El proteccionismo no salvará la moneda china

Por Roberto Salinas-León

El corto-plazo, sin duda, es mucho más divertido que el largo-plazo. Preferimos hablar de la balanza comercial, de la "Fed" y sus recortes, del sobrecalentamiento, que si es allá o acá, de la globalifobia y la brecha digital, o de si el tipo de cambio cerrará el año en la favorita estimación de los vanidosos. El largo plazo, sin embargo, nos dicta el camino, el nivel de prosperidad, la visión que se debe adoptar.

Un tema capital es el futuro del dinero concebido más allá de si naciones deben o flotar o fijar sus tipos de cambio, o especulaciones alrededor de una unión monetaria en las tres principales regiones geomonetarias del mundo. El futuro del dinero, en el largo-plazo, está íntimamente ligado con el progreso digital y la sofisticación de sistemas tecnológicos de información y comunicación. Así lo conciben especialistas tan diversos como Walter Wriston, Judy Shelton, James Dorn o Reuven Brenner. El propio Milton Friedman, padre del monetarismo, vaticina que el desarrollo de las tecnologías de Internet implica la gradual pero total desaparición de la manipulación política del dinero.

La función del dinero conlleva tres características: almacenar ahorro, servir como un medio de intercambio, y fungir como unidad de cuenta. Estas tres características se han perdido ante el tratamiento del dinero como símbolo patrio, como ícono nacionalista, como una muestra de orgullo soberano en nuestras fronteras. La clase política ha aprovechado la oportunidad para perpetuar aberraciones como la inflación y la devaluación o la vanidad de suponer que el sistema monetario puede funcionar como un instrumento de crecimiento.

La revolución digital implica recobrar las principales características del dinero, por medio de su total despolitización. En concreto, el fenómeno del dinero electrónico, o sea, el "e-money," ofrece la oportunidad de "privatizar" la moneda, de hacer desaparecer el dinero emitido por las autoridades gubernamentales. En ese escenario digital, futurista pero de largo-plazo, la competencia y la disminución de los costos de transacción llevarían a que un emisor privado, en forma completamente anónima, pueda captar mercado pagando premios a los usuarios del medio de intercambio, por ejemplo, una tasa de interés que comparta la ganancia del señoraje con los usuarios del dinero.

Como consecuencia, ello bajaría la demanda de dinero emitido por la banca central, lo cual obligaría a los bancos a reducir base monetaria, o pagar el costo inflacionario de un mayor número de billetes en circulación, con lo cual se daría una fuga gradual hacia el dinero privado. A su vez, las emisiones de dinero digital tendrían, para permanecer en el mercado, que disfrutar convertibilidad a una canasta de bienes, o a fondos con títulos calificados, o de plano una reserva en oro. En ese entorno, el reto sería desarrollar un marco institucional que brinde normas transparentes para el sistema de pagos. Esta oportunidad, de darse, no sería por medio de una revolución, sino por medio (en las palabras de Jim Dorn) de una "lenta evolución," un orden espontáneo de competencia monetaria, donde el buen dinero (aquel que preserva valor adquisitivo) desplaza al mal dinero (pesos devaluados, bahts inflados, euros depreciados, yenes manipulados, etc.).

Este desarrollo es, en las palabras de Richard Rahn, el fin del dinero, por lo menos en la dimensión nacionalista, distorsionada, del siglo anterior. En un marco de competencia, los agentes de la economía real, no los burócratas, serían los principales decidores de la oferta y demanda de dinero.

Eso, por lo menos, es una de las cosas más valiosas que yo aprendí de mi querida abuela materna: más sabe la ama de casa, el taxista, el ambulante, el trabajador, la dueña de la tiendita, sobre asuntos monetarios de todos los días, que el más iluminado sabelotodo de la burocracia monetaria. Que su alma descanse en paz eterna...