El extraño silencio de China
por Ted Galen Carpenter
Ted Galen Carpenter es vicepresidente de Estudios de Defensa y Política Exterior del Cato Institute y autor o editor de varios libros sobre asuntos internacionales, incluyendo Bad Neighbor Policy: Washington's Futile War on Drugs in Latin America (Cato Institute, 2002).
El viaje reciente del Presidente Bush al lejano oriente para reunirse con los líderes de Japón, Corea del Sur y China, se realiza sobre un escenario dramáticamente mejorado en las relaciones entre EE.UU. y China. La tensión entre los dos países se ha reducido considerablemente desde el período inicial de la presidencia de Bush.
El viaje reciente del Presidente Bush al lejano oriente para reunirse con los líderes de Japón, Corea del Sur y China, se realiza sobre un escenario dramáticamente mejorado en las relaciones entre EE.UU. y China. La tensión entre los dos países se ha reducido considerablemente desde el período inicial de la presidencia de Bush.
Varios comentaristas alrededor del mundo han notado la reacción sorprendentemente leve de Beijing luego de descubrirse micrófonos en el avión fabricado en América para el Presidente Jiang Zemin. A pesar de que oficiales chinos insinuaron que los aparatos fueron colocados como parte de una operación de inteligencia de los Estados Unidos, no hubo una denuncia oficial de espionaje ni una campaña difamatoria lanzada contra EE.UU. por los medios de comunicación estatales de China. Es más, los medios prácticamente ignoraron el incidente.
Esta reacción contrasta fuertemente con las escandalosas declaraciones y ofensiva masiva de propaganda que siguieron al choque entre un avión espía norteamericano y un avión de combate chino en abril de 2001. Las razones para esa diferencia sugieren un cantidad de cosas acerca de las políticas internas y exteriores de China.
De hecho, este episodio fue la última ocasión en que Beijing adoptó una política abiertamente confrontante hacia Washington. Incluso antes del incidente de los micrófonos, las autoridades chinas habían respondido con un refreno sorprendente ante varias acciones estadounidenses que se esperaba que provocaran respuestas severas. En la primavera de 2001, cuando la administración de Bush anunció la venta de armas a Taiwán más grande en años, Beijing únicamente expresó protestas blandas y rutinarias. El gobierno chino trabajó con los Estados Unidos para lograr la cooperación de Pakistán, aliado de mucho tiempo de Beijing, en la guerra contra Al-Qaeda, la red terrorista de Osama bin Laden, y contra el gobierno Talibán de Afganistán-a pesar de la posibilidad de una permanencia militar estadounidense de largo plazo en Pakistán; y cuando Estados Unidos anunció su retiro del Tratado Antimisiles Balísticos a finales de 2001, las protestas de Beijing fueron nulas, a pesar de que un sistema estadounidense de defensa de mísiles erosionaría la credibilidad de que China tenga reservas nucleares pequeñas.
Es inherentemente difícil especular sobre los motivos para iniciativas de política en un sistema reservado y autoritario como el de China. Sin embargo, muchos factores parecen explicar el refreno inusual de China en los meses recientes.
Primero, la élite del Partido Comunista de China quiere evitar cualquier controversia internacional antes del próximo congreso del Partido y de la transferencia de poder de Jiang al aparente heredero Hu Jintao. Es razonable asumir que los miembros de la élite se encuentran actualmente maniobrando para obtener ventajas durante la transición del mandato.
Segundo, los líderes de China necesitan desesperadamente preservar y expandir su relación económica con Estados Unidos. La desaceleración económica mundial, y especialmente la recesión que se profundiza en Asia oriental, ha hecho aún más crucial al mercado estadounidense; China no puede permitir que peleas sobre otros asuntos pongan en peligro el acceso a esos mercados, pues sin una expansión continua del comercio con EE.UU., sería difícil para Beijing sostener sus tasas de crecimiento. Y si las tasas de crecimiento declinan, el ya alarmante número de desempleados en las ciudades principales podría crecer rápidamente y presentarse como una amenaza al régimen.
Por último, a los líderes chinos les alarman cada vez más las señales de un reacercamiento en las relaciones tener Estados Unidos y su rival tradicional, India. A Beijing le preocupa (y con razón) el posible surgimiento de una "asociación estratégica" entre Estados Unidos e India y dirigida en contra de China. La respuesta china a la nueva amistad entre Washington y Nueva Delhi ha sido mejorar sus propias relaciones con ambas capitales. En el pico de la Guerra Fría, el Secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger dijo que siempre debía de ser un objetivo de los Estados Unidos mantener mejores relaciones con Moscú y Beijing que las que tuvieran entre ellos; parece que los líderes chinos quieren tener mejores relaciones con India y EE.UU. que estos países el uno con el otro.
Es difícil predecir cuánto va a durar la política acomodaticia de China hacia Estados Unidos, y una vez se lleve a cambio la transición de liderazgo es posible que veamos el resurgimiento de una política más asertiva, si no confrontante; pero también hay razón para pensar que esto no ocurrirá sino hasta dentro de un buen tiempo. Los otros dos factores que motivan una política conciliadora seguirán presentes después de la toma de poder de Hu y su equipo, y si ese es el caso, la mejoría en las relaciones entre China y Estados Unidos pueden persistir durante un período extendido de tiempo.
Traducido por Constantino Díaz-Durán para Cato Institute.