Multiculturalismo

Alberto Benegas Lynch (h) asevera que "los hay quienes se empeñan en asimilar por la fuerza otras culturas y denominan 'multiculturalismo' o 'transculturalismo' a la política que impone desde los aparatos estatales esta visión trasnochada que es la mejor manera de crear conflictos".

Por Alberto Benegas Lynch (h)

Como en tantos otros casos en los que se recurre a expresiones controvertidas, deben precisarse significados al efecto de estar en condiciones de criticar o suscribir fundamentadamente el concepto tras la palabra. Tal es el caso del multiculturalismo que, en vista de sucesos recientes, se torna imperioso clarificar. En un plano, observamos con alarma que debido a acciones delictivas, especialmente terroristas, en lugar de arremeter contra el criminal y el crimen se llega a la peregrina idea de que esos desaguisados ocurren debido a que se permite la residencia en el país en cuestión a extranjeros. Esta actitud xenófoba y nacionalista no parece entender que los delitos no son patrimonio de cierta nacionalidad sino solo de canallas entre los que se encuentran tanto nativos y como foráneos. El terrorismo así ha desviado la atención del verdadero problema para cargar las tintas injustamente contra religiones, etnias, nacionalidades y demás características del todo irrelevantes al tema que en verdad debe preocupar. De este modo, se procede a truculentas cazas de brujas inaceptables para cualquier comunidad civilizada. En este contexto, se emprende la persecución a personas pertenecientes a otras culturas como si todas las personas ilustradas no fueran “ciudadanos del mundo” como decían los estoicos y como si la cultura fuera algo pétreo, estático e inmutable sin comprender que las culturas individuales van cambiando con el correr del tiempo al ir incorporando nuevos conocimientos y perspectivas distintas.

En un segundo plano, los hay quienes se empeñan en asimilar por la fuerza otras culturas y denominan “multiculturalismo” o “transculturalismo” a la política que impone desde los aparatos estatales esta visión trasnochada que es la mejor manera de crear conflictos y trifulcas entre personas que prefieren vincularse con otros que no son los que las estructuras políticas deciden. De aquí proviene el llamado “affirmative action” que consiste en obligar en los lugares de trabajo y en ámbitos académicos a aceptar cuotas preestablecidas de negros, latinos, homosexuales, budistas etc. etc. con lo que se producen graves problemas en el mercado laboral puesto que bloquean la posibilidad de elegir por la eficiencia con lo que los salarios e ingreso en términos reales disminuyen debido a que las tasas de capitalización merman. Del mismo modo, se perjudica enormemente las casas de estudios que naturalmente buscan las mejores mentes ya que en lugar de ello se imponen las antedichas cuotas que necesariamente bajan los niveles académicos y, por ende, también perjudican la condición moral y material de la gente, muy especialmente la de los más necesitados.

Una tercera interpretación contempla el multiculturalismo como simplemente el respeto a todas las manifestaciones culturales que no lesionan derechos de terceros. Esta acepción es un canto a la libertad de elegir con quienes se desea establecer vínculos de cualquier tipo que sea sin que nadie  ni nada interfiera en esas decisiones que constituyen una de las manifestaciones más importantes de las autonomías individuales.

Por último, una acepción más de multiculturalismo es el aceptar todas las culturas excepto las manifestaciones de la sociedad abierta. Esto habitualmente se lleva a cabo bajo el disfraz de la diversidad pero de contrabando encierra una versión cavernaria respecto a las manifestaciones civilizadas, especialmente referidas al concepto fundamental de los derechos de propiedad que no es aceptada ni digerida por estos “multiculturalistas”. Esta vertiente usa la diversidad de pretexto para encubrir la cerrazón cultural que es la anti-cultura por antonomasia.

Hoy observamos que en no pocos países aparece un discurso peculiar: se sostiene que se ha sido generoso en aceptar muy diversas culturas lo cual, se sigue diciendo, no ha dado resultado en vista de los conflictos que se han desatado. Pero en casi todos los casos no se ha tratado de generosidad y genuina apertura sino del multiculturalismo forzado al que hicimos referencia en la segunda acepción, lo cual, naturalmente, conduce a conflictos de muy diversa índole. En este razonamiento hay un salto lógico inaceptable puesto que de una absurda imposición se concluye que la diversidad es inconveniente cuando lo inconveniente ha sido la referida imposición, en lugar de abrir posibilidades para que cada uno elija su camino y solo se recurra a la fuerza de carácter defensivo cuando hay lesiones al derecho con total independencia de la cultura a la que pertenece el delincuente que, en todo caso, una de cuyas aristas es precisamente el delito.

Las legislaciones más conocidas y difundidas del multiculturalismo de este segundo tipo han sido las de Canadá, Alemania, Inglaterra, EE.UU. y Yugoeslavia. Los actuales gobiernos de Alemania e Inglaterra hoy declaran que el multiculturalismo fue un fracaso estrepitoso pero, como decimos, el fiasco no se debe al respeto de otras culturas ni al hecho de otorgarles residencia a personas provenientes de esas manifestaciones culturales sino, como queda dicho, al hecho de haberlas impuesto en colegios, universidades, lugares de trabajo, sitios públicos, etc. todo lo cual provocó los problemas que son ampliamente conocidos y destacados por la prensa mundial.

Por otra parte, conviene a esta altura consignar que el multiculturalismo en el mejor sentido no significa relativismo como mantienen algunos. Eliseo Vivas con mucha razón señala “la falaz inferencia que parte del hecho del pluralismo cultural y llega a la doctrina axiológica de que no podemos diferenciar en lo que respecta al mérito de cada una”. Muy por el contrario, Vivas explica que del hecho de que existan diferentes culturas no se sigue que no se pueda discernir lo bueno y lo malo de cada una y que si no somos deterministas culturales, es decir, si no negamos el libre albedrío, independientemente de donde provenimos culturalmente contamos con la capacidad de percibir lo mejor y rechazar lo peor. No está en pie de igualdad el antropófago y el hombre civilizado que respeta a su prójimo, de lo cual no se sigue que no existan costumbres que resultan indiferentes desde la perspectiva puramente axiológica. Más aún no es descabellado limitar el uso de “cultura” para el hecho de cultivarse, de mejorarse y lo contrario es en verdad contracultura y degradación de lo propiamente humano.

Una manera de ilustrar la concepción errada de multiculturalismo es citar un pensamiento de John Kenneth Galbraith quien sostiene que “muchas veces se entiende por multiculturalismo el trabajo que realizan portorriqueños a salarios infrahumanos por tareas inhumanas”. Esta concepción mezcla muchas cosas. Del hecho de que con razón se sostenga que no debe interferirse en los arreglos contractuales libres y voluntarios entre personas provenientes de diferentes culturas (en última instancia siempre es así ya que diferentes concepciones, inclinaciones y capacidades es lo que posibilita y hace atractivo el intercambio), no se sigue que los ingresos que cada uno percibe en el mercado sean iguales sino que serán remunerados según la respectiva productividad la cual, a su vez, depende de la inversión per capita. Lo mismo puede decirse de los tipos de tareas requeridas: no puede establecerse de antemano quienes harán cuales labores, esto dependerá de las respectivas necesidades y demandas. Las interferencias estatales en el mercado como las sugeridas por Galbraith desvían factores productivos de las áreas preferidas por los consumidores hacia las preferidas por las burocracias de turno y consecuentemente empobrecen. Entonces, el necesario e imprescindible respeto por las diferencias no significa intentar eliminarlas a través de la legislación cuya única misión es la igualdad ante la ley, es decir, la igualdad de derechos y no de resultados.

En todo caso, una muestra acabada de cultura es el espíritu del “ciudadano del mundo” y el abandono de los nacionalismos, siempre cavernarios. En una oportunidad Borges recordó que “en mis épocas juveniles, en Buenos Aires, una prostituta francesa costaba cinco pesos, una polaca tres, mientras que una argentina solo dos…en aquellos tiempos la gente no era nacionalista”.

Este artículo fue publicado originalmente en Diario de América (EE.UU.) el 31 de marzo de 2011.