El crecimiento es bueno: Un tónico contra el ecologismo contrario al crecimiento
Austin O´Connell sostiene que el progreso económico y la protección del medio ambiente son complementarios.
Por Austin O'Connell
Resumen: La creencia de que el crecimiento económico es insostenible ha sido puesta en entredicho durante mucho tiempo por la historia del ingenio humano. Desde las predicciones fallidas de Malthus sobre la hambruna hasta la apuesta de Julian Simon que demostraba la abundancia de recursos, las pruebas demuestran sistemáticamente que el progreso tecnológico nos permite producir más con menos. Aunque el cambio climático representa un auténtico desafío, el crecimiento continuado sigue siendo el medio más eficaz para abordar los problemas medioambientales y, al mismo tiempo, mejorar la prosperidad mundial.
"Tenemos un medio ambiente finito: el planeta. Cualquiera que piense que se puede tener un crecimiento infinito en un entorno finito es un loco o un economista". O eso afirma Sir David Attenborough, un no economista (o, como se refiere a ellos uno de los profesores de economía de mi amigo, un muggle*).
Los locos y los economistas, sin embargo, tienen la historia económica de su lado, junto con una letanía de predicciones fallidas de catástrofe ecológica y una mejor comprensión de lo que realmente implica el crecimiento económico.
El progreso continuo de la humanidad depende de que estos optimistas ganen el debate en la plaza pública.
La falacia maltusiana
La idea de que vivimos en un planeta finito al borde del colapso se remonta al menos a 1798. Thomas Malthus, predicador y economista inglés, predijo una hambruna inminente. La población crecía a un ritmo exponencial o compuesto; el suministro de alimentos había crecido históricamente a un ritmo lineal o constante. Uno más uno equivale a hambruna. La única solución, argumentaba, era la moderación moral: la gente debía reprimir sus impulsos naturales y abstenerse de tener hijos para salvar el planeta. ¿Le suena?
La teoría de Malthus tenía dos defectos: no previó el repentino aumento de la salud y del nivel de vida material que propiciaron factores como la Revolución Agrícola, la mecanización y la eficiencia energética de la Revolución Industrial y las grandes inversiones en salud pública durante el siglo XIX. Tampoco previó la llegada del control eficaz de la natalidad en la segunda mitad del siglo XX. Aunque no podemos culpar a Malthus de estos descuidos, sus descendientes intelectuales harían predicciones igualmente catastróficas a pesar de ser testigos de estos mismos avances.
Quizá el ejemplo más llamativo sea el libro de 1968 del biólogo de Stanford Paul Ehrlich "La bomba demográfica". Su declaración inicial era apocalíptica: "La batalla para alimentar a toda la humanidad ha terminado. En las décadas de 1970 y 1980 cientos de millones de personas morirán de hambre a pesar de cualquier programa de choque que se emprenda ahora". Esta predicción resultó dramáticamente errónea, ya que la productividad agrícola se disparó y el crecimiento de la población empezó a ralentizarse. De hecho, la media ponderada de alimentos por persona ha pasado de 2.196 en 1961 a 2.962 en 2017.
Las predicciones de Ehrlich se enfrentaron a un desafío aún más directo en 1980, cuando el economista Julian Simon apostó a que cinco metales cualesquiera de los elegidos por Ehrlich serían más baratos en términos reales una década después. Simon ganó decisivamente, ya que el precio medio de los metales ajustado a la inflación cayó un 36% a pesar de que la población mundial había aumentado casi un 20%.
La solución Simon
En honor al gran economista, el equipo de Progreso Humano del Instituto Cato ha creado el Índice Simon de Abundancia, que mide la abundancia de cincuenta productos básicos entre alimentos, energía, recursos naturales y otras categorías. Su investigación revela que estos productos se han vuelto un 509,4% más abundantes. Mientras tanto, sus "precios en tiempo" –horas de trabajo necesarias para que un trabajador medio pueda permitírselos– han caído un 70,4%.
Esta aparente paradoja se explica por el ingenio humano: cada nueva persona no sólo aporta otra boca que alimentar, sino también otra mente para resolver problemas. Así pues, los intentos de limitar el crecimiento de la población para salvar el planeta son contraproducentes: reducen la capacidad de la humanidad para innovar y desarrollar soluciones a los problemas medioambientales.
Nadie demuestra mejor este principio que Norman Borlaug, padre de la Revolución Verde. Su desarrollo de variedades de trigo de alto rendimiento y resistentes a las enfermedades salvó de la inanición a más de mil millones de personas. Estas innovaciones también limitaron la necesidad de cada vez más tierras de cultivo, dejando más espacio para la naturaleza. Si Borlaug no hubiera nacido, los alimentos y la tierra del mundo habrían sido menos abundantes, no más.
El legado de Borlaug apunta a una verdad más amplia: los genios como él son escasos y, sin embargo, desempeñan un papel extraordinario en el progreso de la humanidad en diversos ámbitos, desde la salud y la ciencia hasta la libertad y la prosperidad. Más gente equivale a más genios y más progreso. Menos gente significa lo contrario. El aumento de la tasa de fecundidad es, por tanto, una de las cuestiones definitorias de nuestro tiempo. Un mundo con menos gente es un mundo con menos Borlaugs, menos Einsteins y menos mentes para afrontar los retos más acuciantes de la humanidad.
Los argumentos a favor del crecimiento
Y el crecimiento económico no es un signo de decadencia temeraria, sino una medida de nuestro progreso. El crecimiento amplía el pastel y permite a la humanidad producir más con menos.
Los datos históricos corroboran este punto de vista. Como documenta la historiadora económica Deirdre McCloskey, el nivel de vida medio permaneció estancado durante la mayor parte de la historia de la humanidad hasta que se multiplicó por dieciséis en los últimos doscientos años. El auge de las instituciones y las ideas liberales permitió a la humanidad ser mucho más productiva con los mismos recursos naturales y las mismas limitaciones que las generaciones anteriores.
Y lo que es aún más sorprendente, como destaca el economista del MIT Andrew McAfee en "Más con menos", ahora estamos experimentando una "desmaterialización" generalizada, es decir, alcanzamos una mayor prosperidad material al tiempo que reducimos el consumo de recursos. De los 72 recursos analizados por el Servicio Geológico de Estados Unidos, 66 han alcanzado su punto máximo y su uso está disminuyendo. Estamos creando más riqueza y dejando menos huella en el planeta.
Cambio climático
A diferencia del miedo a la superpoblación y al agotamiento de los recursos, el cambio climático representa una amenaza real que exige una atención seria. La Revolución Industrial y el auge económico de los países en desarrollo han incrementado las emisiones de carbono y la temperatura global. Este calentamiento provocará a medio y largo plazo catástrofes naturales más frecuentes y graves, la subida del nivel del mar y la alteración de los ecosistemas.
Sin embargo, esta misma industrialización ha logrado algo extraordinario: sacar a miles de millones de personas de la pobreza extrema. Este triunfo histórico merece ser celebrado, aunque tengamos que lidiar con sus costos medioambientales.
Aunque el movimiento ecologista reconoce con razón las amenazas que plantea el cambio climático (aunque sus predicciones de una inminente extinción humana se hacen eco del desacreditado catastrofismo de Malthus y Ehrlich), a menudo olvidan una verdad crucial: el crecimiento es bueno.
El crecimiento también es verde
El crecimiento eleva a la humanidad. El crecimiento crea problemas que necesitan solución. El crecimiento también proporciona los medios para resolver estos problemas a través de la tecnología y la innovación.
La energía verde, la adaptación y potencialmente incluso la bioingeniería desempeñarán un papel en la lucha contra el cambio climático, pero estas soluciones dependen del crecimiento de la riqueza. Como enseña Maslow, las personas tienen una jerarquía de necesidades. Si no se satisfacen sus necesidades básicas, no pueden avanzar hacia retos de más alto nivel.
Ya hemos visto cómo el crecimiento económico se desvinculaba de las emisiones de carbono en 33 economías desarrolladas. Este proceso valida la idea del economista Simon Kuznets sobre cómo los países aumentan inicialmente la contaminación a medida que se desarrollan, pero luego reducen las emisiones a medida que adoptan tecnologías más ecológicas y toman medidas para proteger el medio ambiente. Nuestra tarea consiste ahora en acelerar esta disociación medioambiental en las naciones ricas, ayudando al mismo tiempo a las naciones en desarrollo a recuperar su retraso económico.
Innovación sin límites
En lugar de ver el progreso humano y la protección del medio ambiente como fuerzas opuestas, deberíamos reconocerlos como objetivos complementarios alcanzables mediante la innovación y el desarrollo económico continuos.
Las pruebas son claras: el ingenio humano, cuando se combina con la libertad económica y el avance tecnológico, ha superado sistemáticamente las limitaciones medioambientales al tiempo que ha mejorado el nivel de vida. Nuestro reto no consiste en limitar el crecimiento o la población, sino en fomentar las condiciones que permitan el florecimiento de la creatividad y la iniciativa humanas.
Lejos de estar locos, quienes creen en la capacidad de crecimiento infinito de la humanidad comprenden una verdad fundamental: nuestro mayor recurso no son los materiales finitos bajo nuestros pies, sino el potencial infinito de la mente humana.
* En el universo de la serie de Harry Potter, un "muggle" es una persona que carece de habilidades mágicas.
Este artículo fue publicado originalmente en HumanProgress.org (Estados Unidos) el 16 de abril de 2025.