Los aranceles bizarros de Trump pondrán patas arriba nuestra economía
Tad DeHaven dice que los aranceles elevan los costos para las familias y perjudican a los trabajadores que pretenden ayudar.
Orbon Alija/E+ via Getty Images
Por Tad DeHaven
En los cómics, el supervillano Bizarro es lo opuesto a Superman en todos los sentidos –y en el mundo bizarro del presidente Trump, los aranceles son una bala mágica para revitalizar la economía, bajar los precios al consumidor y proteger los empleos estadounidenses.
Pero la realidad económica del mundo real es la contraria: los aranceles aumentan los costos para las familias estadounidenses y perjudican a más trabajadores de los que ayudan.
En lugar de frenar la inflación o impulsar el crecimiento, es probable que los aranceles que Trump planea anunció esta semana afecten negativamente a nuestra economía.
Los aranceles son impuestos sobre los bienes importados, y a pesar de las repetidas afirmaciones de Trump, los estadounidenses –no los extranjeros– suelen pagarlos. Los estudios muestran sistemáticamente que los aranceles conducen a precios más altos para los consumidores.
Los aranceles del 25% propuestos por Trump sobre los automóviles importados, por ejemplo, podrían añadir miles al costo de un auto nuevo, afectando tanto a las importaciones como a los vehículos de producción nacional que utilizan piezas importadas.
Cuando los bienes importados se vuelven más caros debido a los aranceles, los productores estadounidenses suelen subir sus precios, lo que significa que los aranceles aumentan los costos de los consumidores en general.
Trump afirmó inicialmente que los aranceles no aumentarían los precios. Cuando se hizo evidente que los precios subirían y el mercado de valores se hundió, los funcionarios de la administración comenzaron a argumentar que los precios más altos son necesarios e incluso beneficiosos.
Sin embargo, el encarecimiento de los productos cotidianos –desde la ropa y los electrodomésticos hasta los alimentos– perjudica a las familias trabajadoras, reduciendo su poder adquisitivo y su nivel de vida. La presión a la baja del comercio sobre los precios ahorra a los hogares estadounidenses miles de dólares al año.
Las consecuencias van más allá del aumento de los precios al consumo: las empresas estadounidenses dependen en gran medida de materiales y piezas importados.
Aproximadamente la mitad de las importaciones estadounidenses son artículos utilizados por los fabricantes nacionales, lo que significa que los aranceles aumentan directamente los costos de producción de las empresas estadounidenses y reducen su competitividad.
Los aranceles al acero impuestos por Trump en su primer mandato, por ejemplo, aumentaron los costos de los fabricantes de automóviles y electrodomésticos, que emplean a millones de trabajadores más que la propia industria siderúrgica estadounidense. Un análisis estimó que esos aranceles costaron a los consumidores estadounidenses 900.000 dólares por cada puesto de trabajo en el sector del acero que se salvó.
A largo plazo, los aranceles no conducen a industrias fuertes. Las empresas protegidas de la competencia por los aranceles suelen volverse complacientes y no innovan ni mejoran su eficiencia.
En lugar de ello, gastan sus beneficios contratando a grupos de presión para asegurarse una protección continuada. Industrias estadounidenses como la siderúrgica, la naval y la textil –protegidas por aranceles durante décadas– siguieron siendo poco competitivas precisamente porque los aranceles desincentivaban la innovación.
Los aranceles también pueden desencadenar represalias internacionales perjudiciales, poniendo en peligro empleos en sectores impulsados por las exportaciones. Los aranceles de Trump en 2018 llevaron a otras naciones a contraatacar imponiendo aranceles a las exportaciones estadounidenses.
La agricultura estadounidense, que depende en gran medida de los mercados extranjeros, se vio especialmente afectada. Los productores de soja estadounidenses perdieron miles de millones cuando China tomó represalias contra los aranceles de Trump, lo que requirió rescates financiados por los contribuyentes.
Trump considera que el déficit comercial de Estados Unidos es una prueba del declive de la economía estadounidense. Sin embargo, la inmensa mayoría de los economistas coinciden en que los déficits comerciales no son intrínsecamente malos ni indican debilidad económica, sino que reflejan factores económicos más amplios, como los flujos de inversión y las tasas de ahorro.
Históricamente, los periodos de fuerte crecimiento económico estadounidense han coincidido con déficits comerciales crecientes, no decrecientes. Solo en el mundo bizarro otros países nos están "haciendo trampa".
Los aranceles de Trump también han alimentado el tipo de actividad "pantanosa" de Washington que ha prometido eliminar. Los aranceles crean oportunidades lucrativas para que grupos de presión, abogados y empresas con conexiones políticas busquen exenciones o favores especiales.
En el primer mandato de Trump, miles de empresas gastaron millones haciendo lobby para obtener exenciones arancelarias. Las empresas conectadas con la administración tuvieron significativamente más éxito en escapar de los aranceles que aquellas sin influencia política.
En lugar de drenar el pantano, los aranceles convierten a Washington en un frenesí de alimentación para intereses especiales, enriqueciendo a los grupos de presión a expensas de los consumidores.
Y mientras las empresas políticamente favorecidas se benefician de los aranceles, la mayoría de los estadounidenses –incluidas las pequeñas empresas, las familias y los trabajadores de los sectores desprotegidos– se enfrentan a costos más elevados y menos oportunidades.
Las economías avanzadas suelen mantener aranceles bajos precisamente porque el comercio abierto fomenta la innovación, la eficiencia y el crecimiento. La fuerte dependencia de los aranceles es un sello distintivo de una mala política económica, adoptada principalmente por países con economías débiles y sistemas políticos corruptos.
Estados Unidos se nutre de la competencia y la innovación, no del proteccionismo. Los mercados abiertos –el Superman de esta historia– ofrecen productos asequibles, fomentan la innovación y amplían las oportunidades económicas.
En lugar de enriquecer a Estados Unidos, los aranceles nos empobrecerán inevitablemente.
Trump ha impuesto una avalancha de aranceles, al día que los anunció lo denominó el "Día de la Liberación", una elección de palabras apropiadamente extraña, dado que conseguiría lo contrario.
Un verdadero día de la liberación supondría que el Congreso reafirmara su responsabilidad constitucional del Artículo I, Sección 8, de establecer la política arancelaria.
Es hora de que los republicanos busquen sus capas y se erijan en héroes por el bien económico de Estados Unidos.
Este artículo fue publicado originalmente en New York Post (Estados Unidos) el 31 de marzo de 2025.