La compra de votos
Por Jerry Taylor
Para mortificación de los políticos y de la prensa, la mayoría de los estadounidenses le dedica muy poca atención a la política y menos aún al gobierno. Para la mayoría de la ciudadanía, el gobierno es como el clima: omnipresente, incontrolable, potencialmente molesto y a menudo amenazante. Puede resultar ser, de vez en cuando, un espectáculo interesante y algunos le cogen el gusto, como los que siempre ven el Canal del Tiempo para saber si va a hacer frío o si viene una tormenta. De la misma forma, millones de estadounidenses suelen sintonizar el informe anual del presidente al Congreso, de manera de no ser sorprendidos por algún vendaval originado en Washington. Pero para los devotos del poder gubernamental, se trata -ni más ni menos- de una fecha sagrada para reconfirmar la fe en el gobierno y para ganar nuevos adeptos.
Bill Clinton, el sumo sacerdote gubernamental, ha sido uno de los más exitosos en lograr nuevos adeptos a la causa desde tiempos de Franklin Roosevelt. Su método evangélico le promete a cada uno absolutamente todo lo que desea, recorriendo la nación para consolar al inconsolable, remediar lo irremediable, limpiar la corrupción, enriquecer a los pobres y -necesariamente- viceversa. Su principal promesa es que el gobierno nos salvará de todas las degradaciones del mercado. En las palabras del inolvidable periodista H. L. Mencken, eso significa salvarnos de tener que trabajar duro, ahorrar y pagar de nuestro bolsillo por lo que queramos. ¿Quién puede estar en contra de afiliarse a tal congregación?
Este año, en su informe al Congreso, Clinton hizo todo lo imaginable por asumir el crédito por una economía en pleno auge y por el sorprendente superávit presupuestario resultante de ese mismo auge. Los economistas, sin embargo, no atribuyen la prosperidad económica ni a Clinton ni al Congreso, sino a avances sin precedentes en productividad generados por la tecnología, a los esfuerzos de las empresas en modernizar operaciones y reducir sus gastos, a la vigilancia de la Reserva Federal contra la inflación y a la globalización de la economía. Lamentablemente, el público sólo oye a los políticos de ambos partidos asumir el crédito o culpar a sus contrarios por los altibajos de la economía, hasta el punto que llegan a sobreestimar la influencia del gobierno en ambas direcciones. En el mejor de los casos, lo que se puede afirmar es que las actuaciones de Clinton no frenaron el auge. Pero también podríamos argumentar que la economía hubiera crecido mucho más si el gobierno no le hubiera metido tanto la mano en el bolsillo a los inversionistas en la última década.
El presidente también propuso una tempestad de nuevos programas, adiciones a los viejos programas e iniciativas sociales. Un rápido recuento de sus ofrecimientos suman 101 propuestas para aumentar la participación del gobierno. Con el superávit actual, ya no se oye nada sobre aquello de acabar con la "era del gobierno grande". Clinton quiere pagar por gran parte del cuidado de la salud, incluyendo las medicinas. Clinton quiere pagar por el cuidado de los niños; es decir, por un verdadero estado nodriza. Quiere pagar por las pensiones. Quiere pagar por la educación. Y si usted forma parte del grupo que suele votar, Clinton le ofrece un saco lleno de dinero.
Pero sorprende que la personificación anual que Bill Clinton hace de San Nicolás no despierta la preocupación de los eternos cruzados contra la corrupción del dinero en los corredores del poder. Estos no se dan cuenta que la mayor corrupción no emana de los cabilderos e intereses especiales tratando de lograr ventajas de los políticos y funcionarios para beneficio de sus grupos de presión, sino del otro lado: de los funcionarios comprando el apoyo de los grupos de presión, repartiendo miles de millones de dólares provenientes de los impuestos, nuevos privilegios respecto a regulaciones y demás favores. Las contribuciones a las campañas políticas son, apenas, unas cartitas dando las gracias por favores recibidos. El informe anual de Clinton fue, básicamente, ejemplo de la compra de votos a una escala colosal.
El gobierno es un todopoderoso muy celoso. Nos permite retener algo del dinero ganado con el sudor de nuestra frente, especialmente si prometemos gastarlo como él lo aprueba. Tenemos un código del impuesto sobre la renta de 1.700 páginas para castigarnos o beneficiarnos, según decidamos gastar nuestro dinero. Los nuevos programas de Clinton aumentarían ese instructivo a no menos de 1.900 páginas: 200 páginas de zanahorias y palos. También está claro que el financiamiento de todos esos programas tendría que ser extraído de los bolsillos de la gente. Tratar de remediar cada nuevo mal social costará el sacrificio de algunos cuantos y eso lo sabe la ciudadanía. El pico de plata de Clinton parece incapaz de convencer a la mayoría de las ventajas de propiciar una nueva estampida gubernamental.
Artículo de la Agencia Interamericana de Prensa Económica (AIPE)
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