El regreso de quien nunca se fue
Por Lorenzo Bernaldo de Quirós
El fallido golpe de Estado contra Hugo Chávez y/o su exitoso autogolpe, según se mire, serían un sainete si no reflejasen una realidad dramática: el desarrollo de un proceso de subversión del sistema democrático. Chávez ha desmantelado todos los instrumentos del control del poder aniquilando la división de poderes en nombre de una supuesta "revolución bolivariana", versión caribeña de la democracia totalitaria definida hace cuatro décadas por Talmon. Su expresión más clara es la identificación directa del líder con el pueblo, relación mística cuya expresión política sólo es capaz de interpretar el Supremo, es decir, el carismático presidente venezolano. En este contexto, la democracia liberal es un desagradable estorbo que es necesario destruir para no interferir la expresión directa de la soberanía popular encarnada por el máximo jerarca de la nación. En esto consiste el concepto de democracia participativa formulado por el dirigente de Venezuela.
Desde su ascenso al poder, todos los movimientos de Chávez van encaminados a controlar la sociedad, a fusionarla con su partido-movimiento (MVR) y a dinamitar los escasos cimientos institucionales que todavía otorgan a los ciudadanos unas garantías y autonomía mínimas frente a la discrecionalidad del ejecutivo. En este sentido, el gobierno impulsa la creación de los denominados "círculos bolivarianos" en las escuelas, en las barriadas, en todas y cada una de las esferas públicas de la sociedad venezolana. Esta recreación de los cubanos Comités de Defensa de la Revolución tiene un objetivo: introducir un control totalitario de la sociedad civil. El líder venezolano camina en esa dirección con paso firme y sin las restricciones que frenaron un proceso de esa naturaleza en el Chile de Allende, esto es, una clase media extensa y el desplome de la economía.
La tentación totalitaria de Chavez no viste los ropajes propagandísticos del viejo marxismo-leninismo pero sus metas son similares. Hasta ahora ha mantenido las formas de la democracia pero las ha desnaturalizado y pervertido al servicio de un modelo de sociedad a la cubana. Esta es la meta final de la revolución bolivariana. Por ello es un error no tomar en serio al mandatario venezolano. Por el contrario, el presidente de Venezuela es un foco de desestabilización a medio plazo. En una Iberoamérica castigada de nuevo por la crisis económica, con los partidos tradicionales desacreditados, las capas más desfavorecidas de la sociedad pueden buscar la "salvación" en fórmulas políticas antidemocráticas. Chavez no es un dictador clásico ni un filofascista, sino un hijo de la tradición de la izquierda revolucionaria iberoamericana.
En esta línea, la nueva izquierda de América Latina es una mezcla explosiva de las distintas corrientes "gauchistas" que han campeado por ese continente en el siglo XX: la utopía revolucionaria del marxismo adobada por el mito del buen salvaje rousoniano, el populismo de corte peronista y el indigenismo, esto es, todos los elementos de un ideario clásico antioccidental. Por eso, en el Arca de Noé chavista caben los narco-revolucionarios de las FARC, los movimientos guerrilleros que vuelven a emerger en la región, los etarras prófugos de la justicia española y, por supuesto, los partidos democráticos de izquierda como el del brasileño Lula. Sus coqueteos con los regímenes autoritarios de Oriente Medio, Irak, o sus críticas a la guerra de Afganistán son la consecuencia lógica de su ideario. Por eso, la vuelta de Chávez al poder no es un éxito, sino un fracaso de la democracia y una pésima noticia para Venezuela.