La hipocresía anti-petróleo de Biden

Juan Ramón Rallo dice que no tiene sentido que Joe Biden se presente como un adalid anti-combustibles fósiles conforme se queja de que otros países no aumenten los suficiente la oferta de crudo.

Por Juan Ramón Rallo

Los países occidentales han emprendido una cruzada contra los combustibles fósiles como el carbón, el gas o el petróleo. La principal fuente de energía que ha cimentado nuestra prosperidad durante los últimos dos siglos se halla bajo asedio por su contribución al calentamiento global. De ahí que la mayoría de países europeos ya hayan aprobado legislaciones dirigidas a alcanzar la neutralidad de carbono en 2050 y que EE.UU., sin haber aprobado nada oficial al respecto, sí haya empezado a dar pasos en la dirección de descarbonizarse.

Por ejemplo, desde la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca, se han suspendido todas las nuevas concesiones para extraer petróleo y gas en suelo federal y en aguas territoriales. A su vez, se ha paralizado la extracción de petróleo en el noreste de Alaska y se han revocado los permisos para construir el oleoducto Keystone XY (el cual ambicionaba transportar casi un millón de barriles diarios de petróleo desde la provincia canadiense de Alberta hasta las refinerías de EE.UU.). Las decisiones podrán parecernos cuestionables pero tienen un propósito claro: ir desconectando a EE.UU. de la producción y del consumo de combustibles fósiles. Ahora bien, si esa es la decisión que se ha adoptado, debería hacerse con todas las consecuencias. Y las consecuencias son que, hasta que dispongamos de nueva y mejor tecnología, prescindir de los combustibles fósiles es muy caro.

Baste observar qué está sucediendo con los precios de la gasolina en EE.UU.: el galón ya se ubica por encima de 3,2 dólares… la cifra más elevada desde 2014 y más un 50% superior a la vigente hace dos años. Aunque se trata de un precio que en España equivaldría a unos 75 céntimos por litro de gasolina y que, en consecuencia, haría las delicias de muchos conductores, en EE.UU. se trata de un precio inusualmente alto, máxime para la intensidad de consumo de combustible que se hace internamente. De ahí que la opinión pública se haya girado desairada contra su presidente y éste haya optado por echar balones fuera. Según ha manifestado Biden desde Glasgow, la culpa de que la gasolina se esté encareciendo es de Rusia y de la OPEP por negarse a incrementar la producción de petróleo.

Pero lo cierto es que, de los tres grandes productores globales de petróleo (EE.UU., Rusia y Arabia Saudí), Arabia Saudí ya ha regresado a los niveles de producción pre-pandemia y Rusia está muy cerca de hacerlo. El gran rezagado en la carrera por aumentar la oferta de crudo es… EE.UU. Y, al respecto, las políticas de Biden tienen buena parte de la culpa. Si paralizas la extracción de crudo y obstaculizas nuevas inversiones, entonces es lógico que tu oferta se estanque y que, en un contexto mundial de alza de la demanda, los precios del crudo suban.

¿Tiene sentido que Biden se presente como un adalid anti-combustibles fósiles desincentivando su producción local y, al mismo tiempo, se queje de que otros países no aumenten mucho más la oferta de crudo y, por tanto, encarezcan la gasolina a los estadounidenses? No lo tiene. Es un gesto de hipocresía de quien rechaza asumir el coste real de sus decisiones políticas. Si se quiere combatir el cambio climático, hágase asumiendo sus costes, no ocultándolos y falseándolos.

Este artículo fue publicado originalmente en La Razón (España) el 7 de noviembre de 2021.