La sinrazón de un Banco Central en Irak

Por Steve H. Hanke

El 15 de octubre Irak empezó la distribución de nuevos billetes del dinar, agraciados con los retratos de un antiguo gobernante babilonio y un matemático del siglo X. Para el 15 de enero del 2004, los nuevos dinares reemplazarán a los dos tipos de billetes que se encuentran actualmente en circulación. Los viejos dinares de Saddam darán paso a los nuevos con una tasa de uno a uno, y los llamados dinares "suizos" (que circulan hoy en día en la región curda) serán canjeables por 150 dinares nuevos. Las cuentas bancarias y los contratos serán convertidos a las mismas tasas, y los salarios iraquíes serán pagados en los nuevos billetes. La nueva moneda será convertible en divisas bajo las tasas del mercado.

El cambio a la nueva moneda iraquí ha sido anunciado con una gran fanfarria en Bagdad y Washington. Como lo describiera el presidente George W. Bush, "La nueva moneda simboliza el renacimiento de la economía de Irak".

No tan rápido. Irak carece de ley y orden, sin mencionar un Estado de Derecho. Sin éstos, no debiéramos esperar que los nuevos billetes enciendan un milagro económico iraquí.

¿Por qué, con todo lo demás que tiene por hacer, la Autoridad Provisional de la Coalición (APC) ordenó una transformación del banco central y una nueva moneda? Porque el nacionalismo monetario—la idea de que cada país debería tener su propio banco central y una moneda única—ha sido la doctrina del Tesoro estadounidense desde inicios de los cuarenta, cuando el secretario Henry Morgenthau la consideró como una forma astuta de apagar los sentimientos nacionalistas. Como consecuencia de la incansable insistencia del Tesoro norteamericano, el número de bancos centrales en el mundo se ha disparado a 162, de únicamente 40 en 1940. Sin embargo, el hecho de que el nacionalismo monetario está vivo y coleando en el Tesoro sugiere que las autoridades estadounidenses han cerrados sus ojos al vergonzoso desempeño de la mayoría de los bancos centrales establecidos después de 1940. El nuevo dinar iraquí promete ser otra debacle monetaria, una que incrementará los crecientes costos de "reconstruir" Irak.

Para salvaguardar la estabilidad del dinar, el Banco Central de Irak debe estar en capacidad de regular el precio y la cantidad de dinero y crédito en la economía. Una manera de lograr este objetivo es mediante el uso de instrumentos políticos indirectos. Estos instrumentos operan mediante la influencia de las condiciones de oferta y demanda en los mercados monetarios, interbancarios y de intercambio extranjero. Debido a que tales operaciones toman lugar voluntariamente a precios de mercado, son considerados "de mercado".

Pero en Irak no existen las instituciones para que un banco central opere mediante instrumentos de política monetaria. No hay hasta el momento un mercado primario para la deuda del gobierno iraquí, y los pequeños mercados secundarios en deuda emitida por el gobierno de Hussein podrían muy bien desaparecer si la nueva administración decide no pagar el servicio de esa deuda. Tampoco existen mercados funcionales para los valores de deuda o activos emitidos por las empresas privadas iraquíes. Por lo tanto, no hay un mercado monetario formal en Irak tal y como se les entiende comúnmente. Además, no existe un mercado interbancario que enlace a los bancos a través de un sistema de pagos y arreglos. Al mismo tiempo, los mercados de intercambio extranjero son primitivos. Los intercambios con dinares no son administrados electrónicamente, sino mediante gritos en el bazar, lo cual hace que las intervenciones potenciales del banco central sean torpes, sino coercitivas.

Incluso establecer una tasa de interés de referencia o ajustar la cantidad de la base monetaria no puede suceder fácilmente en Irak. Debido a que no existe un mercado de préstamo interbancario, no existe una tasa de interés de mercado clara que el banco central pueda tener la esperanza de influenciar al establecer su propia tasa de préstamos. La mayoría de los países en desarrollo han topado con problemas similares cuando intentaron regular el precio del dinero y en su lugar decidieron regular la cantidad de dinero. En Irak, sin embargo, la cantidad de la base monetaria puede ser afectada únicamente a través de la alteración del monto de dinero en circulación, ya que no existen cuentas de reservas bancarias eficientes que puedan ser debitadas o abonadas en el banco central. Fajos de billetes deberán ser distribuidos físicamente a cambio de la entrega física de algún activo (muy probablemente billetes extranjeros, dada la escasez de instrumentos financieros vendibles).

La situación de los mercados financieros en Irak descarta todos los instrumentos indirectos "de mercado" de la política monetaria. Por lo tanto, el banco central se verá forzado a utilizar instrumentos directos que operan mediante regulaciones involuntarias, como control sobre las tasas de depósito y préstamo de los bancos, pisos y techos crediticios, cuotas de redescuento, proporción estatutaria de liquidez, controles crediticios selectivos y persuasión moral. La nueva Ley Bancaria del 16 de septiembre ordenada por la ACP reconoce esta difícil realidad. Por ejemplo, el artículo 15 declara que "Cada sucursal de un banco extranjero, si así lo ordena el Banco Central Iraquí, deberá mantener en Irak un exceso de activos sobre pasivos para los residentes de Irak en tal cantidad, si alguna, en que lo estipule el BCI".

Tales restricciones involuntarias sobre las cuentas de balance de los bancos contravienen el enfoque "de mercado" de administración monetaria y crediticia de un banco central. Éstas imponen dos costos: Primero, le imposibilitan a los bancos la colocación de sus carteras de valores en respuesta a las señales del mercado. Segundo, destruyen la competencia por los depósitos debido a que, por ejemplo, una vez que se alcanza el techo crediticio, los depósitos extra representan reservas ociosas en efectivo que no son deseadas. Por lo tanto, los bancos dejan de intentar atraer nuevos depósitos, o se abstienen de brindarle buenos servicios a los depositantes existentes. No es de sorprender que las regulaciones directas que gobiernan las cuentas de balance de los bancos han servido como un agente disuasivo para el desarrollo financiero en los países que las utilizan.

Si todo esto no fuera suficiente malo para Irak, la información sobre su economía es, en la mayoría de los casos, inexistente. El Fondo Monetario Internacional no tiene ningún dato de ni siquiera las cuentas de balance del banco central o del sistema financiero después de 1977, ni qué decir de las cuentas de ingreso nacional (inexistentes desde 1993), precios, tasas de interés o la balanza de pagos. En el futuro previsible, el banco central estará improvisando.

El nuevo gobernador del banco central, Sinan al-Shabibi, confundió a los reporteros en una reunión reciente del FMI en Dubai. Cuando se le preguntó sobre el nuevo régimen de tasa de cambio del dinar, al-Shabibi rechazó la idea de una tasa de cambio fija gobernada por una caja de conversión. Luego desestimó un dinar flotante. También atacó la idea de control de capitales y declaró que las autoridades intervendrían para evitar la fuerte depreciación del dinar—pero, ¿con qué? El banco central tiene pocas amuniciones para la intervención, y un nuevo suministro de reservas extranjeras de algún padrino comprometería la publicitada independencia del banco central.

Careciendo de los prerrequisitos para conducir políticas monetarias "de mercado", incluyendo alguna semblanza del Estado de Derecho, ¿qué deberían hacer los iraquíes? Deberían reemplazar el dinar por el euro o el dólar estadounidense. Irak entonces regresaría a un régimen que utilizó de 1916 a 1931, cuando la rupia india era de uso legal. Irak cuenta con los activos líquidos para ejecutar tal conversión monetaria, y si los valores iraquíes se quedan cortos, el Banco Central Europeo o la Reserva Federal pueden imprimir la diferencia y enviarla a Bagdad. Adoptar una moneda internacional evitaría los contratiempos de tener un banco central e inmediatamente proveería a los iraquíes de una moneda estable. Y aunque una moneda estable no es todo lo que se necesita-sin ésta, lo demás es nada.


Este artículo fue publicado originalmente en el Wall Street Journal el 7 de noviembre del 2003.

Traducido por Juan Carlos Hidalgo para Cato Institute.