La libertad de expresión merece ser celebrada, mientras Europa intensifica la persecución del "discurso del odio"

David Inserra dice que mientras Europa sigue intensificando su guerra contra el discurso del odio sin visos de victoria, deberíamos estar agradecidos de no vivir bajo esas leyes aquí en nuestro país

Por David Inserra

A propósito del reciente Día de la Independencia, vale la pena celebrar la libertad de expresión de la que disfrutamos, especialmente a la luz de los recientes acontecimientos en Europa. En el Reino Unidoun hombre fue declarado culpable de alteración del orden público por protestar pacíficamente y quemar un Corán frente a la embajada turca; dos hombres agredieron al hombre durante la protesta. En Alemania, el país celebró su duodécima "jornada de acción contra los mensajes de odio", con redadas policiales a las 6:00 de la mañana en decenas de direcciones de todo el país. La historia de la libertad de expresión en Estados Unidos no ha sido (y sigue sin ser) perfecta, pero aún así merece la pena celebrar que los estadounidenses puedan expresar opiniones impopulares que en otros lugares son censuradas.

En el periodo colonial estadounidense, las críticas a los líderes políticos solían ser tipificadas como delito en virtud de las leyes contra la difamación sediciosa. Afortunadamente, los estadounidenses detestaban estas leyes y, como se vio en el periodo previo a la revolución, solían utilizar un lenguaje colorido e insultos, así como información engañosa, para avivar la oposición al dominio británico. Por ello, al instaurar una nueva Constitución, los fundadores codificaron esta creencia en la libertad de expresión en la Primera Enmienda.

Ahora bien, este compromiso se enfrentó a retos inmediatos, incluso en el sur de Estados Unidos, donde los estados establecieron lo que en la práctica eran leyes contra el discurso del odio para impedir las críticas o la incitación al odio hacia la esclavitud o los propietarios de esclavos. Las sufragistas fueron detenidas frente a la Casa Blanca por quemar una efigie del presidente Wilson y afirmar que mantenía a millones de mujeres en esclavitud política. El discurso ofensivo o que incitaba al odio siguió siendo reprimido hasta que la Corte Suprema confirmó una visión más completa de la Primera Enmienda que nuestra sociedad disfruta hoy en día.

Pero ese no es el camino que ha tomado la mayor parte del resto del mundo. En cambio, muchos siguen considerando que el discurso odioso y ofensivo es un peligro que debe ser reprimido. De hecho, la seriedad con la que Europa se toma el "discurso del odio" sugiere que lo considera una amenaza tan grave como la violencia física. Tomemos, por ejemplo, una reciente declaración del secretario general del Consejo de Europa en la que afirma que "el discurso del odio es un desafío a la propia democracia" y que "el discurso del odio y los delitos de odio no son problemas separados".

Pero aunque la sociedad puede rechazar con razón el discurso ofensivo y que incita al odio, hay múltiples problemas en considerar el discurso del odio como un problema que el Estado puede controlar. En primer lugar, está la eterna pregunta: ¿quién define el discurso del odio? Hamit Coskun, el hombre que quemó el Corán frente a la embajada turca, no creía que estuviera actuando con odio, sino que estaba participando en una protesta legítima, pero los dos hombres que lo agredieron claramente consideraron que era un acto de odio. De hecho, el juez se basó en la violencia y la hostilidad de esos hombres como prueba de que el discurso de Coskun era odioso y desordenado.

El discurso del odio es un concepto intrínsecamente vago, por lo que cualquier intento de criminalizarlo acabará otorgando un gran poder sobre los derechos de expresión de los ciudadanos al Gobierno o a los sectores más ruidosos y agresivos de la sociedad, que no saben gestionar los discursos que consideran ofensivos y blasfemos.

En segundo lugar, las leyes contra el discurso de odio infringirán inevitablemente la libertad de expresión política y el debate democrático. Coskun ha declarado claramente que su protesta se debía al giro islamista de Turquía hacia el autoritarismo bajo el mandato del presidente Erdogan. Como ateo de ascendencia armenia y kurda, Coskun creía profundamente en el secularismo del Estado turco moderno tal y como lo implementó su fundador, Kemal Atatürk. Y ha pagado un alto precio por sus creencias, ya que fue detenido en Turquía y perdió a varios familiares a causa de su activismo. Su protesta tenía por objeto poner de relieve que el Gobierno imponía su visión de la religión a la sociedad y recurría a la fuerza contra quienes se resistían. Sin embargo, los fiscales y el juez del Reino Unido consideraron que sus actos estaban "motivados, al menos en parte, por el odio hacia los seguidores de la religión". Así pues, su discurso político fue castigado.

Del mismo modo, los discursos críticos con los políticos son cada vez más objeto de las leyes alemanas contra la ofensa a terceros. Un periodista creó un meme satírico de la exministra del Interior Nancy Faeser con un cartel en el que se leía "Odio la libertad de opinión", y fue declarado culpable de abuso y difamación de una figura política. Se ha procesado a personas que llamaron "zorra estúpida" a la ex canciller Angela Merkel, y las fotos retocadas en las que se llama "imbécil" al exvicecanciller del Partido Verde Robert Habeck han dado lugar a redadas policiales y a la confiscación de dispositivos. Sí, este discurso es grosero, y algunos de estos comentarios son incluso más ofensivos. Pero el poder del Gobierno alemán sobre la libertad de expresión está silenciando el discurso político fundamental, ya que el número de procesamientos por discurso de odio y ofensivo se ha disparado de 2.411 en 2021 a 10.732 en 2024. El resultado es que los alemanes se sienten cada vez más incapaces de expresar sus opiniones, y múltiples encuestas revelan que alrededor del 44% de los alemanes expresan esta preocupación, frente al 16% en 1990. En resumen, las leyes contra el discurso del odio no están salvando la democracia, sino debilitándola.

Y esto, por supuesto, conduce al problema fundamental: las leyes contra el discurso del odio no son muy eficaces para contrarrestar las ideas odiosas e incluso pueden empeorar las cosas. Censurar el discurso que muchos consideran odioso no convence a quienes tienen ideas odiosas de que sus opiniones son erróneas. En lugar de convencer a esas personas con palabras, la censura utiliza la fuerza bruta de los castigos gubernamentales. Si bien algunas personas pueden encontrar convincente esa fuerza, muchas otras pueden endurecer sus opiniones.

Y al no dar a la gente la posibilidad de criticar acaloradamente a los líderes, las ideas y las instituciones de la sociedad, el Gobierno puede estar eliminando la válvula de escape que ofrece ese discurso. La libertad de expresión permite que las buenas ideas desafíen a las malas y da a las personas con agravios, ya sean reales o solo percibidos, la oportunidad de expresar su ira. En un mundo con leyes contra el discurso del odio, quienes lo practican no pueden utilizar sus palabras para expresar sus frustraciones y, en su lugar, pueden recurrir a medidas cada vez más extremas. Las investigaciones sugieren que las democracias con mayor protección de la libertad de expresión tienen menos violencia social y disturbios.

Y, en un plano más práctico, la libertad de expresión permite a las personas comprender exactamente lo que piensan los demás. ¿No es mejor para todos saber si nuestros conciudadanos y vecinos tienen ideas verdaderamente despreciables, en lugar de obligarlos a ocultar sus creencias secretas?

En resumen, censurar el discurso del odio permite al Gobierno silenciar arbitrariamente las opiniones que no le gustan o que no gustan a los grupos poderosos, que a menudo abordan temas políticos y sociales importantes. La censura también es una herramienta ineficaz para cambiar la mentalidad de quienes tienen ideas odiosas, ya que los empuja a la clandestinidad y, potencialmente, hacia creencias y acciones más extremas.

Mientras Europa sigue intensificando su guerra contra el discurso del odio sin visos de victoria, deberíamos estar agradecidos de no vivir bajo esas leyes aquí en nuestro país. Y esto debería renovar nuestro compromiso con la defensa de la libertad de expresión para todosindependientemente de nuestro partido político.

Este artículo fue publicado originalmente en Cato At Liberty (Estados Unidos) el 3 de julio de 2025.