Centros de Progreso, parte 27: Hong Kong (no intervencionismo)

Chelsea Follett destaca la importancia de Hong Kong durante su transformación en una economía de libre mercado en la década de 1960.

Por Chelsea Follett

Hoy presentamos la vigésima séptima entrega de la serie de artículos publicados por HumanProgress.org llamada Centros de Progreso. ¿Dónde ocurre el progreso? La historia de la civilización es de muchas maneras la historia de la ciudad. Es la ciudad la que ha ayudado a crear y definir el mundo moderno. Esta serie de artículos brindará una breve introducción a los centros urbanos que fueron los sitios de grandes avances en la cultura, economía, política, tecnología, etc.

Nuestro vigésimo séptimo Centro de Progreso es Hong Kong durante su rápida transformación de libre mercado en la década de 1960. Después de una larga lucha contra la pobreza, la guerra y la enfermedad, la ciudad logró alcanzar la prosperidad a través de políticas liberales clásicas. 

Hoy, la libertad que ha sido clave para el éxito de Hong Kong está siendo arrebatada. China continental ha tomado medidas enérgicas contra las libertades políticas y civiles de la ciudad, dejando su futuro incierto. Pero como ha señalado mi colega Marian Tupy, “no importa lo que le depare a Hong Kong, debemos admirar su ascenso a la prosperidad a través de reformas liberales”. 

El área donde ahora se encuentra Hong Kong ha estado habitada desde el periodo Paleolítico, y algunos de los primeros residentes fueron el pueblo She. El pequeño pueblo de pescadores que más tarde se convertiría en Hong Kong quedó bajo el dominio del Imperio Chino durante la dinastía Qin (221-206 a.C.). Después de la conquista de los mongoles en el siglo XIII, Hong Kong vio su primer aumento significativo de población cuando los leales a la dinastía Song buscaron refugio en el oscuro puesto costero. 

La posición de Hong Kong en la costa permitía a su gente ganarse la vida pescando, recolectando sal y cazando perlas. Sin embargo, también los dejó bajo la constante amenaza de bandidos y piratas. Un pirata particularmente notorio fue Cheung Po Tsai (1786-1822), que se dice que comandó una flota de 600 barcos piratas antes de que el gobierno lo reclutara para convertirse en coronel naval y luchar contra los portugueses. Su supuesto escondite en una isla a seis millas de la costa de Hong Kong es ahora una atracción turística. 

China cedió gran parte de Hong Kong a Gran Bretaña en 1842 a través del Tratado de Nanjing que puso fin a la Primera Guerra del Opio. A medida que se intensificó el comercio entre China y Gran Bretaña de seda, porcelana y té, la ciudad portuaria se convirtió en un centro de transporte y creció rápidamente. Ese crecimiento inicialmente condujo al hacinamiento y las condiciones insalubres. Por lo tanto, no sorprende que cuando la Tercera Pandemia de Plaga (1855-1945) cobró unos 12 millones de vidas en todo el mundo y devastó Asia, no perdonó a Hong Kong. 

En 1894, la peste bubónica llegó a la ciudad y mató a más del 93% de los infectados. La plaga y el éxodo resultante causaron una gran recesión económica, con 1.000 hongkoneses saliendo diariamente en el pico de la pandemia. En total, alrededor de 85.000 de los 200.000 residentes de etnia china de la ciudad abandonaron Hong Kong. La peste bubónica siguió siendo endémica en la isla hasta 1929. Incluso después de que la peste bubónica se fue, Hong Kong siguió siendo antihigiénico y devastado por la tuberculosis, o la “peste blanca”. 

Además de la enfermedad, la vida en Hong Kong también se vio complicada por la guerra y la inestabilidad en China continental. En 1989, la Segunda Guerra del Opio (1898) puso la península de Kowloon en Hong Kong bajo control británico. 

El sufrimiento en Hong Kong fue bien documentado por la periodista Martha Gellhorn, quien llegó con su esposo, el escritor Ernest Hemingway, en febrero de 1941. Más tarde, Hemingway se referiría irónicamente al viaje como su luna de miel. Gellhorn escribió: “Las calles estaban llenas de personas que dormían sobre el pavimento en las noches … Los delitos eran vender en la calle sin licencia y la multa era imposible de pagar. Estas personas eran el verdadero Hong Kong y aquella era la pobreza más cruel, peor que cualquiera que haya visto antes”. Sin embargo, las cosas estaban a punto de empeorar aún más para la ciudad. 

Durante la Segunda Guerra Sino-Japonesa (1937-1945), gran parte de la ayuda material que China recibió de las Naciones Aliadas llegó a través de sus puertos, en particular la colonia británica de Hong Kong, que trajo aproximadamente el 40% de los suministros externos. En otras palabras, la ciudad era un objetivo estratégico. Las autoridades británicas evacuaron a mujeres y niños europeos de la ciudad como previsión de un ataque. En diciembre de 1941, la misma mañana en que las fuerzas japonesas atacaron Pearl Harbor en Hawái, Japón también atacó Hong Kong, comenzando con un bombardeo aéreo. Los británicos optaron por destruir muchos de los puentes de Hong Kong y otros puntos clave de infraestructura para frenar el avance del ejército japonés, pero fue en vano. 

Después de la Batalla de Hong Kong, los japoneses ocuparon la ciudad durante 3 años y 8 meses (1941-1945). La Universidad de Ciencia y Tecnología de Hong Kong se refiere al episodio como quizás “el período más oscuro de la historia de Hong Kong”. Las fuerzas de ocupación ejecutaron a unos 10.000 civiles de Hong Kong y torturaron, violaron y mutilaron a muchos otros. La situación provocó que muchos ciudadanos huyeran y la población de la ciudad se redujo rápidamente de 1,6 millones a 600.000 personas durante la ocupación. Después de que los japoneses se rindieran a las fuerzas estadounidenses en 1945, los británicos regresaron a Hong Kong. 

Ese mismo año, un funcionario escocés de 30 años llamado Sir John James Cowperthwaite llegó a la colonia para ayudar a supervisar su desarrollo económico como parte del Departamento de Suministros, Comercio e Industria. Originalmente se le asignó ir a Hong Kong en 1941, pero la ocupación japonesa obligó a su reasignación a Sierra Leona. Cuando finalmente llegó a Hong Kong, observó una ciudad devastada por la guerra en un estado de pobreza aún peor que el descrito por Gellhorn. Fue apropiadamente apodada “la isla estéril”. Con el negocio de puerto estancado, los británicos consideraron devolver a China la aparentemente desesperada ciudad llena de refugiados de guerra. 

Pero Cowperthwaite tenía algunas ideas que ayudarían a transformar Hong Kong de uno de los lugares más pobres del planeta a uno de los más prósperos. 

¿Cuál fue la intervención milagrosa que propuso? Simplemente permitir que la gente de Hong Kong reconstruya sus tiendas, participe en el intercambio y, en última instancia, se salve y enriquezca a su ciudad. Cowperthwaite confiaba en las capacidades de la gente común para manejar sus propias vidas y negocios. Él y sus compañeros administradores proporcionaron a la ciudad libertad, seguridad pública, estado de derecho y una moneda estable, y dejaron el resto a la gente. En pocas palabras, promulgó una política de no hacer nada. Eso no quiere decir que en realidad no hizo nada; mantener a raya a los otros burócratas lo mantuvo bastante ocupado. Más tarde afirmaría que una de las acciones de las que estaba más orgulloso era evitar la recopilación de estadísticas que podrían justificar una intervención económica

Cowperthwaite ascendió de manera constante en la burocracia y finalmente se convirtió en el Secretario de Finanzas de Hong Kong, cargo que ocupó de 1961 a 1971. Durante la década de 1960, muchos países experimentaron con la planificación económica centralizada y altos niveles de gasto público financiados por fuertes impuestos y grandes déficits. La idea de que los gobiernos deberían intentar dirigir la economía, desde la planificación industrial hasta la inflación intencional, fue prácticamente un consenso mundial. Cowperthwaite resistió la presión política para hacer lo mismo. De 1964 a 1970, Gran Bretaña estuvo gobernada por un gobierno laborista que favorecía la intervención económica de mano dura, pero Cowperthwaite interfirió constantemente para evitar que sus compatriotas se entrometieran en el mercado de Hong Kong. 

A medida que la China continental controlada por los comunistas eliminó violentamente cualquier remanente del capitalismo (entre otras cosas) durante el reinado del terror más tarde llamado Revolución Cultural (1966-1976), Hong Kong tomó un camino marcadamente diferente. 

En 1961, en su primer discurso sobre el presupuesto, Cowperthwaite opinó: “A la larga, es menos probable que el conjunto de decisiones de empresarios individuales, ejerciendo su juicio individual en una economía libre, incluso si se equivocan a menudo, cause más daño que las decisiones centralizadas de un gobierno, y ciertamente es probable que el daño sea contrarrestado más rápido”.  

Resultó tener razón. Una vez liberada, la economía de Hong Kong se volvió asombrosamente eficiente y experimentó un crecimiento económico explosivo. La ciudad fue una de las primeras en el este de Asia en industrializarse por completo y con la misma rapidez pasó a la prosperidad posindustrial. Hong Kong pronto se convirtió en un centro internacional de finanzas y comercio, ganándose el apodo de “Ciudad Mundial de Asia”. El auge económico de Hong Kong mejoró drásticamente el nivel de vida local. Durante el mandato de Cowperthwaite como secretario financiero, los salarios reales de Hong Kong aumentaron un 50% y el número de hogares en situación de pobreza aguda se redujo en dos tercios. 

Cuando el escocés llegó a Hong Kong en 1945, el ingreso promedio en la ciudad era menos del 40% del de Gran Bretaña. Pero cuando Hong Kong fue devuelto a China en 1997, su ingreso promedio era más alto que el de Gran Bretaña. 

El sucesor de Cowperthwaite, Sir Philip Haddon-Cave, llamó a la estrategia de Cowperthwaite la “doctrina del no intervencionismo positivo”. El no intervencionismo positivo se convirtió en la política oficial del gobierno de Hong Kong y permaneció así hasta la década de 2010. Durante años, la ciudad se jactó de tener la economía más libre del mundo, con industrias financieras y comerciales bulliciosas y un historial de derechos humanos muy superior al de China continental. 

Luego, en 2019, Beijing comenzó a exigir la extradición de fugitivos en Hong Kong al continente, lo que erosionó la independencia del sistema legal de Hong Kong. En respuesta a las protestas masivas resultantes, el gobierno de China continental implementó una brutal represión de la independencia política y económica de Hong Kong. En julio de 2020, una nueva ley de seguridad nacional impuesta por el gobierno comunista de Beijing criminalizó las protestas y eliminó varias otras libertades que antes disfrutaban los ciudadanos. Los cambios radicales continúan, recientemente con una revisión del sistema educativo de Hong Kong. 

Hong Kong fue devuelto a China con la condición de que siguiera siendo autónomo hasta 2047. Pero, lamentablemente, el “territorio autónomo” ya no es verdaderamente autónomo. 

De una ciudad hambrienta asolada por la guerra y la pobreza a un faro resplandeciente de prosperidad y libertad, el ascenso de Hong Kong ejemplificó el potencial del gobierno limitado, el estado de derecho, la libertad económica y la probidad fiscal. Lamentablemente, los pilares sobre los que se construyó el éxito de Hong Kong ahora se están desmoronando bajo los apretados puños del Partido Comunista Chino. Independientemente de lo que le depare al futuro de la ciudad isleña, su transformación refleja cuanto pueden lograr las personas cuando se les da la libertad de hacerlo. Esta histórica lección de política merece el lugar de Hong Kong como nuestro vigésimo séptimo Centro de Progreso.

Este artículo fue publicado originalmente en HumanProgress.org (EE.UU.) el 30 de abril de 2021.