¿Seguirá Egipto el problemático camino de Pakistán?
Malou Innocent señala las similitudes entre el Pakistán del General Pervez Musharraf en 2008 y el Egipto de Hosni Mubarak en 2011 y considera que EE.UU. debería, al menos, condicionar estrictamente la ayuda externa a Egipto a que Mubarak salga del poder voluntariamente.
Por Malou Innocent
En años recientes, Washington respaldó a un mandatario autoritario en un país musulmán que se enfrentaba a presiones de movimientos insurgentes. No, no estamos hablando de Hosni Mubarak, sino del General Pervez Musharraf de Pakistán.
El resultado fue un fiasco para la política exterior de EE.UU., uno del cual deberíamos aprender importantes lecciones acerca de cómo EE.UU. debería lidiar con la situación en Egipto y sus consecuencias.
En Pakistán, un respaldo sólido por parte de EE.UU. y un flujo constante de ayuda externa, recompensaron a Musharraf por ayudar a capturar a terroristas. Pero en 2007, cuando Musharraf ordenó al jefe de la Corte Suprema de Pakistán a renunciar o a enfrentarse a acusaciones de tráfico de influencias —algo universalmente interpretado como un intento de castigar a la corte por lo que Musharraf después llamaría “activismo judicial”— se desencadenó una campaña nacional clamando por la salida de Musharraf y el retorno a una democracia civil.
El país cayó repentinamente en un dañino y bien documentado caos.
Abdul Sattar, ex Ministro de Relaciones Exteriores de Musharraf, caracterizó como justificada la protesta popular que se dio después de la suspensión del juez. “La gente decente no está diciendo una palabra a favor del gobierno”, dijo en ese momento. Sattar también dijo que la insurgencia era causada por dolencias acumuladas, desde una corrupción abundante hasta el control de las fuerzas armadas sobre los asuntos civiles.
Hasta que finalmente salió del poder en 2008, lo que quedó de la presidencia de Musharraf estuvo marcado por palizas regulares a los manifestantes desarmados, un aislamiento de la comunidad internacional y habladurías diarias acerca de si se iría voluntariamente y cuándo.
¿Les suena familiar?
El régimen que sucedió al de Musharraf, dirigido por el anterior líder de la oposición Asif Zardari, es un ejemplo de los dolores de cabeza de EE.UU. en la región.
Zardari, el esposo de la asesinada ex Primer Ministra Benazir Bhutto, fue en algún momento encarcelado bajo acusaciones de corrupción. Ahora preside una estrepitosa caída libre de la economía, marcada por un extremo descontento civil y una creciente influencia fundamentalista. Los movimientos insurgentes cada día socavan la influencia de Islamabad sobre las regiones tribales y ahora están más envalentonados con los sucesos actuales en el resto del mundo musulmán.
La historia aparentemente se está repitiendo en El Cairo. Hace apenas dos años, Global Integrity, un observador independiente que investiga la gobernabilidad y la corrupción alrededor del mundo reportó, “La rendición de cuentas del gobierno continúa siendo un reto considerable en todas las ramas del gobierno egipcio. La prensa continúa bajo presión por parte del gobierno, como lo evidenció un caso reciente en el que las cortes sentenciaron a un periodista a seis meses en la cárcel por ‘difundir noticias falsas en relación al estado de salud del presidente’”.
La semana pasada, a pesar del llamado de Mubarak a una transición ordenada y pacífica, reportes confiables indican que su régimen envió grupos de pandilleros armados para reprimir a los manifestantes pacíficos.
A pesar de que entre los egipcios predomina la sensación de que no están representados, la ayuda externa de EE.UU. continúa fluyendo. A finales de enero, el Secretario de Prensa de la Casa Blanca Robert Gibbs dijo a los reporteros: “Estaremos revisando nuestra postura en cuanto a la asistencia basándonos en los sucesos de ahora y de los próximos días”. Al siguiente día, la Secretaria de Estado Hillary Clinton le dijo a ABC News que “No hay discusión por ahora acerca de reducir cualquier ayuda externa. Siempre estamos observando y reconsiderando nuestra ayuda externa”.
Mientras que parece haber confusión alrededor del mensaje de la administración, aquello es comprensible dadas las desagradables opciones a las que se enfrentan los políticos y funcionarios estadounidenses. Muchos de ellos abiertamente admiten que el reino de Mubarak es insostenible, pero temen que sea peor quien lo reemplace. Como muchas veces fue el caso con Pakistán, lo que defina el balance de poderes en Egipto serán las grandes y poderosas fuerzas armadas y es demasiado temprano para saber cómo esta institución se alineará políticamente a largo plazo.
Los funcionarios estadounidenses deberían moderar sus expectativas con realismo y abstenerse de pensar que ellos pueden micro-administrar la política interna de Egipto. Sin embargo, si la ayuda externa de EE.UU a Egipto continúa, debería ser estrictamente condicionada a que Mubarak salga del poder voluntariamente. Mejor aún, Washington debería re-evaluar seriamente su política hacia El Cairo y suspender la ayuda externa de manera indefinida.
Algo de cooperación continua con cualquiera que sea el gobierno que detente el poder en El Cairo es importante. Pero la historia reciente demanda que Washington deje de respaldar un aparato de seguridad represivo y un sistema político con tendencia hacia la autocracia presidencial.
Este artículo fue publicado originalmente en AOL News (EE.UU.) el 7 de febrero de 2011.