Una fiesta del progreso humano y la abundancia

Adam Omary nos invita a agradecer por lo lejos que hemos llegado desde la época de los peregrinos.

Por Adam Omary

Resumen: Una conversación familiar sobre la cena de Acción de Gracias refleja siglos de avances extraordinarios. El mismo viaje que antes separaba a las familias durante meses ahora se puede realizar en horas. Una comida que antes era un lujo poco común se ha vuelto muy asequible. Desde la comunicación instantánea hasta la abundancia de alimentos, las comodidades cotidianas nos recuerdan que el ingenio humano ha transformado las dificultades en prosperidad.

Dos semanas antes del Día de Acción de Gracias, mi hermana envió un enlace a nuestro chat familiar. No era un formulario de confirmación de asistencia, sino algo más parecido a una lista de regalos de boda online. En la lista figuraban todos los alimentos clásicos del Día de Acción de Gracias: pavo, jamón al horno con miel, puré de papas, salsa, relleno, salsa de arándanos, boniatos confitados, cazuela de judías verdes, tarta de calabaza y mucho más, cada uno con un espacio para inscribirse y comprometerse a llevar el producto. Esta breve interacción representaba numerosos aspectos del progreso humano, y me detuve a contemplarla con asombro y gratitud.

Por un lado, yo vivo en Boston, no muy lejos de donde se establecieron los peregrinos originales del Día de Acción de Gracias en Plymouth, mientras que mi familia vive en Los Ángeles. La distancia entre nosotros es casi idéntica a la distancia entre Gran Bretaña y el Nuevo Mundo, aproximadamente 3.000 millas a través de tierra en lugar de océano. Sin embargo, la mayoría de los peregrinos nunca regresaron a casa y ni siquiera tuvieron la oportunidad de mantenerse en contacto con el mundo que dejaron atrás. Una carta al otro lado del Atlántico costaba el salario de varios días y tardaba meses en llegar, si es que llegaba a su destino.

Cuando los primeros estadounidenses comenzaron a establecerse en California en la década de 1840, ya se habían inventado las locomotoras y el telégrafo, pero aún no se habían establecido sistemas transcontinentales. La mayoría de los colonos que se dirigían al oeste sabían que se embarcaban en un viaje de ida de muchos meses, con altas tasas de mortalidad y enfermedades. Si lograban mantener algún contacto con sus familias al otro lado del continente, los mensajes tardaban semanas en llegar a través de la diligencia. Incluso el extraordinariamente rápido y caro sistema "Pony Express" (servicio expreso a caballo), con jinetes galopando sin parar a toda velocidad, cambiando de caballos cada 10-15 millas y cambiando de jinetes una o dos veces al día, tardaba 10 días en entregar los mensajes a través del país.

Cuando se estableció la primera línea telegráfica transcontinental en 1861, los mensajes tardaban minutos en lugar de semanas, pero eran extraordinariamente caros: casi el salario promedio de un día por palabra. Los mensajes tenían que ser breves y se reservaban en gran medida para el gobierno, el ejército y los ultra ricos. Sin embargo, una década más tarde, se estableció el primer ferrocarril transcontinental, lo que, con la adopción del franqueo nacional estandarizado, significó que la mayoría de los estadounidenses podían permitirse enviar cartas a todo el país y que llegaran en una semana. Los viajes entre Los Ángeles y Boston se hicieron posibles, pero aún así tardaban semanas y costaban el salario promedio de varias semanas.

La innovación se aceleró aún más durante el siglo XX con la invención y comercialización de los teléfonos y los viajes en avión. En 1950, ya era posible disfrutar del lujo de viajar de una costa a otra en seis horas y comunicarse en tiempo real entre ambas costas. Pero estos nuevos servicios seguían siendo extraordinariamente caros. Los vuelos transcontinentales, tanto entonces como ahora, costaban alrededor de 300 dólares; sin embargo, ajustados a la inflación, un vuelo de 300 dólares en 1950 corresponde a más de 3.000 dólares actuales. Del mismo modo, mientras que los planes telefónicos modernos ofrecen mensajes de texto y llamadas ilimitadas por el equivalente a unas pocas horas del salario mínimo promedio mensual, las llamadas telefónicas transcontinentales en la década de 1950 costaban más de 2 dólares por minuto, o más de 27 dólares por minuto en dólares actuales. Solo en los últimos 30 años, gracias al motor económico del progreso, se ha vuelto asequible para el estadounidense medio llamar a larga distancia durante horas.

Las tecnologías que permiten la comunicación y los viajes de larga distancia han mejorado enormemente desde la época de los peregrinos. Eso por sí solo es motivo suficiente para estar agradecidos. Pero, además de los increíbles supercomputadoras de bolsillo y la infraestructura satelital que hizo posible el mensaje grupal de mi familia, nuestro intercambio insinuó otro avance asombroso que la gente suele dar por sentado: la abundancia de alimentos.

Mi padre creció en un pequeño pueblo palestino del norte de Israel, donde la mayoría de la gente era agricultora. Era uno de nueve hermanos y contaba historias de cómo solo se sacrificaban pollos en ocasiones especiales, y la carne roja era aún más escasa. Una sola ave se repartía entre una docena de personas. "Tenías suerte si te tocaba un muslo", decía mi padre. Todo, desde la alimentación hasta el sacrificio y el desplume, se hacía a mano. Y sin refrigeración, la comida tenía que consumirse de inmediato.

Por el contrario, en los Estados Unidos de hoy en día, la comida es tan barata y abundante que varios familiares pueden ofrecerse a traer un pavo entero. En mi supermercado local, las aves congeladas estaban recientemente a la venta a 0,47 dólares la libra. Un pavo de 15 libras, suficiente para alimentar a una familia, cuesta menos que el salario mínimo de una hora.

Estoy agradecido por este mundo de superabundancia, que ha mejorado nuestras vidas y las fiestas de Acción de Gracias más allá de lo que nuestros antepasados podrían haber soñado. El hecho de que estas interacciones sean tan comunes que se dan por sentadas —comunicarse en tiempo real a través de grandes distancias, volar por todo el país o alrededor del mundo en cuestión de horas, ganar con el salario de un día las calorías suficientes para alimentar a una familia durante una semana— hace que nuestra historia de progreso sea aún mejor.

Este Día de Acción de Gracias, dedique un momento a pensar en cómo ha mejorado la vida desde la época de los peregrinos. La comida en su plato, la tecnología en su bolsillo y la familia que ha viajado largas distancias para estar en la mesa han sido posibles gracias a generaciones de progreso acumulado.

Este artículo fue publicado originalmente en HumanProgress.org (Estados Unidos) el 26 de noviembre de 2025.