México: Aprovechar el momento

Macario Schettino asevera que "Decenas de miles de personas participaron para mostrar su indignación por la situación general del país, aunque las referencias más cercanas sean el secuestro de los normalistas en Iguala, o el conflicto de interés de la 'casa blanca'. Inseguridad y corrupción, como síntomas de la falta de Estado de derecho".

Por Macario Schettino

Una manifestación multitudinaria más, que puede acabar en nada.

Decenas de miles de personas participaron para mostrar su indignación por la situación general del país, aunque las referencias más cercanas sean el secuestro de los normalistas en Iguala, o el conflicto de interés de la “casa blanca”. Inseguridad y corrupción, como síntomas de la falta de Estado de derecho que es el pendiente más importante en la transformación de México que lleva 30 años en proceso y aún no termina.

Unas decenas de personas, sin embargo, participaron para causar violencia. Embozados, como lo han hecho por ya algunos años, intentaron repetir la “hazaña” de atacar el Palacio Nacional, que ahora sí tenía vigilancia abundante, y arremetieron contra los policías. Después de un enfrentamiento de un cuarto de hora, los policías respondieron, como lo han hecho también por mucho tiempo, sin orden y sin discriminar.

Los embozados que generan violencia pueden ser (1) jóvenes radicales que creen, erróneamente, que ese es el camino para cambiar las cosas. Pero pueden también ser (2) infiltrados provenientes de movimientos subversivos (que los hay en México), o pueden tener origen en la política partidista: (3) de oposición al gobierno federal, (4) de un grupo dentro de ese mismo gobierno interesado en dañarlo o (5) directamente del gobierno con el fin de causar incertidumbre y abrir espacio a la represión. Cada una de estas cinco posibilidades es defendida por diferentes grupos, sin que podamos tener claridad, puesto que se les permite manifestarse embozados y actuar violentamente. Cuando alguien es detenido, resulta que nunca es un infiltrado, sino alguien que simplemente pasaba por ahí.

La variedad de intereses entre quienes se manifiestan pacíficamente amenaza convertir la indignación en simple desfogue, sin que se aproveche en absoluto la respuesta social. Algunos creen que los gobiernos y partidos políticos en México no tienen remedio, y que deberían irse todos; otros, que el problema está en Enrique Peña Nieto personalmente, y exigen su renuncia; otros más consideran que se requiere un cambio institucional que permita convertir a México en un país de leyes. Si sumamos a esto los cinco grupos definidos antes, lo que tenemos son grandes manifestaciones sin propuestas concretas, y con elevado riesgo de conflicto.

Tenemos la oportunidad de aprovechar la indignación social para resolver un problema de fondo: la falta de Estado de derecho. Ya hace dos semanas le proponía aquí una agenda para ello: medidas concretas para limitar el poder político y acotar sensiblemente la corrupción. No estaría nada mal acompañarlas con una comisión especial del Congreso que investigue el tema de la “casa blanca”. Y sin duda es necesario concluir con el proceso del crimen de Iguala. La pregunta es si quienes participan en las manifestaciones creen que hay algo más que deba hacerse. Tengo la impresión que más allá de esto, no es fácil encontrar un pensamiento común entre ellos. Además de sentimientos en contra de los poderosos, de los políticos, no logro encontrar planteamientos. Y sin ellos, sin un elemento común que permita transformar indignación espontánea en trabajo político, esta manifestación quedará en nada. Como muchas otras anteriores.

Los brotes exitosos, desde 1986, han transformado profundamente a México. Siempre a través de procesos políticos: imperfectos, limitados, reales. Aprovechemos el momento.

Este artículo fue publicado originalmente en El Financiero (México) el 24 de noviembre de 2014.