Un mayor consumo hace más probable otra Gran Depresión

Charles Philbrook dice que si el problema ha sido demasiado gasto y endeudamiento, "¿Cómo justificar, entonces, más de lo mismo?"

Por Charles Philbrook

Qué duda cabe, esta milyunanochesca crisis de la economía global, que lleva al mandamás del FMI y al primer ministro británico a afirmar que el mundo desarrollado ya se encuentra en depresión (aunque poco después Strauss-Kahn se haya visto obligado a retractarse), debe ser la peor pesadilla de todo economista neoclásico-walrasiano-keynesiano. Y debe serlo porque, a fin de cuentas, son sus recomendaciones —y solo suyas— las que los gobiernos del mundo desesperadamente buscan poner en práctica. Pero ponerlas en práctica lo único que parece haber logrado es dejar al descubierto una incómoda verdad: la solución a un problema de insolvencia es, contablemente, diametralmente opuesta a un problema de liquidez: la naturaleza del primero lleva a la liquidación de activos y posterior eliminación de pasivos; la del segundo, a la toma de deuda que mejore el flujo de caja. La insolvencia es de carácter permanente; la liquidez, de carácter temporal. Y así como una inundación no se soluciona con más y más agua, un problema de insolvencia no se soluciona con más y más liquidez (léase deuda).

Sabemos que el sistema bancario de Occidente es insolvente (a eso apunta el nivel de activos “tóxicos” que, en relación a su patrimonio, mantienen los bancos norteamericanos fuera de sus libros contables —en una relación de tres a uno—; y a eso también apunta el sobreapalancamiento promedio de los bancos europeos en relación a sus pares del otro lado del Atlántico, y a la mayor exposición relativa de aquéllos en el sector inmobiliario de los Estados Unidos, Europa del Este y América Latina). Y si a los bancos se le suma la industria automotriz, construcción y otras industrias del sub-sector bienes intermedios, la pregunta que ruega ser hecha es: ¿cómo se llega a este callejón sin salida?

Año tras año de intervención estatal en los mercados crediticios, bajando y subiendo arbitrariamente la tasa de interés que controlan los bancos centrales, ha distorsionado la información que esta wickselliana tasa transmite sobre la verdadera oferta de ahorros y demanda por inversiones en la economía, ha roto la función reguladora que ésta cumple sobre el consumo-ahorro-inversión, y ha engañado a los productores a que emprendan procesos productivos intensivos en bienes de capital. Ese engaño ha llevado a que se construyan demasiadas casas —muchas más de las que el ingreso nacional permite—, demasiados autos y demasiados bienes duraderos. ¿Qué hacer, pues, con todos ellos? ¿Y ahora que pierden su valor y caen en precio, qué hacer con esa pirámide invertida de productos financieros que derivan su valor de todos esos bienes? Por último, dónde yace la falla: ¿en el Estado o en el mercado?

Toda intervención en los mercados viene con su factura bajo el brazo. (Los Chávez, Castro y Stalin de este mundo lo saben muy bien. Vaya que sí. Y esto, lejos de representar un falso “fundamentalismo” —después de todo, no descansa en dogma o religión alguna—, obedece a una observación empírica, real, que se repite una y otra vez a lo largo de la historia. ¿O no?) Ahora viene el pago de esa factura: un nivel de deuda global sin precedente en la historia empieza a ser eliminada, repudiada, pues no hay un nivel de ahorro e ingreso real que la sustente y le sirva de base. Si al inicio del ciclo un aumento marginal en la deuda producía un más que proporcional aumento en el PBI, ahora, y debido a los retornos decrecientes, se requiere más y más de ésta para producir ese mismo PBI. Se llega, entonces, a ese límite natural en toda expansión monetaria y crediticia, no basada en un mayor ahorro, cuando la economía, lejos de aceptar y procesar más deuda, empieza a rechazarla. Es así como del instinto animal keynesiano (“animal spirits”) se pasa al instinto de conservación patrimonial.

Erróneamente cree la clase política global que uno y otro paquete de estímulo fiscal puede llevarnos de vuelta a esa orgía crediticia y especulativa que precedió a esta gran crisis. Nada más lejos de la verdad y de los hechos: Japón ya lo viene intentando desde 1990, año en el que su mercado inmobiliario y financiero se desploman. ¿De qué logros se puede jactar? De ninguno: millones de millones de millones de yenes en paquete tras paquete fiscal solo han conseguido que la deuda pública se dispare de 60% a 180% del PBI, y que el índice de su bolsa de valores, el Nikkei 225, que en 1990 fluctuaba alrededor de los 40,000 puntos, hoy lo haga alrededor de los 8,000. Keynes y sus recetas no sirvieron de mucho a los ciudadanos del Sol Naciente. Como que aparentemente no sirven de mucho a los chinos que ya van por su segundo gran paquete fiscal, y sus índices de producción industrial siguen en caída libre. (Por cierto, ¿qué pasó con la supuesta reactivación económica que el supuesto primer paquete debía supuestamente producir?)

Quienes creen que un mayor consumo es la solución, y que toda esta crisis es producto de la “falta de confianza” por parte del consumidor, o ignoran la naturaleza de esta crisis —un exceso de deuda que debe ser eliminado— o creen como los alquimistas que con la piedra filosofal —un mayor consumo a costa de un menor ahorro— se puede convertir el barro en oro.

Esta crisis no es una de “escasez” en el consumo; si lo fuera, la cocina keynesiana sería el menú du jour. No, si algo la caracteriza, es, precisamente, todo lo contrario, es decir, un “exceso” en el consumo. Ese exceso se manifestaba en un boom sin precedentes, el cual, alimentado por la irresponsabilidad de las autoridades monetarias, condujo a un crecimiento vertiginoso de los agregados monetarios y crediticios, infló los precios de los commodities, de los bienes inmuebles y de los activos financieros, y, al igual que lo que el mundo vivió en los 20, llevó a más de un aprendiz de alquimista a proclamar el fin del ciclo económico. ¿Cómo justificar, entonces, más de lo mismo? Más aún: ¿cómo justificarlo sabiendo que el tiempo es lo único que se interpone entre la tentación y el estímulo, el engatusamiento y posterior desengaño? El mundo ya olvidó que Estados Unidos va por su segundo paquete de…¡estímulo! Y afirman los “expertos” que el primero no fue lo suficientemente grande. Pues bien, por qué no se plantea lo siguiente: que se calcule más allá de qué monto en gasto fiscal llevaría a la bancarrota a los Estados Unidos, y que se fije el tercer paquete en un dólar menos.

¿Garantizará eso el crecimiento o la bancarrota?