El libre comercio después de Cancún

Por Pedro Schwartz

El encuentro ministerial de la Organización Mundial del Comercio en Cancún acabó en sonora pelea. El ciudadano corriente no comprende. Por un lado cae sobre él una lluvia de términos técnicos y siglas misteriosas: reciprocidad en el desarme comercial, barreras no arancelarias, defensa de la propiedad intelectual, subvenciones a la producción en vez de ayuda a los agricultores, todo ello aderezado con abreviaturas como OMC, Ronda Doha, "caja azul", "caja ámbar", G-12, G-21... Por otro se enfrenta con las simplificaciones ideológicas que pululan en la oscuridad del discurso: lo ocurrido se representa como una batalla entre países pobres y ricos, o bien como una derrota de la globalización a mano de los verdes. El fracaso de Cancún no es una victoria de nadie y hará mucho daño a todos los habitantes del planeta, especialmente a los más desvalidos.

En Cancún se habían reunido hasta 300 responsables de cuestiones comerciales del mundo entero. Esa reunión era otra más de la Ronda de negociaciones iniciadas en la ciudad de Doha que habría de culminar en un tratado internacional que recogería las mutuas concesiones de los países del mundo en materia de intercambio de bienes y servicios. El acuerdo final habría de recoger una serie de reglas aplicables a todos los países, sin distinción de lugar, tamaño o riqueza. Lo que se concedía a uno, se concedía a todos.

Las anteriores liberalizaciones del comercio internacional, como la Ronda Uruguay que inició el presidente Kennedy, han tenido un efecto beneficioso sobre la economía mundial, al ayudar a la multiplicación de los intercambios comerciales: un comercio que en 1985 sumaba menos de 2 billones (o millones de millones) de pasará de 145 billones de dólares en el 2003. Como bien sabemos los españoles y saben los chilenos o los neozelandeses, la apertura de la economía nacional eleva el nivel de vida del país que liberaliza al abaratar los suministros extranjeros y al multiplicar el grado de competencia en el mercado interior. Si además se nos permite vender más en otros países, miel sobre hojuelas.

En la base estas negociaciones multilaterales alientan, pues, la convicción de que el comercio internacional aumenta y difunde la riqueza por todo el mundo, pero también la idea de que ese efecto es mayor cuantos más sean los países que se acuerden mutuamente los intercambios. Los tratados comerciales y las uniones aduaneras entre países singulares tienden a fomentar artificialmente el comercio entre países singulares a costa de cerrar el paso a terceros más eficaces. Así, las barreras proteccionistas exteriores y programas de fomento de la producción nacional, aplicadas por la Unión Europea o Estados Unidos a la agricultura, desvían la demanda de alimentos de sus habitantes a fuentes de suministro interiores, más costosas que las de terceros países excluidos. Si además llegan al punto de subvencionar la exportación de los excedentes de carne, leche o cereales como resultado de sus políticas de protección al campo, arruinan por partida doble la agricultura de los países pobres.

Precisamente la protección de la agricultura europea y estadounidense era uno de los puntos de conflicto en la reunión de Cancún. El nivel de protección (subsidios más aranceles) de la agricultura en los países ricos de la OCDE se ha mantenido estable durante los últimos 15 años en $300.000 millones anuales, refiere The Economist. Que en países de alto nivel de vida como España sigamos amamantando a nuestros agricultores mientras vertimos lágrimas de cocodrilo sobre las miserias de los pobres del mundo es hipocresía inexcusable.

En Asia, donde pedían el cese de tales prácticas, también estaban divididos: muchos querían mantener la defensa de sus propios agricultores, o temían que un acuerdo general les privase de su acceso especial al mundo desarrollado. Al final no cabrá más solución que la liberalización completa de los intercambios agrícolas mundiales.

Pero en Cancún, sorpréndanse ustedes, no se llegó a entrar en la cuestión agrícola. El obstáculo final fue la negativa del G-21 a discutir las "cuestiones Singapur". Aclaro. Se trata de cuatro barreras existentes en los países subdesarrollados (y algunos otros como Francia): apertura a la inversión extranjera, mayor competencia en los mercados internos, reducción de los obstáculos administrativos al comercio en las aduanas, y compras de bienes y servicios por los Estados. Al negarse a discutir estas cuestiones los aspirantes al desarrollo se hacían daño a sí mismos.

El fracaso de Cancún es algo más que un aplazamiento de la liberalización del comercio mundial a conferencias posteriores. Pone en cuestión el procedimiento multilateral de la OMC. Por eso estamos viendo una proliferación de acuerdos bilaterales, como el de Estados Unidos con Chile, o el de la Unión Europea con Brasil y México, que amenazan con cubrir la tierra de una tupida red de preferencias discriminatorias

Traducido por Juan Carlos Hidalgo para Cato Institute.