablan de democracia, reivindicación y concertación no se atreven a tan siquiera dudar o poner en tela de juicio que Humala se mostró siempre cercano a esa franquicia autoritaria latinoamericana, con bastantes visos de estrategia militar que viene aplastando y debilitando la sociedad civil en varios países hermanos. Si hablamos de Cuba, conocemos que el gobierno ha oprimido por décadas a sus ciudadanos. Si hablamos de Venezuela, sobran casos de violaciones constantes a la libre expresión, la propiedad privada y las expresiones ciudadanas. Recordemos que Humala nunca quiso responder si en Venezuela había una dictadura.
Continuando con los países, vemos que en Bolivia y Ecuador este modelo se ha ido perfeccionando en la vulneración sistemática de la libertad y la democracia. Yo desconfío y me pregunto, ¿por qué sería distinto el destino en Perú si la agenda autoritaria viene avanzando con éxito y suma un país más a su haber?
Me permito como ciudadana que quiere quedarse en ese país, abrir una esperanza para tener un destino distinto al de los países vecinos, pues mientras todos piden un gabinete confiable en la economía —lo cual me parece una obligación—, no debemos olvidar que es importante el rol de los ciudadanos, es urgente que nos consolidemos como ciudadanos desconfiados y vigilantes del poder.
Mal hacen ahora los que le entregan demasiada condescendencia al nuevo presidente elegido y que anuncian en portadas de diarios que el Perú Ganó, evidentemente un titular así es indolente con el casi 48% de peruanos que los embarga la tristeza de que haya ganado Humala y que sienten que fue realmente el Perú el que perdió.
Por ello, hoy más que nunca debemos estar en alerta y obligando a que el nuevo presidente respete las reglas de la democracia y nuestras libertades. Si bien es cierto, los países latinoamericanos antes mencionados nos muestran cómo avanzan los gobiernos autoritarios en la sumisión de la sociedad civil, nosotros podemos advertir a tiempo los errores de dichas sociedades y corregirlos. Debemos empezar esto ahora. Es el ciudadano quien manda y el gobierno el que obedece. Si Ollanta Humala es el demócrata que dice ser, ante cada paso que intente sabrá respetar pero principalmente temer a una ciudadanía responsable, valiente y vigilante de la democracia.