Un presidente débil

Juan Carlos Hidalgo considera que no es sano para la democracia costarricense un presidente que muestra debilidad ante los grupos de presión, precisamente cuando el país requiere importantes reformas estructurales.

Por Juan Carlos Hidalgo

La debilidad que proyecta Carlos Alvarado como presidente no es saludable para nuestra democracia, lo cual quedó en cuando se reportó que la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) continúa pagando anualidades de lujo, en contraposición a lo establecido en la legislación estrella del gobierno. De hecho, el jerarca de esa institución lo había anunciado hace meses cuando firmó un acuerdo con los sindicatos sin consultarle al mandatario. ¿Cuál fue la reacción de Alvarado? Contestar a los medios que “debemos cumplir la ley”. Román Macaya no solo no perdió su cargo la semana pasada, sino que tampoco el sueño.

Un presidente débil es una invitación a los grupos de presión para que intenten torcerle el brazo. Según el Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad de Costa Rica, la cantidad de protestas se ha disparado desde mayo del 2018. Para ser justos, hay una explicación favorable para el presidente: su antecesor mantenía una estrecha connivencia con los sindicatos y eso explica que no hubiera más huelgas en su período.

Pero Alvarado se ha ido al otro extremo en su lectura de los hechos, declarándose el presidente más reformista de los últimos 40 años. “Probablemente tenga este nivel de aprobación porque he hecho lo que nadie ha hecho”, dijo hace poco en una entrevista con Teletica Radio. Alguien le haría un favor al presidente, y al país, si le advierte que el malestar de la gente y el matonismo de los grupos de presión no se deben precisamente a su arrojo y liderazgo.

James Callaghan sufrió huelgas paralizantes durante el “invierno del descontento” y nadie lo recuerda como el primer ministro que rescató al Reino Unido. Pero los británicos tuvieron la sabiduría de elegir en 1979 a una sucesora que sí tuvo el valor para derrotar a los sindicatos e implementar las reformas estructurales que su país urgía.  

Mi temor es que la debilidad de Alvarado más bien abra las puertas a un populista autoritario que ponga en jaque las instituciones del país. La gente quiere alguien que venga a “poner orden”. No es para menos; Costa Rica requiere de firmeza y liderazgo. Pero me preocupa que en las redes se contrasta desfavorablemente el apocamiento de nuestro presidente con el estilo agresivo del nuevo mandatario de El Salvador. El problema, claro está, es que terminemos confundiendo gordura con hinchazón. 

Este artículo fue publicado originalmente en La Nación (Costa Rica) el 22 de julio de 2019.