Japón y las distinciones económicas

Por Alan Reynolds

Los pronosticadores económicos usualmente tratan de comparar a la actual economía estadounidense con tiempos y lugares distintos. Aquellos con una visión sombría tienen la inclinación de señalar a la estancada economía "post-burbuja" de Japón, sugiriendo que eso prueba que la caída de los precios de las acciones en Estados Unidos muy probablemente podría estancar a la economía norteamericana por más de una década. La revista The Economist afirma que "la economía estadounidense se asemeja terriblemente a la de Japón a principios de los noventa." No, no es así.

El mercado de valores de Japón permaneció fuerte de 1988 a 1990 porque para entonces la economía estaba creciendo 5.7% al año. Y el mercado de valores japonés se ha comportado horrible desde 1992 porque la economía apenas creció un 1% al año y las ganancias fueron aún peores. El concluir que la economía de Japón dejó de crecer porque el mercado de valores cayó es el entender el efecto y la causa al revés.

Los problemas de Japón comenzaron con el Acuerdo Basle de 1988 que creó fuertes regulaciones para los bancos del mundo. A inicios de los noventas, los severos estándares de capital empezaron a forzar a los bancos a disminuir los préstamos a las empresas y a aumentar sus tenencias de bonos de gobierno. Los bancos japoneses fueron obligados por el Banco de Japón a racionalizar severamente el crédito.

Así como el Banco de Japón estaba trabajando fuertemente en "reventar la burbuja" en los precios de las acciones y de la tierra, el Ministerio de Hacienda japonés decidió hacer lo mismo con nuevos impuestos a las ventas al por menor, las ganancias de capital y a la tierra. El impuesto a las ganancias de capital hizo menos atractivo el tener acciones, haciendo que éstas cayeran aún más. El impuesto sobre la tierra tuvo el mismo efecto depresivo sobre los precios de las propiedades, y consecuencias fatales en las acciones y los bancos. La tierra había sido un activo clave detrás de las acciones corporativas y un colateral importante para los préstamos bancarios. Por su parte las acciones eran una porción significativa del capital bancario. Cuando cayó el valor de las acciones que los bancos poseían, las regulaciones de Basle exigían que se ejerciera aún mayor presión sobre los préstamos comerciales y de consumo.

Desastrosas políticas monetarias y tributarias hundieron el valor de las acciones y tierra japonesas, y aniquilaron los colaterales de capital y de préstamos de los bancos. Los recortes ordenados en el crédito bancario llevaron a la quiebra de muchas compañías. Buenos préstamos se convirtieron en "malos préstamos" gracias a la mala economía. Mientras tanto, el gobierno desperdiciaba enormes sumas de dinero en obras públicas onerosas que comprometieron a los futuros contribuyentes con una gigantesca deuda pública. Tal y como lo señaló The Economist, "las autoridades de Japón parecen haber seguido el libro de texto keynesiano."

Ya que los bancos nipones han estado por mucho tiempo al borde del colapso, con $423.000 millones en malos préstamos, los temerosos japoneses sacan el dinero de los bancos y atesoran la moneda. Esta corrida bancaria en cámara lenta obliga a los bancos a mantener efectivo extra en reserva, en caso de que muchos depositantes retiren su dinero de una sola vez.

El dinero que los japoneses están escondiendo debajo de los colchones más las reservas bancarias extras se acumulan a la "base monetaria." El Banco de Japón pudo aumentar la base monetaria mediante la compra de bonos japoneses o estadounidenses y pagar por ellos como forma de incrementar las reservas bancarias. Una vez que los bancos hubieran tenido suficientes reservas, podrían incrementar sus ganancias usando las reservas extra para crear cuentas corrientes mediante la compra de bonos o a través de préstamos.

Desdichadamente el Banco de Japón simplemente no entiende. Así que la demanda de efectivo sigue superando a la oferta. El resultado se manifiesta en un rápido crecimiento de la moneda, la cual la guardan los japoneses, pero un crecimiento bastante lento de mediciones más amplias de oferta monetaria. En el último año, la definición ampliada de oferta monetaria creció 8.3% en Estados Unidos, pero sólo 3.5% en Japón.

Para obtener el efectivo que tanto ansían, los nipones no tienen otra alternativa que liquidar los bienes y activos a precios de remate. El resultado es la caída de los precios-la deflación. La carga real de las deudas viejas aumenta porque los productores tienen que vender más para recaudar el mismo monto de yen. Los consumidores y comerciantes no se apresuran a comprar, ya que todo será más barato si se esperan.

Uno se puede preguntar qué tiene que ver todo esto con Estados Unidos hoy en día. Absolutamente nada. A diferencia de Japón, el gobierno norteamericano no está tratando de introducir nuevos impuestos a los accionistas, compañías o a la tierra. Por el contrario, han habido rayos de esperanza de que la administración Bush haga lo contrario, quizás reduciendo el impuesto a los dividendos a un 20%. A diferencia del Banco de Japón, desde el 2001 la Reserva Federal no ha perdido la cordura tratando de desanimar al mercado de valores. Los bancos estadounidenses están en buena forma y los depositantes norteamericanos están confiados de que su dinero está a salvo.

Las comparaciones superficiales entre las llamadas "burbujas" en Japón y Estados Unidos ignoran todos los hechos que importan. Hay lecciones que aprender del prolongado fiasco nipón, pero estas son lecciones sobre cómo malas políticas producen malos resultados.

Traducido por Juan Carlos Hidalgo para Cato Institute.