Opciones constitucionales para un Irak democrático

Por Patrick Basham

El secretario de defensa estadounidense, Donald Rumsfeld, dice que la Operación Libertad Iraquí está diseñada para "ayudar al pueblo iraquí a crear las condiciones para una transición rápida a un gobierno representativo propio." Dada la magnitud de la tarea, si Irak va a ser convertido en un faro de democracia islámica, ¿cómo debería ser configurado este nuevo gobierno?

Para asegurarse que Irak no se convierta en otra Bosnia o Líbano, la introducción de un gobierno representativo debe tomar en cuenta la naturaleza compleja y heterogénea de la sociedad iraquí. Ahí existen odios étnicos y religiosos que datan de cientos de años, así como intensas rivalidades de clanes que se tornan frecuentemente violentas. Más del 75% de los 24 millones de habitantes de Irak pertenecen a una de las 150 tribus cuyo proceso de toma de decisiones es dominado por ancianos tribales. Históricamente, ningún gobierno iraquí, ni siquiera Saddam Hussein, ha sobrevivido sin un apoyo tribal importante.

Se debe alcanzar un balance de poder entre los seguidores de las diferentes interpretaciones de la fe musulmana. El sur de Irak es dominado por los musulmanes chiítas (60% de los iraquíes), incluyendo a los fundamentalistas apoyados por Irán, mientras que los más seculares musulmanes sunitas, la piedra angular del régimen de Saddam, viven principalmente en el centro de Irak. En el norte existe una amplia mayoría curda.

Luego está el laberinto de la oposición política anti-Saddam. La nueva estructura política del país debe acomodar a los líderes de la influyente comunidad de los más de cuatro millones de exiliados. A lo interno, los principales grupos de oposición son curdos y chiítas. Se deben diseñar nuevas instituciones políticas para prevenir que los largamente oprimidos chiítas: (a) exijan venganza contra los sunitas, y (b) ignoren las necesidades de los curdos y los seculares urbanos.

Otro obstáculo para implementar un gobierno representativo es la difundida manipulación política entre los grupos de oposición. Cada grupo quiere beneficiarse del final de la era de Saddam, preferiblemente a expensas de sus rivales. Yasir Mohamed Ali, quien lidera una tribu de un millón de personas, afirma "nosotros necesitamos garantías de que nuestra tribu será cuidada en el nuevo régimen." Es desconcertante que los dos partidos curdos dominantes libraron una sangrienta guerra civil de cuatro años en los noventa. Si bien la retórica reciente es más política que militarista, Zaid Sorchi, un líder tribal curdo, señala orgullosamente que "nosotros... creemos en las tribus. Las tribus son la vía del futuro, no los partidos políticos."

Dadas estas tensiones subyacentes, una miríada de opciones constitucionales permanecen disponibles para determinar los componentes de las nuevas estructuras gubernamentales. Estas opciones incluyen:

  • El modelo de Afganistán. Ésta es la opción preferida del primer ministro británico, Tony Blair. Antes de que elecciones libres pudieran ser organizadas en el Afganistán post-talibán, una reunión de líderes tribales afganos eligieron a Hamid Karzai como presidente. Blair quiere que la ONU organice una conferencia similar que nombre miembros de una administración iraquí interina que, aún cuando carezca de autoridad ejecutiva, conduzca los asuntos diarios del gobierno hasta que se realicen las elecciones. Desdichadamente, Karzai es hoy en día el alcalde de facto de Kabul y alrededores. En la práctica, Afganistán se encuentra políticamente divido entre los respectivos líderes tribales quienes ejercen poderes dictatoriales sobre cada región.
  • El modelo curdo. Basado en pequeños éxitos en el auto-gobernado norte de Irak, alguna gente apoya la creación de una federación iraquí en donde los grupos, como los curdos, disfruten de una amplia autonomía política que limita casi en un Estado. Este sendero podría persuadir a los chiítas en ambos lados de la frontera iraquí-iraní a que un Estado islámico militante no puede forjarse del nuevo Irak.
  • El modelo de Irlanda del Norte. Éste requiere de un acuerdo basado en la legislatura de Irlanda del Norte, en donde aquellos electos a puestos públicos se registran como miembros de un grupo religioso o étnico específico. La aprobación de las leyes requiere el apoyo mayoritario de cada grupo, y de esa manera se une políticamente a los chiítas, sunitas y curdos. Sin embargo, el actual impasse político en Irlanda del Norte no augura un buen futuro para este modelo en el contexto iraquí.
  • El modelo pluralista. Altamente influenciado por la temprana experiencia estadounidense con una democracia liberal, la federación se centra en gobiernos regionales constitucionalmente autónomos en asuntos que no están relacionados con la defensa nacional, la política exterior, y el sistema judicial.
  • El modelo suizo. Bajo este arreglo constitucional, una confederación de gobiernos regionales semi-autónomos domina el proceso político con algunos poderes limitados reservados al gobierno federal. Un pequeño gabinete federal, el cual está compuesto por representantes electos por cada uno de los principales grupos religiosos y étnicos, es responsable de los asuntos nacionales. El puesto de presidente rota anualmente en el gabinete. Todas las reformas constitucionales son sujetas a un referéndum.

La historia nos dice que la infraestructura política necesaria para sostener un sistema democrático de gobierno representativo requiere de una constitución que: limite el poder del gobierno de interferir en las vidas de las personas; establezca la supremacía del Estado de Derecho; resuelva conflictos a través de un sistema judicial imparcial; mantenga el orden público mediante una fuerza policial no corrupta; autorice elecciones regulares; y garantice la libertad de expresión y asociación. Es crítico que los iraquíes reconozcan que la ausencia de dichos elementos arruinará el modelo que escogen, sin importar otras parafernalias constitucionales.

Traducido por Juan Carlos Hidalgo para Cato Institute.