El liberalismo clásico es anti-empresario

Carlos Federico Smith indica que "El liberal cree en un empresariado descubridor y explotador de las oportunidades previamente no descubiertas, pero sujeto a la regla general de la competencia y no de la regla específica estatal que cohonesta el monopolio".

Por Carlos Federico Smith

En tanto hay quienes señalan que el liberalismo clásico es un instrumento político al servicio de los empresarios, otros consideran que el liberalismo clásico se opone a aquellos.  Por ello, es necesario explicar acerca de la relación entre el pensamiento liberal clásico y la importancia del empresario en la vía económica.

Al empresario se le puede entender como al individuo que está alerta para descubrir oportunidades que hasta el momento han sido soslayadas, que hayan pasado inadvertidas, y que pueden ser aprovechadas traduciéndolas en ganancias inmediatas o futuras. Esto puede requerir buen juicio y creatividad, pero lo importante es el proceso de descubrimiento implícito en el papel del empresario. Su enorme utilidad social radica en que, en el marco de un mercado que asigna económicamente los recursos, es capaz de revelar esas oportunidades previamente no descubiertas. Con ello juega un papel vital en la lucha contra la escasez.

La sociedad progresa y amplía su libertad al disponer de mecanismos que den prioridad a nuevas soluciones que faciliten nuestra adaptación al cambio. Ello se logra gracias a la invención y al desarrollo de los mercados, en donde el empresario es quien descubre esas nuevas soluciones traducidas en una posible explotación que le reditúe ganancias. 

Pero es crucial la existencia de la competencia abierta para que esa búsqueda no se convierta en un simple feudo a explotar por individuos que se benefician con ello, sino que se convierta en un proceso que permita sin interrupción el descubrimiento constante de nuevas oportunidades. En el orden del mercado hay una tendencia natural a que surjan monopolios: es propio de los individuos tratar de forjar barreras de todo tipo para impedir no sólo que otros compitan con ellos, sino porque consideran que tales barreras son las que a su vez les permiten competir con otros. Por ello es muy frecuente la práctica de tratar de que el Estado otorgue monopolios legales que permitan conservar el privilegio, razón por la cual en un orden liberal clásico es esencial evitar el daño que causa la limitación a la competencia. La mayor fuente que impide esa competencia es el acceso político que se puede tener para crear una regulación estatal favorable a la conservación de alguna actividad económica específica. Por ello, en un orden liberal clásico se debe disponer de normas generales y no específicas que permitan evitar esos intentos de limitar la libre entrada de competidores al mercado.

Cuando un liberal clásico estimula el surgimiento de reglas universales que limiten el privilegio que se otorga a alguno para evitar la competencia, que se concede mediante legislación o regulación específicas, es que se escucha el clamor de que el liberalismo clásico es contrario a la empresa privada. Sí, es contrario porque no considera conveniente el otorgamiento de privilegios que impidan la libre competencia. El liberal cree en un empresariado descubridor y explotador de las oportunidades previamente no descubiertas, pero sujeto a la regla general de la competencia y no de la regla específica estatal que cohonesta el monopolio.

Lo expuesto explica la fuerte asociación histórica del pensamiento liberal clásico en contra del proteccionismo comercial y la creencia en la empresa privada como elemento dinamizador del cambio y del progreso económico.  Nos oponemos al proteccionismo porque afecta al consumidor, cuya satisfacción es el fin último en una economía, al otorgarse un beneficio particular a algún grupo productor o importador concreto gracias a la imposición de aranceles que efectúa el Estado, impidiendo una competencia deseable. Creemos en la empresa en competencia, en donde si bien cada una de ellas actúa probablemente tratando de lograr una posición monopólica, es la misma competencia la que le impide el logro permanente de dicho privilegio. Y ello es lo que en última instancia beneficia a los consumidores al poder ejercitar su derecho a la libertad de escoger.