La psicología del progreso moral

Adam Omary dice que comprender los orígenes psicológicos de los fundamentos morales —y las compensaciones que implican— ayuda a esclarecer las divisiones políticas actuales y ofrece un camino hacia un discurso más saludable y un progreso más resiliente.

Por Adam Omary

Resumen: El progreso humano depende de una base moral compartida, pero las personas difieren ampliamente en lo que consideran correcto e incorrecto. La moralidad no es ni fija ni arbitraria. Por el contrario, la psicología moderna demuestra que la moralidad surge de tendencias evolucionadas que varían entre individuos y culturas. Comprender los orígenes psicológicos de los fundamentos morales —y las compensaciones que implican— ayuda a esclarecer las divisiones políticas actuales y ofrece un camino hacia un discurso más saludable y un progreso más resiliente.

El progreso humano depende de una comprensión compartida de lo que realmente significa "progreso". Esa comprensión se basa en nuestra psicología moral: cómo pensamos sobre la moralidad y lo que consideramos moral o inmoral. Durante milenios, las personas han debatido cuál debería ser la moral correcta, pero la moralidad no es un constructo unitario. Por ello, algunos filósofos han abandonado por completo la tarea de establecer prescripciones morales, optando en su lugar por una filosofía de relativismo moral, es decir, la visión de que lo correcto y lo incorrecto dependen de la cultura o de la elección personal. En el mejor de los casos, el relativismo moral reconoce que no existe un enfoque universal para el florecimiento humano en todos los contextos, lo que conduce a un debate más matizado sobre el progreso humano. En el peor de los casos, el relativismo moral representa un desprecio total por las restricciones morales.

Filósofos posmodernistas, como Michel Foucault y Jacques Derrida, argumentaron que la moralidad no es objetiva, sino más bien una construcción social arbitraria, típicamente moldeada y aplicada para servir a los intereses de quienes están en el poder. Esta interpretación tiene consecuencias desastrosas: si la moralidad no es más que una máscara del poder, entonces la justicia se vuelve indistinguible de la dominación, y toda reivindicación moral se reduce a una lucha por el control. La posibilidad de la verdad, la virtud o la libertad genuina desaparece, dejando solo narrativas morales contrapuestas sin ningún estándar ético objetivo que aplicar. Pero esa es una posición extrema y quizás deliberadamente provocadora. Existe una comprensión más matizada del relativismo moral, basada en la psicología evolutiva, que reconoce los diferentes valores morales como reales, pero que a menudo implican concesiones personales y sociales.

Los expertos en el campo de la psicología de la personalidad han propuesto la teoría de los "cinco grandes", que presenta un modelo de personalidad de cinco factores que mide la extraversión, la amabilidad, el neuroticismo, la conciencia y la apertura a la experiencia. Esta teoría es la explicación dominante que describe la personalidad en términos de rasgos biológicamente arraigados, independientes y estables. Se ha aplicado un quinteto similar a la psicología moral: la teoría de los fundamentos morales de cinco factores del psicólogo social estadounidense Jonathan Haidt. Haidt sostiene que la moralidad puede entenderse a través de cinco dimensiones fundamentales moldeadas por preocupaciones evolutivas: cuidado, equidad, lealtad, autoridad y pureza.

Al igual que con los rasgos de personalidad, en los que los individuos pueden situarse en el extremo alto o bajo de un rasgo continuo —como ser extrovertido, introvertido o algo intermedio—, la teoría de los fundamentos morales propone que tanto los individuos como las culturas pueden diferir en su valoración de las diferentes preocupaciones morales. Es importante destacar que estos modelos factoriales de personalidad y moralidad no afirman si es mejor o peor tener un rasgo alto o bajo. Cualquier configuración de este modelo factorial puede ser adaptativa para la supervivencia en diferentes nichos ambientales, pero hemos desarrollado niveles de rasgos que, en promedio, tienden a servirnos mejor.

Por ejemplo, la adaptabilidad de una alta o baja extroversión puede depender del entorno. En un entorno rico en recursos y socialmente interconectado, una mayor sociabilidad puede mejorar la cooperación y el acceso a los bienes compartidos; sin embargo, en un entorno con escasos recursos o inestable, una menor sociabilidad puede conservar la energía y mejorar la autosuficiencia. Como somos seres sociales, incluso los humanos más introvertidos tienden a ser más extrovertidos que las especies que se valen por sí mismas. Incluso los seres humanos adultos más aislados aprenden a hablar un idioma y dependen de otros durante la infancia, lo que demuestra nuestra extroversión fundamental en comparación con gran parte del reino animal.

Del mismo modo, los fundamentos morales, como el cuidado, pueden parecer un bien inequívoco, pero no se juzgan en términos absolutos, sino en relación con la base de referencia humana. Incluso los seres humanos relativamente insensibles tienden a ser más empáticos que los chimpancés más empáticos, nuestros primos evolutivos notoriamente violentos. La teoría de los fundamentos morales sugiere que el cuidado extremo puede ser a veces desventajoso. Por ejemplo, un cuidado excesivo podría llevar a gastar recursos preciosos en los enfermos y vulnerables a expensas del grupo. Sin embargo, un valor de cuidado más bajo podría hacer que los cazadores y guerreros fueran más eficaces a la hora de alimentar y defender a la tribu, especialmente si se combina con una mayor lealtad.

Del mismo modo, aunque la equidad se considera ampliamente como un bien moral, también es uno de los rasgos que más dependen del contexto. La igualdad en las oportunidades a menudo entra en conflicto con la igualdad en los resultados. Una sociedad que recompensa el mérito y el esfuerzo produce inevitablemente desigualdad, mientras que una que impone la igualdad de resultados corre el riesgo de castigar la productividad y la innovación. En la escuela, calificar a todos por igual, independientemente de su rendimiento, puede parecer compasivo, pero socava la excelencia. En el lugar de trabajo, la igualdad en la remuneración puede erosionar la motivación de los empleados con alto rendimiento.

Las investigaciones psicológicas muestran que la indignación moral ante la injusticia suele derivarse de la percepción de engaño, explotación o parasitismo, más que de la desigualdad de resultados en una meritocracia. Por ejemplo, en una investigación de economía conductual, los participantes pueden jugar a un juego en el que cada persona comienza con una cantidad fija de dinero y decide cuánto contribuir a un bien público, como un pozo de agua. El bien público beneficia a todos, independientemente de las contribuciones individuales. Cuando algunas personas no contribuyen con nada y aún así reciben sus beneficios, otras suelen optar por gastar su propio dinero para penalizar a estos aprovechados. La psicología evolutiva sugiere que la indignación moral hacia la injusticia, incluyendo incluso la voluntad de castigar a los tramposos a costa de un costo personal, es una adaptación que salvaguarda el bienestar comunitario y garantiza que la explotación sea más costosa que la cooperación.

A veces, la lealtad entra en conflicto directo con el cuidado, la justicia y la autoridad. ¿Qué harías si un miembro de tu familia hubiera cometido un delito grave? ¿Lo proteges para que no lo descubran o lo denuncias a las autoridades? Las investigaciones en psicología social muestran que las personas varían en cuanto a sus lealtades, especialmente entre culturas. Las personas de las sociedades WEIRD (occidentales, educadas, industrializadas, ricas y democráticas) tienden a apoyar la justicia legal, incluso cuando eso significa castigar a sus familiares. Por el contrario, las personas de las llamadas culturas del honor, en particular las de Oriente Medio, tienden a dar prioridad a la lealtad a sus familias por encima de la ley.

Una forma útil de conceptualizar la diferencia entre los fundamentos psicológicos de la lealtad y la autoridad es considerar hasta qué punto las lealtades se aplican entre grupos o dentro de ellos. La lealtad es fundamentalmente un fenómeno intergrupal. La teoría evolutiva sugiere que las personas de la misma familia o tribu tienden a ser leales entre sí, pero no necesariamente a los grupos externos. Desde una perspectiva psicológica, la traición rara vez se deriva de una falta total de lealtad, sino que, más a menudo, indica lealtades conflictivas. Por ejemplo, una persona puede dejar a un amante para comprometerse con otro; un denunciante puede traicionar a su empleador por lealtad a su país; y Jean Valjean roba pan para alimentar a su familia. En cada caso, la traición es relativa al juicio personal de cada uno sobre quién pertenece al grupo.

La autoridad, sin embargo, se refiere a la dinámica dentro de los grupos. Las personas dentro de una familia o nación pueden merecer el mismo nivel de lealtad y cuidado, pero no necesariamente el mismo nivel de autoridad. Al igual que los grupos sociales de primates, las sociedades humanas son profundamente jerárquicas. Los ancianos y las personas con grandes habilidades, como los mejores cazadores de las tribus de cazadores-recolectores, suelen tener la mayor autoridad. El respeto a la autoridad puede estabilizar una sociedad, especialmente en una meritocracia que funciona bien. Pero en los países corruptos, donde los puestos de autoridad suelen estar ocupados por personas indignas, la subversión de la autoridad es más adaptativa. En todos los casos, es adaptativo tener una variedad de disposiciones de personalidad en el acervo genético y una variedad de disposiciones morales en todas las culturas. Esto permite a los seres humanos adaptarse a entornos cambiantes.

Por último está la pureza, una base moral arraigada en nuestro sistema inmunológico conductual. La emoción del asco evolucionó como una protección contra los patógenos. Por eso, las prescripciones morales relativas a la pureza a menudo van más allá de la limpieza e incluyen restricciones a la actividad sexual, costumbres alimentarias y normas que rigen el trato a los forasteros. Desde una perspectiva evolutiva, todas estas prácticas ofrecen beneficios potenciales, pero también pueden introducir patógenos. Las personas que valoran la pureza tienden a evitar nuevas fuentes de calorías, oportunidades de apareamiento y el contacto con extraños, mientras que aquellas que no dan prioridad a la pureza pueden obtener los beneficios, aunque con cierto riesgo. Ninguna de las dos opciones es mejor o peor en ningún entorno, pero la mayoría de las personas tienden a agruparse en torno a una línea de base que, en promedio, es adaptativa.

La psicología de la personalidad se centra principalmente en las diferencias individuales en rasgos como los Cinco Grandes y los Fundamentos Morales, pero la dinámica de la personalidad también se da a nivel grupal. Las personas ven literalmente el mundo de manera diferente en función de su personalidad, y forman o se adhieren a ideologías en función de su disposición psicológica. Las personas muy empáticas tienden a ser de izquierda, mientras que las muy concienzudas tienden a ser de derecha. Las personas con personalidades afines se agrupan, y estos grupos se vuelven políticos.

Lo mismo ocurre con las disposiciones moralizantes, como explica el psicólogo de la Universidad de Harvard Joshua Greene en su libro Moral Tribes. Los progresistas tienden a valorar más las preocupaciones morales del cuidado y la equidad; los conservadores, sin embargo, tienden a valorar más la lealtad, la autoridad y la pureza. Como se ha mencionado anteriormente, estas preocupaciones no son ni mejores ni peores, pero cada una de ellas conlleva diferentes problemas y compensaciones. Como escribe Haidt en su libro The Coddling of the American Mind, los valores progresistas del cuidado y la equidad, cuando se llevan al extremo, pueden sofocar la meritocracia y fomentar la fragilidad en los niños que no han sido adecuadamente desafiados con el pretexto del cuidado. Del mismo modo, los valores conservadores de lealtad, autoridad y pureza, cuando también se llevan al extremo, pueden exigir conformidad, suprimir la disidencia y justificar la exclusión en nombre del orden.

En el panorama polarizado actual, estas ideas sobre los fundamentos morales revelan por qué los debates políticos a menudo parecen irresolubles. Los desacuerdos no se refieren únicamente a hechos, sino a prioridades morales contrapuestas: cuidado frente a lealtad, o equidad frente a autoridad. Cada valor moral tiene su origen en disposiciones psicológicas evolucionadas. Cuando una parte enmarca la desigualdad como explotación y la otra enmarca la redistribución como coacción, ambas actúan desde instintos morales profundamente arraigados. Reconocer este hecho no elimina el conflicto, pero lo replantea: una sociedad que entiende la moralidad como un conjunto de compensaciones dependientes del contexto entre valores contrapuestos puede resistir mejor los extremos tanto del absolutismo rígido como del relativismo cínico.

Al igual que con los rasgos de personalidad —donde la diversidad garantiza que una sociedad cuente tanto con innovadores creativos como con estabilizadores cautelosos—, la diversidad moral cumple una función adaptativa. Una sociedad sana necesita individuos que hagan hincapié en el cuidado y la equidad para proteger a los vulnerables, y necesita a aquellos que hagan hincapié en la lealtad, la autoridad y la pureza para preservar la cohesión y la continuidad. Ninguna de las dos orientaciones es superior; cada una corrige los excesos de la otra. El relativismo moral, entendido correctamente, no implica que todos los valores sean iguales o arbitrarios. Más bien, al igual que los rasgos de personalidad, reconoce que existe una plétora de preocupaciones morales legítimas que conllevan sus propias compensaciones adaptativas. Desde este punto de vista, la verdad moral no surge de la deontología —o de un conjunto de normas estrictas—, sino de un mercado libre de ideas morales en el que diferentes valores pueden evolucionar, competir y refinarse entre sí a través de un discurso abierto. La preservación de ese discurso es importante no solo para la coexistencia pacífica entre ciudadanos con puntos de vista morales muy diferentes, sino también para el progreso humano en sí mismo.

Este artículo fue publicado originalmente en HumanProgress.org (Estados Unidos) el 16 de diciembre de 2025.