Una lección de esta pandemia

Ryan Bourne considera que la acción estatal fracasa incluso cuando el argumento a favor de la misma es el más sólido.

Por Ryan Bourne

Una semana puede ser un tiempo largo en la política, pero una quincena pareciera una eternidad. Un periodo de dos semanas que empezó con los ministros urgiendo a que todos vuelvan al trabajo, acabó con “la regla de seis”, oficiales de COVID, y discusión de horarios límite y una línea telefónica para que la gente delate a los vecinos que violan las leyes de la pandemia

Si el marcado cambio en la política de salud pública fue un shock, el tono acerca del cumplimiento lo fue todavía más. Una cosa es fijar unas pautas claras, fortalecidas con regulaciones que se las pueda hacer cumplir legalmente que, en realidad, dependen de un sistema de honor. Otra cosa es comunicar a los medios amenazas de hacer cumplir leyes cuyo cumplimiento no puede ser vigilado por la policía. 

Se ha ido el Boris Johnson de instinto liberal, imponiendo restricciones firmes a regañadientes. Los conservadores ahora presionan por un mensaje autoritario. Esta no parece ser una manera sostenible de avanzar hacia el control de una enfermedad contagiosa. Especialmente considerando que los propios mensajes mixtos del gobierno son parte del problema.

La estrategia implícita de coronavirus ha cambiado (nuevamente), pero el gobierno no la ha deletreado públicamente. No están tratando de suprimir el virus, parece, sino que ahora quieren proteger mucha de la actividad en el mercado formal para fortalecer el PIB (por lo tanto, las aperturas de las escuelas y el eslogan “vuelva a trabajar”), mientras que se sacrifica gran parte de la socialización como recompensa. 

Sin articular el costo de oportunidad, la gente está desconcertada: Rishi Sunak ha estado subsidiando las comidas en interiores, pero ahora no puede ir a cenar con su propia familia extendida. Más de seis niños pueden reunirse en una escuela, pero no afuera de la misma en una fiesta de cumpleaños. Los ensayos de matrimonios están prohibidos, pero las cenas de recepción de matrimonios de hasta 30 personas están bien. Puede mezclarse con personas en el trabajo, pero no se pueden reunir para tomarse una cerveza. Estas reglas le parecen a las personas no tanto “confusas” (como dicen los periodistas), sino estúpidas. Ellos saben que el virus no discrimina entre el trabajo y el placer y que el valor de cada uno es subjetivo. El pueblo británico cumplió con medidas cuando estas fueron coherentes con la salud pública. Ahora, nuestro gobierno está imponiendo sus valores acerca de qué es importante, pero sin decirlo, y mientras que muestra un arma más potente como amenaza. 

Así que no debería sorprender que ahora hay una resistencia más consciente de la libertad. Pero sospecho que esto refleja algo más que “fatiga del COVID”, o menos disposición a cumplir con el próximo episodio de Dominic Cummings. Al menos algo de esto parece ser una confianza en declive en las capacidades del gobierno también. 

Durante años, algunos conservadores han presionado al partido para discutir “el bien que el buen gobierno puede hacer” para distanciarse de nosotros los fastidiosos liberales, con nuestra supuesta adherencia viciosa a mantener el partido orientado hacia la libertad. Siempre fue una lectura delirante de la realidad, pero, como sucede, gran parte de los británicos pro- libre mercado reconocieron desde un principio que el COVID-19 era un verdadero problema de acción colectiva que requería la intervención y liderazgo del estado. El discurso emocional de Steve Baker ante el parlamento mostró el sentir de muchos de nosotros. Reconocimos las incertidumbres, y por lo tanto toleramos la cuarentena total en un principio, pero demandamos que esta sea limitada en tiempo y utilizada para algo —preferiblemente para construir un sistema competente y rápido de pruebas y rastreo que podría ayudar a normalizar la vida económica y proveer una retroalimentación acerca de dónde se encontraban los riesgos. 

Los fracasos en lograr siquiera esto, sin embargo, han sido un caso de estudio en por qué los estados fallan. La inicial estrategia centralizada hacia la realización de pruebas y la provisión de equipos de protección personal mostraron los límites de la planificación estatal. Las cuarentenas provocaron una serie de consecuencias no intencionadas. Algunos intereses especiales han recibido un tratamiento especial en las políticas públicas o pautas. Los funcionarios subestimaron la eficacia potencial de las mascarillas, porque equivocadamente pensaron que los mercados era un juego de suma cero en lugar de dinámicos. Los intentos recientes de calibrar el comportamiento humano cada semana en el Noreste han demostrado ser casi igual de exitosos que los intentos de calibración keynesiana de la economía en la década de 1970. Un liberal construyendo el argumento en contra de la intervención estatal no podría haber escrito un mejor relato. 

La consecuencia de todo esto es una creciente desesperanza acerca del gobierno. Johnson tiene razón de que una régimen de pruebas rápidas diarias, por ejemplo, podría cambiar el juego, como están de acuerdo los economistas. Pero juzgando por la reacción que recibí la semana pasada explicando por qué, la gente piensa que el estado es incapaz de lograr esto. Me contaron historia de horror tras historia de horror acerca del acceso siquiera a las pruebas existentes, ahora confirmadas por los reportes en las noticias. La confianza de un gran avance como este es ahora prácticamente inexistente. 

Si la planificación estatal funcionó para ganar la Segunda Guerra Mundial, preguntaban, ¿por qué no hacer que el gobierno construya un Nuevo Jerusalén en tiempos de paz? Me pregunto: ¿acaso los fracasos del estado en esta pandemia conducirán a un cambio de actitudes desde la fe en la acción estatal, justo después de que los conservadores se han adherido a ella? ¿Por qué confiaría en gente que promete usar el poder estatal para “re-equilibrar la economía” mediante la “intensificación de la nivelación hacia arriba” cuando ha hecho un desastre de una función básica?

Para ser claros: no estoy de acuerdo con otros amigos liberales que piensan que la pandemia en gran medida se ha acabado y que ahora podemos “volver a la normalidad”. No estoy promoviendo un argumento acerca de la epidemiología. Lo que estoy diciendo es que la pandemia ha provisto un curso intenso acerca de cómo el estado fracasa incluso en aquellos casos donde el argumento a favor de suspender las libertades es el más sólido. Es posible, por supuesto, que la gente puede que solo culpe a este gobierno en particular de “incompetencia”. Pero si generalizan, entonces podríamos encontrar nuevos convertidos inadvertidos hacia la causa de la libertad a través de una experiencia cruel. 

El editor de este sitio expresó de manera elocuente la “brecha de libertad” en la política conservadora desde hace algún tiempo, especialmente bajo el gobierno de May. El partido ha tendido a resaltar la disrupción de los mercados, los “abusos” de los negocios, los peligros de la comida chatarra y la contaminación, y la necesidad de ajustar los estilos de vida para lidiar con el cambio climático, con más controles y regulaciones de nuestras actividades.

El gobierno, se piensa, puede intervenir y arreglar las cosas para mejorar los resultados sociales. 

Pero después de la pandemia de 1918/19 vinieron los rugientes años 20. Luego de los sacrificios de hoy, habrá una demanda suprimida de sociabilidad encima de la desilusión en torno al desempeño estatal —un deseo de viajar, festejar, comer bien, involucrarse en actividades empresariales, y de vivir la vida perdida durante el COVID-19. La autora Clarissa Wild una vez dijo, “La gente dice que no sabe lo que tiene hasta que se esfuma. La verdad es, usted sabía lo que tenía, simplemente nunca pensó que lo perdería”. El mercado político en busca de más supervisión estatal, restricciones sobre los viajes y negocios, y nuevos impuestos sobre los estilos de vida sospecho que serán mucho menores después de la pandemia.  

Un Johnson anterior hubiese sido el Primer Ministro perfecto para dar un “giro hacia la libertad” post-pandemia —explicando que suspender las libertades temporalmente para detener una amenaza colectiva era el caso extremo a favor de limitar las libertades que generalmente promueven la libertad. Pero, las fortunas políticas del Primer Ministro hoy están atadas con la acción estatal, conforme gran parte de su gobierno goza de su recientemente encontrado púlpito desde el cual dar ordenes. Si hay una ganancia electoral de la libertad económica y social post-COVID, el gobierno de Johnson tendrá que cambiar profundamente para beneficiarse de ella.

Este artículo fue publicado originalmente en Conservative Home (Reino Unido) el 16 de septiembre de 2020.