En medio del caos, la Asamblea Constituyente boliviana parece ir camino al fracaso

Por Emilio J. Cárdenas

La gestión de Evo Morales al frente del Poder Ejecutivo boliviano pareciera ser una mezcla de total ineptitud y extendida corrupción. Como en otras latitudes de nuestro continente, su accionar político está basado en la prédica constante de la “lucha de clases”, expresión marxista que —sabemos muy bien en la Argentina— supone la siembra permanente del odio y de los resentimientos con cualquier excusa, lo que divide a la sociedad.

Nada de lo que Evo Morales, con bombos y platillos, oportunamente propusiera parece haber tenido éxito. Todo está empantanado. Y lleno de barro.

La publicitada nacionalización del riquísimo sector boliviano de los hidrocarburos ha resultado, en verdad, apenas una reforma tributaria más. Sólo eso. El resto es sensacionalismo.

Mientras tanto, la inversión en el sector está —naturalmente— paralizada. Tanto que Petrobrás (empresa a la que difícilmente se pueda acusar de imperialista) acaba de devolver áreas de exploración a Bolivia, atento a que no están dadas las condiciones para invertir lo que se requiere para poder desarrollarlas. Esto a pesar de que, según acaba de reconocer el ex presidente de YPFB, Manuel Morales Olivera, los autores de la presunta nacionalización de los hidrocarburos del país del norte no fueron, como anunciara don Evo, un puñado de “bolivianos patriotas”, sino aquellos cuyos carísimos servicios contratara —y pagara— nada menos que PEDEVESA (Hugo Chávez, entonces). Hablamos de un conocido estudio de abogados de Wall Street, en Nueva York: Curtis, Mallet-Prevost, Colt and Mosle. Así son las cosas. Poderoso caballero es Don Dinero y algunos, queda visto, se inclinan presurosos ante él, dejando de lado principios y creencias.

A su vez, la también publicitada reforma estructural del sector minero boliviano está absolutamente paralizada. Los cooperativistas se niegan a dejar de ser empresarios por cuenta propia y resisten violentamente a la pretendida estatización de lo que consideran suyo.

Lo más llamativo, no obstante, es lo que está ocurriendo en la Asamblea Constituyente, oportunamente convocada presuntamente para refundar a Bolivia. El plazo de un año que en su momento se le confiriera para aprobar una nueva Constitución política está ya muy avanzado y ni siquiera ha aprobado un solo artículo de lo que debería ser la propuesta de una nueva Carta Magna para el país.

Se gastaron los primeros ocho meses en una estéril discusión del “Reglamento de Debate”, a través de la cual el partido de gobierno (el MAS) pretendió, sin éxito alguno, trampear las reglas claras que establecen la Constitución vigente y la Ley de Convocatoria a Asamblea Constituyente, que requieren contar con una mayoría de dos tercios para poder aprobar una nueva Constitución, de la que el MAS no dispone. De mil solapadas maneras, el MAS procuró hacerlo por simple mayoría, pero ante la valiente reacción de una oposición que no se dejó intimidar, fracasó en cada uno de sus torcidos intentos.

Quedan solamente cuatro meses y muy pocos apuestan a que la Constituyente podrá cumplir con su cometido. De pronto, es como si el gobierno y la oposición coincidieran en apostar a su fracaso. Esto no es sorprendente en un país en el que se dice que los políticos locales no desperdician nunca una oportunidad para dejar todo sin hacer.

Para muchos esto es así porque el gobierno quiere poder culpar mañana a la oposición de boicotear a la Constituyente, para así poder —luego del fracaso del mecanismo constitucional— poner de improviso sobre la mesa su propio proyecto de Constitución (que todavía mantiene oculto, seguramente porque, como cabe esperar de la clara orientación marxista de Morales, no se trata de un proyecto democrático) y hacerlo aprobar a “rajatabla”, mediante un mero referéndum popular rodeado de presiones y violencia callejera orquestada desde lo más alto del poder, como es habitual en una región que parece haberse ido alejando no sólo de las pautas de la democracia, sino también de las de la decencia política. Por simple mayoría entonces, pese a lo que especifica claramente la Constitución boliviana.

En rigor, lo que Evo Morales trata ahora de asegurarse es, primero, un segundo mandato y, luego, un tercer mandato, para empezar así de nuevo en el 2008 y regresar en el 2013. Una vez más, el objetivo es concentrar en su derredor todo el poder, por el mayor tiempo posible. ¿Suena algo conocido, no es así? Y como no tiene esposa que lo ayude a encontrar vías indirectas de permanecer en el sillón presidencial, lucha por su propia cuenta.

Para esto, Morales pretende mejorar —de alguna manera— sus actuales posibilidades, a través de dos medidas simultáneas que, supone, podrían entonar —con dos nuevos nichos— su caudal de votos. Primero, haciendo que los bolivianos emigrados puedan votar de ahora en más. Segundo, reduciendo la edad que habilita a los ciudadanos bolivianos a concurrir a las urnas a votar de los actuales 18 años, a los 16 años.

La idea de Morales pareciera ser la de tratar de consolidar una situación que le permita superar el caudal de votos leales del que todavía cree puede disponer actualmente. Recordemos que Morales obtuvo, en 2005, cuando fuera electo presidente de su país`, un 53,7% de los votos totales. Gracias a su verdadero diluvio de desaciertos, al año siguiente, en oportunidad de votarse para la elección de los constituyentes, ese caudal disminuyó al 50,7%.

El margen aparenta ser, entonces, demasiado estrecho como para lanzarse de lleno a la alternativa del referéndum que Morales avizora, razón por la cual trata de entonar su caudal mediante las medidas que hemos señalado más arriba y visitas, con su gabinete y los medios, a los departamentos que procuran su autonomía.

Pese a que claramente los votos que Morales tiene cautivos presentan un claro componente étnico, la situación luce demasiado poco confortable. Ya no puede contar con muchos de aquellos a los que su hermano Hugo Morales llama —despectivamente— “blancoides”. Es más, las últimas encuestas sugieren que ya un 56% de los bolivianos está en contra de su reelección, lo que será difícil de revertir. Porque si algo puede suceder es que ese margen aumente, antes de que eventualmente disminuya.

Mientras estas especulaciones ganan fuerza, el valiente cardenal Julio Terrazas (el hombre que hiciera recular rápidamente a Morales en su intento de quedarse con las riendas de la enseñanza en Bolivia, para imposibilitar la enseñanza religiosa) recordó en su homilía del pasado Jueves Santo a aquellos que están (allí y aquí) empeñados en la siembra de los resentimientos. Agregó que Cristo propuso una Carta Magna “unificadora”, edificada sobre el amor y la fraternidad, y no “disgregadora” por predicar la confrontación, como proponen el MAS y algunos otros, siguiendo las instrucciones expresas que les llegan de sus aliados de La Habana y Caracas, ya graduados en las técnicas de desunión que permiten a los déspotas eternizarse en el poder.

Queda visto que el camino que está recorriendo Bolivia no conduce fácilmente al bienestar de su pueblo. Pareciera, más bien, llevarlo a nuevas encrucijadas y enfrentamientos intestinos. Esto es lamentable para todos quienes creímos que Morales podía aprovechar una oportunidad que era realmente histórica para todo su pueblo, que está claramente desperdiciando. No sólo por fanatismo, también por total ineptitud para poder levantar la vista y gobernar más allá de su propio entorno.

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