Libre comercio atlántico

Por Pedro Schwartz

También la política comercial del Mundo Occidental tiene que cambiar después del 11 de septiembre y de las guerras en Afganistán e Irak. El libre comercio es uno de los factores más importantes de creación de riqueza, tanto para las potencias que lideran el progreso de nuestra civilización como para los países pobres que aspiran unirse a la modernidad; la riqueza ha resultado ser una de las fuentes más caudalosas de libertad; y la pobreza a menudo estanca las aguas pantanosas del rencor y cría terrorismo.

Por un lado, nos enfrentamos con el peligro de que nuestro mundo occidental se divida en dos bloques comerciales crecientemente distanciados: uno formado por todos los países de Europa, otro por todos los de América. En efecto, la Unión Europea está empeñada en una muy deseable ampliación hacia el Este, pero es una ampliación que normalmente no incluirá a Rusia ni a gran parte de las naciones mediterráneas; y Estados Unidos, en la cumbre de Québec de abril de 2001, relanzó, por boca del presidente Bush, el proyecto autóctono de un Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Por otro lado, vemos que las barreras que la Unión Europea y el ALCA levantan a los productos del resto del mundo, notoriamente los agrícolas y textiles, alimentan las fuentes de hostilidad contra la globalización.

Con motivo de la guerra en Irak, una ola de sentimiento anti-estadounidense ha barrido a Europa y un viento de hostilidad contra Francia y Alemania recorre Estados Unidos. La aparición de sendos bloques comerciales a cada lado del Atlántico crea el riesgo de agravar los enfrentamientos políticos entre los dos continentes, de traer "guerras comerciales," y de reducir la capacidad de crecimiento de los así separados. Además, ello supondría un incentivo para la aparición de otro bloque en Extremo Oriente y Asia sudoriental con los mismos efectos. Creados esos tres bloques, muchos otros países como Sudáfrica, Australia, Nueva Zelanda, India y, sobre todo, los del llamado "Tercer Mundo" se sentirían excluidos de los grandes centros de crecimiento económico y llevados a proteger sus propios mercados frente a la competencia extranjera.

Uno de los objetivos estratégicos de España y Portugal, como países atlánticos que son, ha sido el de constituirse en puente de comunicación entre la UE y las naciones ibéricas de América. Ese objetivo está en peligro. No bastan para una verdadera comunicación entre España, Portugal e Ibero América unas conversaciones en Río de Janeiro, ni siquiera unos acuerdos entre la UE y las naciones iberoamericanas, si en el fondo son un intento de excluir a los dos países americanos de habla inglesa. El enfoque debe ser otro y más ambicioso: echar las bases de un amplio acuerdo de libre comercio entre América entera y Europa ampliada.

Sin embargo, sería una equivocación querer formar un club comercial de naciones atlánticas que excluyese las demás naciones del mundo. Una de las prioridades de la política occidental ha de ser el conseguir que los intercambios económicos mundiales discurran cada vez por vías más francas, para lograr así que crezca el número de países insertos en la civilización occidental.

Por eso me atrevo a proponer la creación de un Area Internacional de Libre Comercio en las dos orillas del Océano Atlántico, que, empezando por unir la UE y el ALCA, se vaya abriendo a todos aquellos países del mundo que cumplan unas condiciones sencillas y objetivas y así contribuya a hacer realidad un libre comercio mundial pleno.

Artículo de la Agencia Interamericana de Prensa Económica (AIPE)
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