Bloquear las vacunas J&J y AstraZeneca demuestra que la FDA no ha cambiado su comportamiento

Michael F. Cannon dice que el cálculo de beneficios y costos de la vacuna Johnson & Johnson es diferente para todos y que por lo tanto la decisión acerca de qué vacuna recibir no debería estar en manos del estado.

Por Michael F. Cannon

La Administración de Alimentos y Medicinas de EE.UU. (FDA) está recomendando que el gobierno federal y los gobiernos de los estados dejen de administrar la vacuna Johnson & Johnson contra el COVID-19. Cerca de 7 millones de estadounidenses han recibido la vacuna, cuyo régimen requiere solo una dosis. La FDA emitió una recomendación luego de recibir reportes de seis mujeres entre las edades de 18 y 48 que desarrollaron coágulos de sangre después de recibir la vacuna. Una de las mujeres está en un hospital y en condición crítica. Otra murió. Mientras que la recomendación de la FDA es simplemente un consejo, es probable que esta detenga las vacunaciones en los sitios operados por el gobierno federal. Ohio, Nueva York, y Connecticut han pausado su aplicación. Los críticos temen que detener el uso de la vacuna dejará a muchos estadounidenses sin protección del virus y debilitará su confianza en todas las vacunas contra el COVID-19.

Según el New York Times:

“las preocupaciones acerca de la vacuna de Johnson & Johnson se parecen a aquellas en torno a la vacuna de AstraZeneca, la cual los reguladores europeos empezaron a investigar el mes pasado luego de que algunas personas desarrollaran coágulos de sangre. 

De 34 millones de personas que recibieron la vacuna en Gran Bretaña, la Unión Europea y tres otros países, 222 experimentaron coágulos de sangre que estaban relacionados con un nivel bajo de plaquetas. La mayoría de estos casos sucedieron dentro de los primeros 14 días después de la vacunación, y en gran medida en mujeres debajo de los 60 años”.

El 7 de abril, Agencia Europea de Medicinas, el principal ente regulador, concluyó que el desorden era un efecto secundario muy raro de la vacuna. Los investigadores en Alemania y Noruega publicaron estudios el 9 de abril sugiriendo que en casos muy raros, la vacuna AstraZeneca provocaba que las personas fabriquen anticuerpos que activaban sus propias plaquetas. 

No obstante, los reguladores argumentaron, el beneficio de la vacuna —de evitar que las personas sean infectadas con el coronavirus o mantener fuera del hospital a aquellos que son infectados con el COVID-19— superan con creces ese pequeño riesgo. Los países en Europa y en otros lugares continuaron administrando la vacuna a personas mayores, quienes se enfrentan a un alto riesgo de contraer una enfermedad severa y morir del COVID-19, mientras que la restringieron para personas más jóvenes. 

AstraZeneca y Johnson & Johnson usan la misma plataforma para su vacuna, un virus conocido como un adenovirus. El martes, el gobierno australiano anunció que no compraría las vacunas Johnson & Johnson. Ellos citaron el uso de Johnson & Johnson como una razón para no hacerlo. Pero no hay una razón obvia por la cual las vacunas basadas en adenovirus en particular provocarían estos extraños coágulos de sangre que están asociados con niveles bajos de plaquetas. 

Entonces, ¿cuál es la medida correcta? ¿Valen la pena los beneficios de la vacuna J&J como para asumir el muy pequeño (e incierto) riesgo de coágulos de sangre en algunas mujeres? 

La respuesta es diferente para todos. Una mujer de 35 años que tiene un riesgo muy bajo de enfermarse gravemente del COVID-19 pero que tiene razón de temer un coágulo de sangre podría decidir evitar la J&J y esperar hasta que pueda tener acceso a la vacuna de Pfizer o Moderna. Un hombre de 65 años con co-morbilidades que lo hacen sumamente vulnerable al COVID-19 podría decidir que los beneficios de la vacuna J&J superan con creces el riesgo de coágulos de sangre. 

Dejar dichas decisiones en manos del estado, ya sea en manos de agencias federales como la FDA o incluso en los gobiernos de los estados, impone una sola respuesta a todos los pacientes, incluso sobre los pacientes para los cuales esa sería la respuesta equivocada. Es algo bueno que la FDA solo recomendó que el gobierno federal y de los estados dejen de usar la vacuna J&J, en lugar de prohibirla totalmente. Una recomendación todavía permite que los estados y, por lo tanto, los consumidores en aquellos estados, tomen una decisión distinta. Sin embargo, la FDA y los estados que acatan su recomendación están bloqueando el acceso de un sinnúmero de estadounidenses a una vacuna sumamente valiosa. Este episodio resalta otra desventaja de que la asignación de vacunas esté en manos del gobierno y otro beneficio de dejar estas cuestiones en manos del mercado. También queda el riesgo de que la FDA prohíba la vacuna J&J tal como está prohibiendo la vacuna AstraZeneca.

Los defensores de la FDA dicen que la agencia perjudicaría todavía más los esfuerzos de vacunación si ignorase lo que podría ser un problema más serio. Esto es, por supuesto, cierto. El problema es que el Congreso y la FDA siempre le asignan un valor superior a las vidas perdidas por las cuales ellos pueden ser culpados que aquellas vidas perdidas por las cuales no sufrirán la culpa. El difunto economista Premio Nobel Milton Friedman explicaba por qué los incentivos de la FDA producen resultados perversos, y por qué estaríamos mejor sin dicho organismo:

Como he escrito en otra parte, “Varios estudios han estimado que la FDA salvaría más vidas si redujera la duración del proceso de aprobación de nuevas medicinas”. Pero el Congreso y la FDA no reducen el costo del proceso de aprobación de medicinas porque ellos solo asumirían la culpa de lo que sale mal; no recibirían crédito por lo que salga bien. 

Las vacunas contra el COVID-19 son la excepción que comprueba esta norma. La FDA las aprobó en menos de un año, en lugar de tardar los 12 a 15 años que usualmente se demora en aprobar medicinas nuevas. La agencia fue capaz de hacerlo porque la gente estaba totalmente consciente de los costos de bloquear estos ítems. Pero las vacunas J&J y AstraZeneca muestran que la FDA no ha cambiado su actitud.

Este artículo fue publicado originalmente en Cato At Liberty (EE.UU.) el 13 de abril de 2021.