¿Quién es el dueño de nuestra vida?
Alfredo Bullard considera que el estado ha expropiado nuestro derecho a la vida y lo ha convertido en una imposición.
Por Alfredo Bullard
El hombre enfermo esperaba sobre la cama que se cumpliera la profecía de los médicos: la aparición de entre la oscuridad de la esquelética figura de la Muerte, cubierta casi por completo por una larga manta negra y con una amenazante y larga hoz en una mano. El hombre temía morir.
La esperó con paciencia y miedo, una noche tras otra. Pero la Muerte no apareció. Solo le llegaba al hombre el pausado sonido de sus huesudos pies arrastrándose por el pavimento como anuncio de un fin que nunca llegaba. El ruido torturaba sus oídos y su alma. Ni la imagen de la Muerte ni el golpe fulminante de la hoz llegaron. Ni la primera, ni la segunda, ni la tercera noche, ni ninguna de las subsiguientes.
Comprendió entonces que lo que temía ya no era la aparición de la Muerte, sino, curiosamente, su no aparición. Mientras el dolor de su enfermedad consumía su esperanza y sus ganas, el hombre aprendió a temer más que a la Muerte a la agonía.
Y así descubrió que peor que morir es vivir muriendo. Y que el verdadero dolor no estaba en el golpe de la hoz, sino en la espera eterna que lo separaba del momento en que finalmente moriría.
Si tenemos derecho a vivir, ¿cómo así no tenemos el derecho al otro lado de la moneda? ¿Por qué no tenemos el derecho a morir?
La espera de la muerte puede ser peor que la muerte misma. Como dice Isabel Allende en Paula, “…la muerte suele ser lenta y torpe”. Y al serlo, la espera se puede volver dolorosa y cruel. Negar que alguien pueda optar por una muerte asistida puede ser un acto muy inhumano ejecutado en nombre de la humanidad.
No parece claro que uno pueda ejercer un derecho sin tener, como contrapartida, el derecho a no ejercerlo. Mi privacidad incluye el derecho de publicitar mi vida. La propiedad la facultad de venderla. Y la libertad de tránsito trae el derecho a no moverme de donde estoy.
Pero con la vida, curiosamente, las cosas se invierten. Supuestamente tengo el derecho a vivir sin tener el derecho a morir. Pero si ello es así, la vida no es un derecho, sino un simple estatus que la ley nos impone en contra de nuestra voluntad.
Miles de personas son forzadas por la ley a vivir muriendo. Como ocurre en el Perú, no tenemos derecho a decidir morir o permitir que en ciertas circunstancias (como enfermedades terminales o graves que nos privan de una vida digna) sean nuestros familiares quienes lo decidan.
Y es que vivir ya no es un derecho, sino una condena, cuando morir puede ser un acto de liberación consistente con nuestra dignidad.
El Estado nos ha expropiado nuestro derecho a la vida y lo ha convertido en una imposición de su criterio sobre lo que es mejor para cada uno. Esto, afortunadamente, está poco a poco cambiando en el mundo. La muerte asistida o el derecho a morir ya es admitido en países como Suiza, Bélgica, Luxemburgo y Holanda, además de algunos estados de EE.UU. como California, Oregón, Washington, Vermont y Hawái.
Pero como suele pasar con lo nuevo, quizás tarde algunos años para que comencemos a discutir ello en el Perú. Mientras tanto, muchos peruanos seguirán esperando dolorosamente a la Muerte.
Este artículo fue publicado originalmente en Perú 21 (Perú) el 22 de septiembre de 2019.