La paradoja del empresario estatista
por Theodore J. Forstmann
Theodore J. Forstmann es profesor de desarrollo internacional en la Universidad de California en Los Angeles y es un académico asociado del Cato Institute.
Posiblemente, debido a que nunca fui entrenado apropiadamente en una escuela de negocios, siempre he encontrado al capitalismo empresarial atractivo, fácil de entender, y tan natural como caminar o respirar. Es un modelo económico que se enfoca en el crecimiento y permite al individuo la oportunidad de usar los talentos que Dios le dio. El éxito se puede alcanzar y el fracaso tolerar: en pocas palabras, así debería funcionar el mundo.
Posiblemente, debido a que nunca fui entrenado apropiadamente en una escuela de negocios, siempre he encontrado al capitalismo empresarial atractivo, fácil de entender, y tan natural como caminar o respirar. Es un modelo económico que se enfoca en el crecimiento y permite al individuo la oportunidad de usar los talentos que Dios le dio. El éxito se puede alcanzar y el fracaso tolerar: en pocas palabras, así debería funcionar el mundo.
Así que cuando Ed Crane me pidió que hablara sobre el empresario estatista, inmediatamente dos cosas me golpearon. La primera fue la teórica contradicción de términos ya que la mayoría de ciudadanos comunes, por supuesto equipararían la palabra empresario con capitalista, no con estatista. La segunda es que sería difícil encontrar algo muy bueno que decir sobre esta raza particular. Pero ya que no quiero terminar sonando como uno de los jubilados en el sur de la Florida, que fue a un restaurante una noche y se quejó tanto que el mesero finalmente le preguntó, "¿Está algo bien?" yo quiero introducir mis comentarios con algo que esté correcto. Es una cita de Domingo Cavallo, Ex Ministro de Finanzas de Argentina:
"Cada Peso," dijo Cavallo -y usted podría sustituirlo por "Dólar" o cualquier otra moneda -"es un contrato entre el gobierno y el poseedor del peso. Ese contrato garantiza que cada peso -como unidad de valor por la que el poseedor ha trabajado duro para obtenerlo- valdrá lo mismo mañana que hoy. Si el gobierno rompe este contrato, está rompiendo la ley. El único papel del gobierno en la economía debería ser el de garantizar la integridad de las transacciones de mercado."
Esa es una declaración simple, pero de alguna manera revolucionaria, revolucionaria porque su premisa de un gobierno pasivo y limitado difiere radicalmente del papel activista que el gobierno asume hoy.
Pero estos son tiempos revolucionarios, y la revolución verdadera es la que alcanza más allá de las políticas y el partidismo para desafiar algunas suposiciones básicas de la forma en que opera el mundo. Nuestro Vocero de la Cámara de Representantes, Newt Gingrich, ha advertido que "Las empresas estadounidenses no pueden ganar en el mercado de productos y servicios si ellas admiten la derrota en la guerra de ideas." Las líneas de batalla de esa guerra no están trazadas tanto entre los Republicanos y Demócratas, o entre conservadores y liberales, como lo están entre dos visiones del mundo diametralmente diferentes.
La visión estatista del mundo
Una visión comienza y termina con el gobierno. Es la de una sociedad estatista en la cual el gobierno regula y media en la mayoría de las relaciones humanas, económicas y de otra índole. La otra visión comienza y termina con el individuo. Es la de una sociedad civil en la cual las personas se organizan entre ellas a través de la asociación voluntaria y el intercambio. La sociedad estatista le promete felicidad a cambio de la mejor parte de su libertad. La sociedad civil solamente le garantiza su libertad. La felicidad depende de usted.
Quizás podamos entender el impulso estatista a favor de los carentes de experiencia o de educación, los discapacitados, los que no tienen libertad, la niñez y los enfermos. Pero, ¿por qué escogería el empresario negociar su capital más precioso: la libertad?
Sería fácil descartar al empresario estatista como un bribón o un tonto. La triste verdad es que no es ninguno de los dos. Recuerde lo que Voltaire dijo una vez: "Es peligroso estar correcto cuando el gobierno está equivocado." El empresario estatista simplemente está haciendo su trabajo. Probablemente él es solo parte de una gran corporación. El no hizo las reglas; solo las sigue. El no pregunta por qué el gobierno tiene todas las cartas, simplemente acepta la mano que le dieron. Para jugar seguro, el empresario burocrático le sigue el juego.
Pero al unírsele, en vez de pelear en contra de las fuerzas de un gran gobierno activista, él se vuelve parte del problema. De hecho, se vuelve una parte significativa del problema al cual contribuye en tres formas. Número uno: él es un conservador y no un creador. Número dos, él es un grupo de presión. Y número tres, él es utilizado como un argumento en contra del capitalismo, aunque él no es un capitalista en absoluto.
Mi primer punto es que el empresario estatista es un conservador en el sentido más literal de la palabra. Es un vigilante, no un tomador de riesgos. Raramente es el propietario de su propia empresa, valora más la permanencia que el crecimiento. En su misión de preservar y proteger, busca la protección del estado en lugar de lo que Schumpeter llamó "el vendaval perenne de la destrucción creativa." Puesto en forma sencilla, él quiere que el gobierno le garantice seguridad sin riesgos, la oportunidad de sobresalir sin la posibilidad de fracasar.
El taxista, el de la lavandería, y el peluquero no pueden operar de esta forma. Ellos no tienen departamentos de contabilidad; no pueden darse el lujo de contratar abogados ni activistas. El pequeño empresario está cerca del suelo mientras que el gran empresario está volando a 50,000 pies sobre él y a esa altitud no se ven individuos, se ven conjuntos. El peluquero no trata con conjuntos, trata con facturas de electricidad y suministros y clientes. Como George Burns dijo una vez "Es muy malo que las únicas personas que saben cómo manejar el país estén demasiado ocupadas manejando taxis y cortando el pelo."
Dado que la cultura corporativa es esencialmente conservadora --la aversión al riesgo, la resistencia al cambio-- usted pensaría que el empresario estatista se convertiría rápidamente en una víctima en nuestra economía siempre cambiante. Si estuviésemos operando en un verdadero mercado libre, así sería. Pero él se ha comprado un seguro en contra de las eventualidades, lo cual me lleva a su segunda contribución.
El empresario como activista
El empresario estatista es, por definición, un activista. Después de hacer las paces con el colectivismo del siglo veinte, él está preocupado fundamentalmente de "quién obtiene qué" de los poderes de redistributivos del gobierno. Busca subsidios para sí y castigos y regulaciones para sus competidores. щl es la figura miserable que Ronald Reagan describió como el tipo que esperaba que el cocodrilo se lo comería de último.
Después de la elección de 1994, yo leí un artículo que informaba cómo las corporaciones y los Comités de Acción Política (PAC) empresariales que apoyaron a los Demócratas durante la campaña, se encontraban luego compitiendo entre sí para pagar las deudas de campaña de los Republicanos ganadores. Esto se llama "agarrar el último tren" en la política, y el destino es Washington. Esos contribuyentes corporativos no tuvieron alguna clase de epifanía o conversión; simplemente reorganizaron política. En palabras de uno de los donadores, "Realmente, nosotros no lo vemos como un borrador en el lápiz, sino como una forma de dejarle saber al ganador que nos gustaría ser su amigo al igual que lo fuimos del hombre al que venció."
Es a esa clase de "amistad" a la que cuestionó el Ministro de Trabajo Robert Reich cuando retó al Congreso a cortar el "bienestar corporativo." Utilizando una lista hecha por el Instituto de Política Progresiva, Reich estima que el gobierno federal podría ahorrar $225 mil millones en cinco años cortando lo que él llama "Ayuda a Corporaciones Dependientes" asistencia para el rico en forma de subsidios especiales y exoneración de impuestos. La lista incluye cosas como exoneración de impuestos a firmas farmacéuticas que operan en Puerto Rico, créditos para productores de gas etano, subsidios a agricultores cuya comida se vende por debajo de los precios estipulados por el gobierno, y subsidios a empresas de electricidad que operan en áreas rurales mucho después de que la electrificación --el propósito original del programa-- se ha completado.
El empresario estatista le dirá que Reich está completamente equivocado. Yo no estoy de acuerdo. Asombrosamente, yo creo que él está completamente correcto. Los subsidios que el gobierno concede a corporaciones particulares son fundamentalmente anticapitalistas. Pero predeciblemente, por supuesto, Reich está en lo correcto por todas las razones equivocadas. щl quiere cortar la asistencia corporativa para poder expandir la asistencia social. щl está a favor de limitar los reclamos de las empresas al gobierno, no está a favor de limitar el control del gobierno sobre las empresas. Ansía abolir los subsidios, no los castigos. Debido a ello, los estatistas Republicanos reclamarán que Reich es hostil con el capitalismo. Y tienen razón, pero recuerde que en este debate de Alicia en el País de las Maravillas, los programas que se desea cortar, para comenzar, no tienen nada que ver con el capitalismo.
Ensuciando el capitalismo
El empresario burócrata no es mejor que cualquier otro grupo de interés especial que vive de Washington. Pero en un sentido importante, él es mucho peor, lo que me lleva a la tercera parte del problema que él crea. Los activistas dan un mal nombre a las cosas por las que presionan. La NEA da un mal nombre a la educación. La AMA da un mal nombre a la medicina. Pero, el empresario estatista no le da un mal nombre al estatismo, ¡le da un mal nombre al capitalismo!
La cita que siempre sale a relucir para acusar al capitalismo es de Thomas Murphy, antiguo Presidente de GM. "General Motors no está en el negocio de hacer carros. General Motors está en el negocio de hacer dinero." En un mercado libre verdadero, usted no sería capaz de hacer dinero sin hacer un producto de calidad. Pero el empresario burocrático está constantemente encontrando vías alrededor de esa dificultad. Por ejemplo, puede presionar al gobierno para que ponga sanciones comerciales contra Japón. Puede presionar al gobierno para que le dé subsidios. Puede presionar al gobierno para que haga una campaña publicitaria pagada por los contribuyentes. Existe toda clase de formas en las que uno puede socavar el mercado libre y todavía ganar ¡todo en el nombre del capitalismo!
Cometiendo pecados estatistas bajo la cubierta del capitalismo, el empresario burocrático da falso testimonio contra el mercado libre. Y por eso es que yo estoy aquí hoy, simplemente tratando de aclarar la terminología de este debate. Piense en esto: hoy vivimos en un mundo donde los liberales son realmente los conservadores; los conservadores son realmente los liberales; y la mitad de los empresarios ni siquiera son capitalistas. Por eso es que yo sugiero que afiancemos nuestro debate a las definiciones muy simples de Cavallo acerca del papel del gobierno: "para garantizar la integridad de las transacciones de mercado."
¿Qué significa esto, por ejemplo, cuando el presidente nos dice, como lo hizo en el discurso del Estado de la Unión, que el gobierno federal todavía quiere ser socio trabajando "hombro con hombro" para ayudar a la clase media? Dada la evidencia monumental del fracaso del gobierno durante los últimos 25 años, no estoy seguro si debemos interpretarlo como una promesa o una amenaza. Clinton promete, una vez más, "reinventar el gobierno." Pero lo que él no entiende es que las personas no quieren un gobierno reinventado, lo quieren reducido. Ellos no quieren burocracia modernizada, la quieren minimizada.
¿Qué debemos pensar cuando el presidente propone un presupuesto que gastará $1.6 billones y luego nos dice cuánto dinero eso va a ahorrar? Cuando nos dicen que nuestro gobierno gastará $1.6 billones el próximo año, nuestros ojos se ponen en blanco. Eso se debe a que tratar de imaginar $1.6 billones es como tratar de imaginar la eternidad o el infinito. Finalmente, ¿qué significa cuando los Republicanos y los Demócratas por igual nos advierten sobre todo el "dolor" que envuelve el recortar los gastos del gobierno? ¿Dónde está el dolor de que ellos gasten menos de nuestro dinero? Tal vez es doloroso para los políticos, pero para el ciudadano promedio, ¿qué dolor puede haber en guardar más de su propio dinero para invertirlo en la forma en que él quiera?
También quisiera saber qué diría el Señor Cavallo acerca del debate completo sobre cuánto "costará" al gobierno los diferentes planes para reducir impuestos. Ningún gobierno en la historia del mundo ha pagado el costo de nada. Los impuestos le cuestan a las personas. La reducción de impuestos no le cuesta al gobierno.
Esos simples principios son tan verdaderos para Arizona como lo eran para Argentina. Y fue un Senador de Arizona quien quizás los articuló mejor. "Yo tengo poco interés en modernizar el gobierno o hacerlo más eficiente," dijo Barry Goldwater:
"ya que pretendo reducir su tamaño. Yo no prometo fomentar la asistencia, porque pretendo expandir la libertad. Mi propósito no es aprobar leyes, sino anularlas. No es inaugurar programas nuevos, sino cancelar los viejos que violan la Constitución o que han fallado en su propósito, o que imponen una carga financiera no deseada a las personas... Y si después me atacan por no cumplir con los "intereses" de mis constituyentes, debo responder que fui informado que su mayor interés es la libertad y que en esa causa estoy haciendo lo mejor que puedo."
Deberíamos estar agradecidos que no estamos en la situación en que nos encontrábamos hace 20 ó 30 años, cuando muchos temían --o esperaban-- que estuviéramos al borde de convertirnos en unos Estados Unidos Socialistas. Nadie habla, como George McGovern o John Kenneth Calbraith lo hicieron una vez, de nacionalizar las industrias. En general, la pregunta de si el gobierno puede mejorar el mercado libre se ha resuelto, y la respuesta es "no, no puede." No puede porque no es su papel.
Expandiendo la revolución capitalista
La pregunta para el siglo veintiuno será si el mercado libre puede mejorar al gobierno; y yo creo que la respuesta es "si, si puede." Mientras vemos hacia los retos de la economía globalizada del mañana, la respuesta no es solamente de que puede sino de que debe.
Aún si los Republicanos aprueban cada artículo en su "Contrato con América," solamente habrán triunfado en liberar la economía, la mitad de arriba de nuestra sociedad. La mitad de abajo todavía estará atascada en la burocracia socialista. En ese sentido, el contrato deja intacto nuestro contrato social actual, el que Jack Kemp describe como "capitalismo para el rico y socialismo para el pobre."
Tal vez estemos ganando la batalla de ideas, pero aún podríamos perder la guerra. Las revoluciones verdaderas barren con el 100 por ciento de una sociedad, no con el 50 por ciento. Por supuesto liberemos la economía. Pero no tendremos una verdadera revolución, y no podremos mantenernos a la par de los retos de la nueva economía, si no liberamos a aquellos que están en cuarentena en los límites deteriorados del estado benefactor en colapso.
Yo hablo, no sólo de los costos directos de las políticas socialistas exorbitantemente caras; no hablo sólo de los costos de oportunidad de todos aquellos que no nos acompañarán a crear la nueva economía; hablo del precio de la continua degradación humana de aquellos para quienes el estatismo ha fallado en ayudar y el capitalismo ha fallado en alcanzar. Esa situación no es sólo moralmente inescrupulosa sino que políticamente insostenible. Recuerde, el empresario estatista no desacredita el estatismo, desacredita el capitalismo. Y créame, cualquier incremento en desempleo, ó falta de vivienda, ó pobreza infantil desde el día en que se inició el Congreso Ciento Cuatro, será visto no como falla del estatismo sino como fracaso del capitalismo. Si fuéramos ya sea un país estatista o uno libertario de economía de libre mercado, sabríamos qué hacer. Pero no somos ni uno ni otro. Y somos ambos.
La cosa más difícil de hacer para un país es cruzar el puente de la revolución. Eso es porque no importa qué tan mal estén las cosas en este lado del puente, siempre hay temor de que las cosas del otro lado podrían estar aún peor. Yo creo que conforme nos acercamos al siglo veintiuno, necesitamos líderes que nos puedan contar historias del futuro ,líderes con una visión de cómo se ve la vida en el otro lado de la historia. En el análisis final, las revoluciones son alimentadas no sólo por frustraciones, no sólo por teorías, no sólo por indignación, sino por una visión de un mejor futuro y la voluntad de cruzar el puente.
Traducido por Dinora de Aparicio.