Lo que necesitas saber sobre los seres humanos para impulsar el progreso humano
Adam Omary sostiene que el progreso sostenible surge cuando las instituciones y las innovaciones trabajan con nuestra psicología evolucionada, en lugar de contra ella, canalizando nuestros instintos hacia la creatividad, la cooperación y la prosperidad.
Por Adam Omary
Resumen: El progreso humano depende, en cierta medida, de la comprensión de la naturaleza humana. Nuestras capacidades combinadas de cooperación, competencia, empatía y agresividad no pueden ser ignoradas ni sustituidas por la ingeniería social. El progreso sostenible surge cuando las instituciones y las innovaciones trabajan con nuestra psicología evolucionada, en lugar de contra ella, canalizando nuestros instintos hacia la creatividad, la cooperación y la prosperidad.
"Naturaleza frente a crianza" es un debate más antiguo que la propia psicología. ¿Nacemos con rasgos fijos o nos moldea por completo nuestra educación? Por supuesto, se trata de una falsa dicotomía. Tanto los genes como el entorno moldean la mayoría de los rasgos psicológicos. La verdadera pregunta no es naturaleza frente a crianza, sino en qué medida contribuye cada uno a los diferentes resultados.
Esta pregunta es muy importante para pensar en el progreso humano. Cualquier intento de mejorar la condición humana debe ser compatible con la naturaleza humana, o correrá el riesgo de crear más problemas —como el colapso de las economías comunistas y socialistas, por ejemplo— de los que resuelve. Y comprender la naturaleza humana significa lidiar con nuestras limitaciones biológicas y nuestra historia evolutiva. El progreso para las ardillas podría significar un mundo sin depredadores naturales, donde todos los árboles producen bellotas durante todo el año. Pero el progreso humano es un concepto claramente humano.
Como psicólogo, me interesan los fundamentos psicológicos del progreso humano. Para comprender y mantener el progreso humano, primero debemos comprender la naturaleza de los seres humanos que están progresando. Curiosamente, los seres más capaces de reflexionar sobre nuestros propios valores son también los más hábiles para ocultarlos, como ha explorado en profundidad mi asesor de posgrado, el psicólogo de la Universidad de Harvard Steven Pinker, en sus libros The Blank Slate y Rationality. Muchos pensadores influyentes a lo largo de la historia han cuestionado o negado rotundamente el concepto de naturaleza humana.
A primera vista, eso tiene sentido. A diferencia de algunos animales, que pueden caminar y alimentarse a los pocos minutos de nacer, los bebés humanos nacen indefensos y dependen de otros durante años. No nacemos con el lenguaje, y los idiomas que aprendemos a hablar dependen totalmente del entorno en el que nos criamos. Como señaló el filósofo inglés John Locke, todo el conocimiento parece provenir de la experiencia, ya sea de primera mano o enseñada por otros. La mente humana, al nacer, parece ser una verdadera pizarra en blanco.
La visión de la pizarra en blanco tuvo una profunda influencia en la filosofía de la Ilustración, que sentó las bases para las milagrosas formas de progreso humano en los siglos siguientes. Si todos los bebés nacen esencialmente iguales, solo favorecidos o desfavorecidos por su entorno, entonces la igualdad no solo es una cuestión moral, sino también una necesidad empírica. Esto sugiere que nadie nace inherentemente superior y que las diferencias de estatus, inteligencia o virtud están determinadas por la experiencia, no por el destino. Si todas las mentes comienzan igualmente en blanco, entonces todos los individuos son capaces de razonar, aprender y autogobernarse democráticamente.
La idea de que la naturaleza humana era infinitamente flexible alimentó el optimismo, pero también comenzó a culpar a la sociedad moderna. Si todos somos producto de nuestro entorno, entonces la violencia, la pobreza y la desigualdad eran el resultado de un sistema manipulado. Esta filosofía fue encarnada de forma más famosa por el filósofo de la Ilustración Jean-Jacques Rousseau, quien creía que los seres humanos nacían fundamentalmente buenos y eran corrompidos por la sociedad. En su opinión, el estado natural de la humanidad era uno de paz igualitaria, perturbado únicamente por la aparición de instituciones sociales que fomentaban la competencia y la desigualdad.
El filósofo inglés Thomas Hobbes, en marcado contraste, creía que el estado predeterminado de la vida humana era solitario, pobre, desagradable, brutal y corto. Para Hobbes, la sociedad limitaba lo peor de nuestros impulsos innatos, y un sistema legal fuerte hacía que el crimen fuera más peligroso que la cooperación. Aunque la visión de Hobbes a menudo se caricaturizaba como sombría o autoritaria, la psicología moderna ha validado cada vez más su idea central. Los seres humanos no nacen pacíficos y racionales, sino que poseen una mezcla de impulsos, algunos prosociales, otros agresivos, impulsivos y egoístas. Como ha demostrado el psicólogo canadiense del desarrollo Richard Tremblay, los seres humanos más agresivos son, de hecho, los niños pequeños. Aunque no pueden infligir daños reales, la mayoría de los niños pequeños golpean, roban y mienten tan pronto como son capaces de hacerlo. Como todos los padres saben, estos comportamientos antisociales innatos deben ser eliminados pacientemente de los niños mediante una socialización saludable y una instrucción repetida.
Estas dos visiones —el romanticismo de Rousseau y el realismo de Hobbes— han moldeado siglos de pensamiento sobre la naturaleza humana y el papel de las instituciones. Una ve la sociedad como la fuente de nuestros problemas; la otra la ve como la solución. Ambas, en sus extremos, pierden de vista el panorama completo. Nacemos capaces tanto de empatía como de crueldad, de cooperación como de tribalismo, de innovación como de superstición. La sociedad nos nutre y nos limita. Los diferentes aspectos de las diferentes ideologías e instituciones facilitan y obstaculizan el progreso humano.
Las instituciones no son solo sistemas abstractos, son extensiones de la psicología humana. Su éxito o fracaso a menudo depende de cómo se adapten y canalicen nuestras tendencias evolutivas. Cuando las instituciones se alinean con la naturaleza humana, pueden guiar el interés propio hacia la cooperación, la agresión hacia la justicia y el tribalismo hacia la identidad cívica. Cuando la ignoran, corren el riesgo de colapsar, corromperse o tener consecuencias negativas no deseadas.
Consideremos la economía de mercado. En el mejor de los casos, transforma la ambición individual en beneficio mutuo. Los empresarios buscan beneficios, pero al hacerlo crean bienes, servicios y puestos de trabajo. No se trata de un triunfo sobre la naturaleza humana, sino de un uso inteligente de la misma. Como señaló el economista escocés Adam Smith: "No es de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero de quien esperamos nuestra cena, sino de su interés propio". Contrasta eso con las comunas utópicas que intentan borrar la jerarquía, suprimir la competencia o eliminar la propiedad privada. Estos experimentos suelen fracasar porque ignoran los profundos impulsos humanos por el estatus, la autonomía y la reciprocidad. Cuando las instituciones niegan estos impulsos, invitan a la disfunción.
Las democracias exitosas no se basan en la creencia de que todos los seres humanos nacen iguales, sino en que nuestras diferencias pueden complementarse entre sí, siempre que haya suficiente libertad e igualdad ante la ley. Los controles y equilibrios, el Estado de Derecho y la libertad de expresión no son solo principios morales, sino salvaguardias contra las realidades psicológicas de que los seres humanos son falibles, competitivos y propensos a buscar el poder. El progreso no se logra trascendiendo nuestra psicología, sino construyendo sistemas que se alineen con nuestros mejores impulsos y restrinjan los peores.
A pesar de estas verdades evidentes, los debates sobre el progreso suelen descuidar la naturaleza humana en favor de la educación. Ya sea que defiendan la intervención del gobierno en el mercado, el aumento del gasto en bienestar social o un profundo cambio cultural, los defensores de estas posiciones comparten el compromiso de remodelar nuestro entorno. Sin embargo, incluso en entornos idénticos, los resultados varían drásticamente en función de factores psicológicos como la confianza, el optimismo, la gratitud y el autocontrol. Estas no son variables que puedan manipularse socialmente. En cambio, son rasgos que surgen de la herencia genética, las creencias individuales, las decisiones y el cultivo de hábitos.
Incluso en esta era casi milagrosa de superabundancia, caracterizada por una riqueza material sin precedentes, un alto grado de libertad y sofisticación tecnológica, muchas personas se sienten perdidas, cínicas y sin propósito. Para mejorar la perspectiva psicológica de las personas, es necesario comprender profundamente la naturaleza humana. Eso consiste en considerar no solo nuestros entornos, sino también la naturaleza humana en sí misma. Sin esa comprensión, el progreso puede conducir a consecuencias no deseadas, a veces negativas. La abundancia material puede generar obesidad y letargo; el exceso de libertad puede conducir a la parálisis de la toma de decisiones; el progreso tecnológico puede erosionar la capacidad de atención y conducir a la adicción. La historia demuestra que no somos pizarras en blanco que pueden remodelarse en algo que no somos.
Mi función en Human Progress no será solo examinar los aspectos psicológicos del progreso —salud mental, optimismo, racionalidad, cooperación, creatividad y productividad—, sino comprender cómo el progreso interactúa con la naturaleza humana y conduce al florecimiento humano. En palabras del economista estadounidense Thomas Sowell, no hay soluciones, solo compensaciones. El progreso es una negociación entre nuestras aspiraciones y nuestra naturaleza, entre lo que estamos destinados a ser y lo que esperamos llegar a ser. Los avances más duraderos no provienen de negar nuestros instintos, sino de diseñar sistemas que los guíen hacia fines constructivos.
Este artículo fue publicado originalmente en HumanProgress.org (Estados Unidos) el 31 de octubre de 2025.