Las malas leyes
por Carlos Ball
Carlos Ball es Periodista venezolano, director de la agencia de prensa AIPE (www.aipenet.com) y académico asociado del Cato Institute.
Me ha dado mucha lástima el caso de Noelle Bush, la hija de 24 años del gobernador de la Florida. Parece que la joven trató de comprar Xanax, una medicina contra la ansiedad que requiere receta médica, pero la farmacia comprobó que la llamada telefónica dando el visto bueno para la venta no provenía del médico. Noelle fue detenida por la policía durante cuatro horas, hasta las 5 a.m., por falsificación de receta, delito penado en la Florida con hasta cinco años de cárcel y multa de hasta 5 mil dólares.
Por Carlos A. Ball
Me ha dado mucha lástima el caso de Noelle Bush, la hija de 24 años del gobernador de la Florida. Parece que la joven trató de comprar Xanax, una medicina contra la ansiedad que requiere receta médica, pero la farmacia comprobó que la llamada telefónica dando el visto bueno para la venta no provenía del médico. Noelle fue detenida por la policía durante cuatro horas, hasta las 5 a.m., por falsificación de receta, delito penado en la Florida con hasta cinco años de cárcel y multa de hasta 5 mil dólares.
Si la muchacha no fuera hija del gobernador y sobrina del presidente no nos hubiéramos enterado del suceso. Mucha gente competente jamás considera seriamente aceptar un cargo político para proteger a su familia de vivir en una vidriera, expuesta constantemente al escrutinio. Pero más que a ese inconveniente, me quiero referir a malas leyes que hacen posible tales cosas.
Debemos partir del principio de que si creemos en la propiedad privada, esta comienza con la propiedad de nuestros cuerpos. Como ciudadanos de una sociedad civilizada hemos transferido al gobierno el uso de la fuerza para proteger nuestra propiedad y nuestras vidas, pero que el gobierno se dedique a controlar lo que podemos o no engullir, bajo pena de cárcel, es para mí un inaceptable abuso de la autoridad y una gran estupidez.
Tanto la derecha como la izquierda en Estados Unidos se empeñan en aumentar los controles, desde direcciones opuestas, pero con el resultado que las libertades ciudadanas son aplastadas en ambos sentidos. La izquierda considera que es un delito que yo funde un club social donde sólo se acepten como miembros a hispanos o a hombres o a calvos flacos. Eso sería una discriminación contra las mujeres, los no hispanos y los gordos de cabellos largos. Así, la izquierda limita mi libertad de asociación, principio fundamental convertido en "políticamente incorrecto". Si yo me vine a vivir en Estados Unidos, presumiblemente no aspiro a reunirme sólo con latinoamericanos, por lo que estoy sólo dando un ejemplo de cómo se coarta la libertad individual con leyes absurdas.
Por otra parte, la derecha se empeña en imponernos su "moral". La guerra contra las drogas es una moderna cruzada contra sustancias pecaminosas, llevada al extremo de prohibir el uso de marihuana a los enfermos de sida, quienes aparentemente logran suavizar sus sufrimientos fumando esa hierba. De nuevo, me veo precisado a expresar mi profundo desprecio por el uso de drogas y aunque estudié en una universidad de Nueva Inglaterra en los años 60, jamás fumé marihuana ni he tenido experiencia con ninguna otra droga. Tuve la inmensa suerte que mis padres me enseñaran a sentir ese desprecio por las drogas, pero también a sentir una profunda lástima por los drogadictos. Y que a mí no me gusten las drogas no me da el derecho a impedir por la fuerza que otros se droguen si sólo se hacen daño a sí mismos. Así es, mis derechos terminan donde empieza su nariz y los suyos donde comienza la mía.
El que la gran mayoría de los nuevos medicamentos se vendan sólo bajo prescripción médica, lejos de proteger al público, ha disparado el costo de la salud y creado monopolios protegidos por el gobierno que beneficia a unos pocos y perjudica a la gran mayoría de la población. Beneficia a los médicos el hecho que no podamos comprar un simple antibiótico sin antes pagar una consulta de 50 u 80 dólares para que nos den la receta. Si la consulta la paga el seguro de la empresa donde trabajamos, indirectamente la estamos pagando nosotros con salarios más bajos. Mientras que el gobierno piensa que la ciudadanía está compuesta de retrasados mentales (después de todo los elegimos a ellos), a quienes los burócratas y los policías tienen que proteger constantemente de lo que hacen en perjuicio propio.
Que una joven sea expuesta al escarnio público y a una posible condena de cárcel por haberse atrevido a comprar unas pastillas de Xanax sin receta médica es simplemente abominable. Si ella tiene algún problema de ansiedad o de adicción, se trata de un problema personal y familiar, no policial. Es incorrecta la falsificación de una receta o de hacerse pasar por un médico en una llamada telefónica, pero más deplorable aún es que el Estado se empeñe en convertirse en nuestra nodriza. Su padre y su tío podrían hacer mucho por devolvernos la libertad individual que los izquierdistas y derechistas nos han venido despojando a pellizcos.