Pobreza y decisiones personales
Por Doug Bandow
La asistencia social es un pobre paliativo. Los programas gubernamentales de promoción del trabajo no son ninguna panacea. щstas son las lecciones más obvias de "Hands to Work," un desintoxicante estudio sobre tres familias atrapadas en el sistema de bienestar gubernamental.
"Porque siempre tendréis pobres con vosotros," advirtió Jesucristo (Mateo 26:11), y permanecen con nosotros a pesar de la reforma de la asistencia social en 1996. De hecho, ayudarlos en sus carencias puede ser más dificil ahora que antes, con las personas menos capaces permaneciendo en el sistema público de beneficencia y con la economía funcionando más lentamente. El congreso debe decidir si aprueba su gestión anterior en este tema, una perspectiva con la que LynNell Hancock de Columbia University no está muy de acuerdo.
La autora examina a tres personas dentro del sistema de bienestar estatal. Los tres casos se diferencian enormemente, pero tienen en común el desafío que supone desenvolverse dentro de ese sistema. El libro está escrito en el contexto de la legislación de 1996, requiriendo trabajo para los beneficios y limitando la ayuda gubernamental. La autora menciona que las historias de las mujeres "se pueden ver de muchas maneras para justificar una perspectiva hacia una política de bienestar u otra." Pero hay poca duda sobre lo que ella piensa.
De hecho, la ley puede ser arbitraria, las penalidades pueden ser contraproducentes, las audiencias pueden ser injustas y los burócratas pueden ser despectivos. Con todo, el punto de partida de cualquier análisis de la pobreza debe ser la pobreza en sí. La gente que menciona el libro no son las tradicionales viudas y huérfanos sobre quienes la pobreza sucede accidentalmente. Estas personas, en cambio, han tomado malas decisiones.
Brenda tiene un niño y vive con su novio que es un ex-criminal violento. La familia de Alina dejó Moldova para ir a América, con la esperanza de una vida mejor pero sin tener garantizados medios para sobrevivir. Christine malgastó una herencia, consumió drogas, alienó a su novio estable y empleado, y terminó en la cárcel por robar y vender drogas. Ni la justicia ni la eficiencia sugieren que una concesión pública ilimitada sea la respuesta correcta en cualquiera de estos casos. Por el contrario, el bienestar exacerba tales problemas. La gente puede no tomar un comportamiento autodestructivo para ganar ventajas del gobierno; pero la disponibilidad de subsidios para el desempleo les permite adoptar más fácilmente tal comportamiento.
La vida de las tres mujeres son complejas, frustrantes, difíciles y tristes aunque entretejidas con momentos de felicidad y triunfo. Ningún burócrata, dentro de un sistema rígido, podría analizar adecuadamente las diferencias entre las tres, mucho menos entre los millones de personas que dependen de la asistencia social. De hecho, las extravagancias del sistema detalladas en el libro son verdaderas y onerosas. Pero estos costes ofrecen ciertos beneficios, ejerciendo presión sobre los beneficiarios del sistema a trabajar, estudiar y buscar una salida. Incluso las restricciones aparentemente irracionales demuestran que el bienestar social es una característica de una sociedad compasiva que intenta ayudar a los más necesitados, no una concesión para los que prefieren una dependencia empobrecida a la independencia incierta.
En su retrato global, la autora demuestra por qué el sistema, tal como está, necesita reformas. Una estrategia que ella parece favorecer es la de metas ilimitadas y reglas no existentes: "el público necesita abrazar nuevos objetivos para la reforma de la asistencia socialborrando la pobreza, no solamente eliminando el desempleo. En Gran Bretaña, la mayoría de los votantes apoya el New Deal del Partido Laborista, el cual aumenta el gasto en la beneficencia social para acabar con la pobreza infantil. No se espera que los padres solteros trabajen."
Esto es una visión utópica; gaste un poco más de dinero y la pobreza desaparecerá. Pero la pobreza existirá siempre y cuando la gente tome males decisiones personales, a medida que el gobierno cree barreras al desarrollo económico y mientras la gente carezca de suficientes habilidades para prosperar en una economía de mercado.
Combatiendo la pobreza que inevitablemente resulta es ciertamente un esfuerzo digno. Desafortunadamente la experiencia demuestra que así como el gasto excesivo del gobierno puede aliviar cierta pobreza material, también incentivará otra clase de pobrezas materiales al recompensar actitudes irresponsables. Además, cualquier aumento limitado vendrá a un precio alto: estimulando un comportamiento disfuncional y creando una dependencia ilimitada.
Una estrategia alternativa es comenzar con la ayuda privada. Una razón es que la compasión obligatoria es una contradicción: No se demuestra generosidad poniendo impuestos a otra gente. Otra razón es más pragmática. Los grupos privados pueden llegar con mayor eficacia a las necesidades de la persona, tratando necesidades espirituales y problemas de comportamiento, por ejemplo, e insistiendo en la superación personal. El gobierno, con iniciativas tales como la beneficencia social, puede ofrecer solamente una ayuda mediocre y una imitación pobre de tales esfuerzos privados.
Los programas públicos deben ser solamente utilizados como último recurso. Aquellos necesitados no deben mirar la asistencia social como alternativa al trabajo; aquellos capaces de dar no deben mirarla como un substituto para la caridad privada.
La historia de LynNell Hancock debe ser leída por cualquier persona tentada a poner tras una pared a sus vecinos menos afortunados. Nuestro sentido de humanidad hace eso imposible. Pero la beneficencia social será siempre una segunda mejor opción. Tratar de reformarla nunca será fácil. El no intentar reformarla sacrificará a otra generación a la pobreza y a la dependencia.
Traducido por Nicolás López para Cato Institute.