Las consecuencias económicas de la guerra para México

Manuel Sánchez González considera que el aumento de precios en los energéticos constituye un golpe para la economía mexicana, que desde 2014 es importadora neta de petrolíferos.

Por Manuel Sánchez González

La invasión de Rusia a Ucrania ha empezado a tener repercusiones sobre la economía mexicana. Su profundidad dependerá de la duración e intensidad de la agresión rusa, así como del involucramiento de otros países. Hasta ahora, éste se ha basado en crecientes sanciones económicas contra Rusia, pero la situación puede fácilmente agravarse.

Ante tal incertidumbre, no es prudente minimizar los posibles efectos económicos de la guerra. En particular, parece aventurado afirmar, como lo hacen algunos analistas, que el impacto sobre México será ‘leve’ o ‘transitorio’.

Las consecuencias del conflicto en nuestro país pueden abarcar, por lo menos, cuatro aspectos. En primer lugar, dado que las naciones en pugna son importantes productores de materias primas, la contienda ha generado presiones en los precios internacionales de esa clase de bienes.

Así, se han registrado incrementos inusitados en las cotizaciones del petróleo y del gas, de los metales como el níquel, el aluminio y el oro, y de algunos granos como el trigo y el maíz, entre otros. El valor en dólares del barril de crudo ha alcanzado niveles no observados desde 2008.

Para México, es esperable que el mayor costo de esos productos se vea reflejado en un alza del subíndice de precios no subyacente del INPC, que agrupa a los bienes agropecuarios y de los energéticos y las tarifas autorizadas por el gobierno, cuyos precios típicamente están sujetos a drásticas fluctuaciones.

Por su contribución a otros bienes y servicios, las presiones de precios de esos genéricos suelen trasladarse, en algún grado y con rezago, al subíndice de precios subyacente, cuya evolución marca la tendencia de mediano plazo de la inflación.

El impacto descrito es preocupante porque actualmente la inflación anual se ubica en niveles máximos desde principios de 2001 y las expectativas de inflación de mediano plazo, reflejadas en las encuestas de especialistas, nunca han estado ancladas en el objetivo de 3,0 por ciento, establecido por el Banco de México, y en fechas recientes han aumentado.

En segundo lugar, el incremento de los precios de los energéticos representa un choque adverso sobre la economía mexicana, la cual, desde la segunda mitad de 2014, es importadora neta de petrolíferos, con compras externas significativas de gas natural, gasolina y otros productos derivados del petróleo.

Además, las tensiones han reducido la actividad económica de los países en guerra, así como su intercambio comercial con el resto del mundo. Ello podría ralentizar la recuperación económica mundial, así como la normalización del funcionamiento de las cadenas globales de suministro, afectadas por la pandemia del COVID-19.

El menor dinamismo económico mundial y los problemas de abastecimiento de insumos básicos, como los semiconductores para la industria automotriz, podrían frenar las exportaciones no petroleras del país. De ocurrir, este impacto sería muy desafortunado ya que, desde la segunda mitad de 2021, el PIB de México ha exhibido una tendencia declinante, sin haber alcanzado los niveles previos a la crisis sanitaria, dentro de la cual la fuente más vigorosa de crecimiento ha sido el mercado externo.

En tercer lugar, la incertidumbre exacerbada ha propiciado un aumento de la aversión al riesgo global, que se ha reflejado en una mayor volatilidad financiera y caídas en el precio de los activos considerados más riesgosos. Hasta ahora, el efecto sobre México ha sido relativamente moderado, incluyendo incrementos en las tasas de interés de mercado y en el tipo de cambio del peso frente al dólar.

Sin embargo, no pueden descartarse mayores presiones financieras, por ejemplo, si Rusia incurre en impago de sus obligaciones de deuda externa y algunos segmentos del sistema financiero europeo se ven comprometidos. La depreciación adicional del peso podría añadir dificultades al control de la inflación.

En cuarto lugar, la promesa de la presente administración de que el precio de la gasolina no aumente en términos reales ha acrecentado el monto de los subsidios, en términos de recortes en la cuota del IEPS incorporada en el precio al consumidor. Dado que ésta virtualmente se ha llevado a cero, en adelante, los ‘estímulos’ tomarán la forma de descuentos al ISR y al IVA por pagar de los expendedores.

Respecto al Presupuesto federal de 2022, no es descartable que la reducción de los ingresos tributarios por esta medida supere el aumento de los ingresos petroleros asociado a los mayores precios del petróleo, lo cual debilitaría las finanzas públicas. Más importante resulta el hecho de que los subsidios no se dirigen a la población más pobre, desproporcionadamente afectada por las deterioradas perspectivas de ingreso y el aumento de la inflación.

Este artículo fue publicado originalmente en El Financiero (México) el 9 de marzo de 2022.