Cómo se apagaron las luces en España
Gabriel Calzada y Manuel Fernández Ordóñez explican que el país volaba demasiado cerca del sol, es decir, dependía demasiado de una energía solar poco fiable.
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Por Gabriel Calzada y Manuel Fernández Ordóñez
Islas Canarias, España
La vida cambió para los españoles a mediodía del lunes 28 de abril. Con el sol en su punto álgido, la red eléctrica del país, alimentada principalmente por energía solar, se apagó. Apenas unos días antes, el gobierno español había anunciado que su red había funcionado por primera vez íntegramente con energía renovable, con nuevos récords casi diarios de energía solar. Las declaraciones de victoria se sucedieron, al servicio de la promesa del gobierno de eliminar gradualmente las centrales nucleares fiables con muchos años de vida útil. Como en Alemania, esta promesa es ahora la pesadilla de los políticos españoles.
En sólo unos minutos, España y Portugal (cuyas redes y políticas energéticas están interconectadas) se quedaron a oscuras, junto con partes de Francia. El Gobierno español descubrió la modestia, pero sólo temporalmente. El martes, el Presidente socialista Pedro Sánchez culpaba a la industria privada. Con estragos en las ciudades y trenes atascados en el campo, ofreció una rueda de prensa para abordar lo que reconoció que era un desastre sin precedentes. Con la mitad del país aún sin acceso a la electricidad, Sánchez pidió a los españoles que limitaran el uso del coche y el móvil mientras el Gobierno investigaba.
Aunque aún se desconoce el factor desencadenante, cualquier sistema de red fiable debe diseñarse teniendo en cuenta este tipo de eventos, ya sean meteorológicos o técnicos. La estabilidad de una red eléctrica depende de un equilibrio mantenido mediante la generación síncrona con turbinas que almacenan energía en sus generadores giratorios. Estos generadores proporcionan una inercia que puede estabilizar la red si la carga de la red supera la capacidad de las centrales eléctricas conectadas o, en el caso contrario, si hay un exceso de generación.
Cuanto mayor es la cuota de renovables frente a las centrales convencionales con turbinas síncronas, menor es la inercia para amortiguar las fluctuaciones instantáneas de carga en la red. El sistema se vuelve cada vez más frágil, con mayor riesgo de fallo.
En el momento de la catástrofe, el porcentaje casi récord de producción de energía solar en España iba acompañado de una cantidad menor de energía eólica, ninguna de las cuales es capaz de estabilizar el sistema en caso necesario. La red también funcionaba con un bajo porcentaje de generación basada en turbinas, en torno al 30%. La baja inercia significaba jugar con fuego (o, más exactamente, con el sol, dado que los responsables políticos españoles minimizaban la generación térmica).
Una combinación de precios de mercado bajos y una elevada presión fiscal punitiva –que representa el 75% del costo variable de la producción de energía– también dejó fuera de juego a la mitad de la capacidad nuclear del país. Esto significaba que la red eléctrica española funcionaba con muy poco margen de error, un juego arriesgado que el gobierno español ha estado jugando cada año con más agresividad desde que los ideólogos de la transición energética tomaron el poder hace dos décadas.
Entre abril de 2024 y abril de 2025, las fuentes de generación síncrona más relevantes –nuclear, ciclo combinado e hidroeléctrica– pasaron de una media del 30,5% al 23%. Las pocas voces que advirtieron del considerable riesgo de forzar la entrada de demasiada energía renovable fueron marginadas por el operador del sistema. La empresa estatal que gestiona la red negó enérgicamente la posibilidad de apagones. Los medios de comunicación que apoyan al gobierno amplificaron estas negaciones.
Una sociedad moderna no puede funcionar sin una red eléctrica. Al reducir continuamente la inercia, los responsables políticos españoles diseñaron una vulnerabilidad. El colapso de la red fue el resultado de una serie de descarados errores de los legisladores. Desoyeron advertencias basadas en leyes físicas. Se podría decir que España voló demasiado cerca del sol, dejando su red eléctrica expuesta a desequilibrios imposibles de estabilizar.
Los acontecimientos inevitablemente pondrán a prueba los límites de cualquier sistema eléctrico. Un sistema racional debería estar diseñado para hacer frente a tales acontecimientos. El sistema español se diseñó políticamente, no racionalmente. Es la última lección sobre cómo no hacer política energética. ¿Aprenderá alguien de esto?
Este artículo fue publicado originalmente en The Wall Street Journal (Estados Unidos) el 30 de abril de 2025. Daniel Fernández contribuyó con este artículo.