México: Una década de lecciones

Por Roberto Salinas-León

Hace una década la economía mexicana vivía un momento de verdadero trauma. El levantamiento guerrillero y la ola de secuestros, al inicio del ’94, arrojaban dudas sobre la estabilidad política del país, aun a pesar de expectativas económicas que proyectaban altos flujos de inversión derivados de la entrada en vigor del tratado norteamericano. El evento, sin embargo, que cambió el futuro del país en forma determinante, fue el asesinato de Luis Donaldo Colosio.

A partir de esta tragedia, se instrumentaron una serie de medidas de choque, con el fin de amortiguar la descomposición de expectativas, como el anuncio del ingreso del país a la OECD, y con ello evitar una crisis cambiaria. Al final, no se pudo. A pesar del ajuste en los instrumentos de deuda, los famosos tesobonos, a pesar de los esfuerzos de mantener el régimen cambiario, la ola de choques externos negativos, dramatizados por el asesinato de Colosio, acabaron con la promesa original de crecimiento con estabilidad. El ’94 inició mal, y acabo peor, con la traumática devaluación del peso, con lo que después se describió como la primera crisis financiera del siglo XXI.

Dos lecciones capitales se derivaron de este inusual, sangriento episodio de enorme turbulencia. Los avances en las tecnologías de comunicación en el mundo de los capitales globales han hecho posible movilizar grandes cantidades de recursos, de un lado del orbe al otro, en cosa de un micro-segundo. El proceso político se ha visto rebasado por el avance en estas tecnologías, incapaz de contener los movimientos en un mundo financiero que no reconoce fronteras, tiempo o distancia. La desconfianza, las señales mixtas, los errores, son castigados en forma dramática, y brutal.

La flotación de la paridad surgió como medida inevitable después del colapso del ’94: se acabaron las reservas internacionales, no había más opciones que flotar. Las mismas autoridades admitieron, en medio de la crisis económica del ’95, que jamás esperaban una reacción tan violenta, tan virulenta, de los mercados de capital.

Una lección económica, vista así, es que las economías de los mercados emergentes deben interpretar nuevas entradas de capital como episodios transitorios, no permanentes; y deben considerar fugas de capital como ocurrencias permanentes, no transitorias. Esta estrategia conservadora es, precisamente, donde falló la política económica en 1994: se pensó que la fuerte fuga de capital observada después de la tragedia de Lomas Taurinas era un fenómeno transitorio, y que los capitales regresarían poco después de las elecciones de agosto; en base a esta idea, la política monetaria incurrió en el error de “esterilización en reversa”: aumentar el nivel de crédito interno, en vez de encarecerlo, para compensar una salida de reservas que debió haberse interpretado como permanente.

Una segunda lección es que, en este mundo de modernización financiera, la política económica debe verse más como un ejercicio de “risk-management,” con estrategias que sean conservadoras que minimicen los riesgos lo más posible. Empero, esto convierte a la política económica en un arte, guiado por ensayo y error, por curvas de aprendizaje, y por apuestas calculadas. A partir del ’94, se desataron grandes debates sobre el futuro del tipo de cambio, sobre reformas monetarias radicales. Pero en esta década, llena de crisis en los mercados financieros, de desplomes bursátiles y caídas cambiarias, debemos reconocer que no existen soluciones instantáneas—ni mucho menos en el apartado cambiario.

En ausencia de la confianza, ganada día a día, un choque externo puede despedazar las expectativas en un momento, instantáneamente, sin tiempo o margen de maniobra para reaccionar. La premisa capital de una política económica, a partir de las lecciones del ’94, debe ser, por ende, que si lo peor puede pasar, debemos suponer que va a pasar—y actuar en consecuencia.