Salvar la economía es salvar vidas

Andrés Barrientos Cárdenas considera que el costo de las medidas de distanciamiento social extremo, que aumenta con cada semana que pase, debe ser comparado con el costo de vidas perdidas por la destrucción de la economía.

Por Andrés Barrientos Cárdenas

Desde la insurrección chilena de octubre de 2019, que no ha cesado, y a la cual ahora se suma la pandemia global del coronavirus, ha quedado demostrada la estrategia de manipulación de las conciencias por parte de los medios de comunicación hegemónicos. Ya sea minimizando los atentados terroristas y los hechos violentos o exacerbando el miedo generalizado de la población, los medios y los políticos, acaban confundiendo aún más a los ciudadanos. 

Algunas personas, policías tuiteros de la moral y de la mal llamada economía “solidaria”, son los primeros en intentar imponer falsos consensos para esbozar soluciones ante una evidente recesión mundial esperada por los totalitarios del Frente Amplio y el Partido Comunista. Ellos ven con hambre avanzar hacia la estatización de la economía y no tuvieron escrúpulos en aplaudir a los revolucionarios mientras quemaban y saqueaban hace unos meses atrás nuestro país. Esto último tiene la consecuencia actual de más de 376.000 despidos previo al COVID-19.

En la actualidad los estados en el mundo están movilizándose prácticamente hacia una situación de economía de guerra, priorizando la administración centralizada por sobre las decisiones espontáneas, y diversos actores de las fuerzas productivas están haciendo lo imposible para adaptarse y sobrevivir al estado de excepción decretado por el gobierno. Pero una vez finalizada la emergencia debemos advertir que no podemos aceptar las recetas fallidas del pasado. Quienes separan forzosamente la economía de los seres humanos, olvidan que la economía es la interacción de personas de carne y hueso, la acción humana, y que pueden haber muertes por el propio virus, pero también muertes por desempleo masivo, destrucción del núcleo familiar, cierres de empresas, todo lo cual implicará estrés, depresión, desesperación, bancarrotas, consecuencias mentales ante la destrucción de años de trabajo y sacrificio.

Otra arista de la pandemia, para ilustrar brevemente a los socialistas y ambientalistas de todos los partidos, pasa por hacer el ejercicio de qué ocurriría si nuestra energía fósil e hidroeléctrica —confiable— dependiese solo del clima y energías variables y de mayor costo, probablemente, la atención médica y la preservación de estándares de vida, bordearían lo insufrible ante los aumentos de demanda de energía en cuarentena. Los que piensan que un viaje pagado a cierto coste de mercado para visitar nuestras familias en cuarentena no tiene un beneficio mayor que lo pagado, bordea sinceramente lo inhumano, lo que en economía suele llamarse el excedente del consumidor. Para los que piden declarar cuarentena total del país, ni siquiera estiman las consecuencias de vidas que implica el costo por semana de distanciamiento social extremo, que aumenta con cada semana que pase y que puede gestar nuevos escenarios de revuelta o rebelión, por necesidad, como está ocurriendo en algunas localidades de Italia.

En el mundo existen industrias que están viéndose afectadas seriamente, como las aerolíneas, la industria del turismo y aquellas de entretenimiento y deportes, las pymes, los clubes y bares, los fondos de inversión, el transporte marítimo. Todo esto instiga a los estados a revisar y someter a prueba sus políticas y excesivas burocracias en los sistemas de salud. Asimismo, coordinar esfuerzos para derrotar una pandemia no puede ser excusa para normalizar la limitación de las libertades civiles, ni para aumentar excesivamente la vigilancia del poder coercitivo, ni tampoco para aumentar impuestos, que terminarán por expoliar a los trabajadores y el sector productivo de Chile, que representa un 73% del PIB. En ello el mejor estímulo es eliminar las barreras regulatorias a la actividad económica, abstenerse de realizar rescates financiados con gasto deficitario que hipoteca el futuro de nuestros hijos. En cambio, conviene flexibilizar las restricciones regulatorias de la telemedicina y la compra de pruebas en el extranjero por parte de los colaboradores privados.

Mientras las hordas en redes sociales aplaudieron algunas medidas restrictivas extremistas como aquellas tomadas en El Salvador, fue cosa de días para que el mundo vea su fracaso, donde el propio presidente Nayib Bukele admitió sinceramente su fracaso. Esto se suma a las políticas que algunos estados están tomando erróneamente para restringir el derecho a despido de las empresas, donde el mismo Consejero de Hacienda, Javier Fernández-Lasquetty en Madrid indicó que “si a una empresa, especialmente a las pequeñas y a las medianas, le obligan a mantener unos costes determinados sin que tenga ingresos eso solamente tiene un fin que es la quiebra (…) [y] con la apariencia de querer favorecer a los trabajadores se les está haciendo un daño mayor”. Carolina Corral, resumió razonablemente el funcionamiento de las pymes: “¿cómo creen que pagamos los sueldos? ¡Con las ventas! (…) si no hay ventas, no hay ingresos”.  

La economía es vida y colaboración humana, tan así que si se hubiesen implementado las reformas de libre mercado 10 años antes en la India habrían sobrevivido 14,5 millones de niños, 261 millones habrían sido alfabetizados y 109 millones de personas habrían salido de la pobreza en dicho país. Por otro lado, destruir la economía no es una política social para superar en conjunto lo que implica una pandemia global. Tal como la historia económica nos enseña, no vaya a ser que los tomadores de decisión terminen haciendo que la cura propuesta sea peor que la enfermedad.