Lord Bauer tenía razón

Por James A. Dorn

Se cree ampliamente que para ser efectiva la ayuda extranjera debe vincularse a sanas instituciones y políticas en el país receptor. En esa creencia se basa la decisión del gobierno de Bush para establecer la Cuenta del Reto del Milenio, con la intención de aumentar en 50% la ayuda extranjera. Sin embargo, en un nuevo estudio del “Cato Journal”, el economista Harold Brumm del gobierno federal concluye que “la ayuda extranjera afecta negativamente el crecimiento hasta donde se goza de sanas políticas económicas”.

Brumm estudió las estadísticas de 53 países subdesarrollados y consigue una relación negativa entre la ayuda a países con buenas políticas y el crecimiento del producto interno bruto per cápita. Esos resultados ponen en duda el muy citado estudio de los economistas Craig Burnside y David Dollar del Banco Mundial quienes concluyen en “Ayuda, políticas y crecimiento” (American Economic Review, 2000): “Encontramos que la ayuda externa tiene un impacto positivo en el crecimiento de países en desarrollo con buenas políticas fiscales, monetarias y comerciales, pero tiene poco efecto bajo malas políticas”.

En 2003, el ex economista del Banco Mundial William Easterley junto con Ross Levine y David Roodman escribieron un estudio para el National Bureau of Economic Research reflejando dudas respecto al argumento de Burnside y Dollar de buen gobierno para que funcione la ayuda. Haciendo uso de información adicional, pero utilizando el mismo modelo de Burnside y Dollar, concluyeron que la ayuda, aun en el caso de un buen gobierno, no tiene impacto alguno en el crecimiento.

Brumm va más allá. El corrige errores en los estudios anteriores y utiliza especificaciones diferentes. Su conclusión es que la utilización de ayuda selectiva para premiar a países en desarrollo con buenas políticas puede más bien reducir el crecimiento económico.

Brumm explica que su estudio respalda el pensamiento de Peter Bauer, pionero de la economía del desarrollo económico. Según Lord Bauer, “La ayuda para el desarrollo… no es necesaria para rescatar a sociedades pobres de un vicioso círculo de pobreza. Por el contrario, lo más probable es que la ayuda los mantenga en tal estado”. La ayuda externa ha perpetuado la pobreza en Africa, América Latina y en otras regiones. No hay razón para pensar que la ayuda “selectiva” es el elixir para eliminar la pobreza en el siglo XXI. Por el contrario, sabemos que la mejor manera de pasar de la pobreza a la prosperidad es aumentando la libertad económica.

La ayuda oficial para el desarrollo, en la forma de donaciones y préstamos especiales no es necesaria ni suficiente para aumentar la libertad económica y la prosperidad. Hong Kong prácticamente no recibió ayuda externa pero sus políticas de libre comercio, gobierno limitado y de protección de los derechos de propiedad fueron la clave de la creación de riqueza.

Hong Kong y otros países económicamente libres tienen un nivel de vida más alto que aquellos otros países que no cuentan con una estructura institucional conducente a un vibrante sistema de mercado. Esa conclusión está ampliamente documentada en los índices de libertad publicados anualmente por el Instituto Fraser y por la Fundación Heritage en combinación con el Wall Street Journal.

Los líderes de países en desarrollo tienen acceso a esos índices y están comenzando a comprender la importancia de la libertad económica. No necesitan más ayuda, simplemente necesitan comerciar y eliminar políticas intervencionistas que politizan la vida económica y promueven la corrupción. Por ejemplo, la India está dándose cuenta que la liberalización del comercio, tasas más bajas de impuestos y la eliminación de trámites excesivos son pasos positivos hacia la prosperidad, en vez de planificación gubernamental y ayuda extranjera.

Una vez que reconocemos que toda ayuda externa es política, porque es asistencia de gobierno a gobierno, no nos sorprende que o no logra ningún provecho o tiene más bien un efecto negativo. Sin embargo, el Banco Mundial sigue dando mucha ayuda económica a países con malas políticas.

El Primer Mundo le haría un gran favor al Tercer Mundo terminando con la “ayuda humanitaria” y, más bien, abriendo los mercados para que las naciones pobres puedan comerciar en base a sus ventajas comparativas. Proteger intereses en EEUU y Europa mientras se predica la libertad de comercio es una dañina hipocresía.

Los mercados libres de capital, y no el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional, son quienes pueden dictaminar si las políticas son buenas o malas. Aquellos países que liberan su mercado conseguirán el capital que necesitan para desarrollarse. Inversionistas privados tienen el incentivo de dirigir el capital hacia donde la rentabilidad ajustada al riesgo es mejor, o sea hacia países con buenas políticas económicas. El historial de libre comercio de Hong Kong es infinitamente superior al callejón sin salida de la ayuda externa.

Artículo de la Agencia Interamericana de Prensa Económica (AIPE)
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