Los Juegos Olímpicos: Una celebración del esfuerzo individual

Cristina López G. considera que "Cada 4 años, la humanidad se ve deleitada por la más grande celebración al esfuerzo individual en nombre de los deportes. Las últimas semanas hemos sido testigos de cómo diferentes atletas de más de 200 países".

Por Cristina López G.

Cada 4 años, la humanidad se ve deleitada por la más grande celebración al esfuerzo individual en nombre de los deportes. Las últimas semanas hemos sido testigos de cómo diferentes atletas de más de 200 países, a través de su esfuerzo personal han roto frente a los ojos del mundo, récords, expectativas, y en algunos trágicos casos, hasta sus propios huesos. Motivados ya sea por la gloria olímpica o la posibilidad de importantes oportunidades de patrocinios futuros (porque romanticismos aparte, difícilmente se entrena alguien toda su vida por regalarle una sonrisa de orgullo nacional a millones de compatriotas que ni siquiera conoce y que no sudaron sus entrenamientos ni sufrieron sus lesiones), sería imposible reconocer que estos talentosos individuos han reescrito la historia.

Hemos visto lágrimas de alegría incontenida por parte del dominicano Félix Sánchez y de decepción por expectativas no alcanzadas por parte de la gimnasta estadounidense Jordyn Wieber.  Estos contrastes se han dado en un contexto de reglas claras, donde a ninguno se le habría ocurrido, por no gustarle los resultados, ir contra las normas o desconocer a los árbitros (quizás otro motivo que explica por qué los Juegos Olímpicos inspiran y las maniobras políticas de nuestra clase gobernante asquean). Es interesante también cómo, en este contexto de reglas claras, se olvidan las ideologías e ideas que tienden a enfrentar a las sociedades, pues como bien mencionara el académico mexicano Luis Pazos, nadie en su sano juicio “se atrevería a proponer que hay que quitarle puntos a los mejores para dárselos a los últimos lugares en aras de la igualdad o manifestar que los que conquistaron el oro o la plata son responsables de los que no ganan nada.”

Y aunque los Juegos Olímpicos se prestan para resaltar algunas de las actitudes más bajas del ser humano como racismos absurdos en nombre del nacionalismo, que como bien dijera Vargas Llosa “recorta el horizonte intelectual y disimula en su seno prejuicios étnicos y racistas, pues convierte en valor supremo, en privilegio moral y ontológico, la circunstancia fortuita del lugar de nacimiento”, también conmueven profundas fibras en la persona: potenciando su capacidad de empatía, humanizándole y recordándole cómo gracias a la globalización, no somos más que una aldea de habitantes mucho más parecidos que distintos. No puede dejar de resaltarse la enorme capacidad de los Juegos Olímpicos de inspirar: ¿quién sabe cuántos Barrondos, Bolts o Phelps del futuro no se estarán planteando una vocación deportiva tras ver premiadas en el podio tantas hazañas atléticas?

Debe mencionarse también que con los Juegos, han quedado demostradas una vez más las infinitas posibilidades del Internet, que por suerte, al no verse frenado por la miopía de comerciante pueblerino que algunas cadenas televisivas (nacionales e internacionales)  demostraron, nos permitió viajar en tiempo real a Londres para presenciar los resultados de diversas disciplinas, gracias a la libertad inmensa que nos dan innumerables interconexiones cibernéticas y la colaboración voluntaria de millones de internautas.

Más que resaltar desigualdades económicas, las miserias de la guerra y las barreras ideológicas, los Juegos permiten ser la ventana que en muchos casos, recuerda que la medida del Producto Interno Bruto de un país o su sistema de gobierno, es irrelevante frente a lo que las capacidades del individuo, que ha trabajado sus talentos naturales para perseguir sus ambiciones y metas personales, pueden lograr.

Este artículo fue publicado originalmente en El Diario de Hoy (El Salvador) el 5 de agosto de 2012.