Dick Cheney, buena selección

por Carlos Ball

Carlos Ball es Periodista venezolano, director de la agencia de prensa AIPE (www.aipenet.com) y académico asociado del Cato Institute.

La selección de Dick Cheney como candidato republicano a vicepresidente me llenó de optimismo respecto al buen criterio de George W. Bush. Cheney forma parte del grupo de firmes creyentes en la economía de la oferta (supply-siders), quienes en la primera administración del presidente Reagan cambiaron radicalmente el rumbo de la economía estadounidense hasta el punto que 20 años más tarde seguimos disfrutando de los efectos de esas sólidas políticas.

Por Carlos A. Ball

La selección de Dick Cheney como candidato republicano a vicepresidente me llenó de optimismo respecto al buen criterio de George W. Bush. Cheney forma parte del grupo de firmes creyentes en la economía de la oferta (supply-siders), quienes en la primera administración del presidente Reagan cambiaron radicalmente el rumbo de la economía estadounidense hasta el punto que 20 años más tarde seguimos disfrutando de los efectos de esas sólidas políticas.

Las administraciones de Johnson, Nixon, Ford y Carter habían frenado el crecimiento con medidas keynesianas de aumentos del gasto público y aumentos paralelos de los impuestos, abandonando la relación fija del dólar con el oro -abriéndole así la puerta a devaluaciones-, imponiendo algunos controles de precios y salarios, mientras se culpaba a fuerzas exógenas de los problemas internos. Es decir, con un espíritu casi tercer mundista, se apuntaban a los altos precios del petróleo como culpables de los problemas originados por políticas equivocadas. La situación llegó al punto que comentaristas económicos veían con envidia lo que sucedía en Japón y en Europa, recomendando se copiaran esas políticas de protección industrial (la alianza del gran gobierno con las grandes empresas y los grandes sindicatos) y de protección individual, desde la cuna hasta la tumba, como lo predican todavía los socialistas de la tercera vía.

Cheney se ha referido a “la tontería de una burocracia central en Washington tratando de controlar algo tan complejo como la economía americana”. Entonces, cuando economistas como Laffer, Mundell (premio Nobel 1999), Roberts, Bartlett y Kudlow encontraron en políticos como Cheney, Kemp y Roth el apoyo necesario, se dio el golpe de timón que bajo el liderazgo del presidente Ronald Reagan cambiaría radicalmente el ambiente y el crecimiento económico de Estados Unidos.

Los economistas de la oferta saben que altas tasas de impuestos no generan una mayor recaudación, sino todo lo contrario. La gente reacciona racionalmente frente a los impuestos. Si el gobierno se va a quedar con una parte exagerada de mi esfuerzo, simplemente no lo hago, no invierto, no tomo riesgos y, antes que me lo quiten, lo gasto o lo escondo. Desperdicio y uso ineficiente de los recursos económicos son resultados inmediatos de altos impuestos, lo cual seguidamente se refleja en mayor desempleo y dramática reducción de la recaudación total.

La legislación impulsada por estos economistas de la oferta redujo la tasa impositiva tope del impuesto sobre la renta de 70% a 33% y, para sorpresa general, los más ricos comenzaron a pagar más impuestos porque entonces bien valía la pena dedicarle más tiempo a sus negocios que al yate o a discutir con sus abogados la manera de evitarlos.

El mejor estudio sobre los cambios impositivos de los años 80 lo hizo Larry Lindsey de la Universidad de Harvard, quien determinó que luego de las rebajas de las tasas de impuestos, los sueldos de quienes pagaban más impuestos aumentaron 30% por encima de lo proyectado, sus ganancias de capital 100% y sus ingresos por inversiones 200%. Lindsey concluyó que los ejecutivos y dueños de empresas resolvieron pagarse mejores sueldos (en lugar de recibir otros beneficios y lujos), se produjo un auge económico y las inversiones se dejaron de canalizar hacia refugios fiscales, los cuales no crean empleos. Este mismo Larry Lindsey es hoy el principal asesor económico de George W. Bush, lo cual me indica que, si ganan los republicanos, gozaremos de considerables recortes de impuestos. 

Debo confesar que durante la convención republicana en Filadelfia me ha molestado oír repetidamente el comentario de periodistas diciendo que hay más latinos en el escenario que entre los delegados. La conclusión es que los latinos podemos ser reconocidos a distancia por las alpargatas, los bigotes o el color de nuestra piel. La verdadera diferencia, que yo veo, es que los latinos no sufrimos de esa obsesión racial que parece haber invadido a los medios de comunicación de este país y lo peor que nos podría pasar es aceptar que nos conviertan en supuestas víctimas. Yo y los demás latinoamericanos que conozco en este país emigramos porque en nuestras patrias no podíamos desarrollar el trabajo que queríamos y pensamos que aquí lograremos un mejor futuro para nuestros hijos. Si emigramos es porque queríamos dejar de ser víctimas de malos gobiernos y de barreras artificiales. Y mi aprecio por la tradición americana de respeto a los derechos civiles y a la libertad individual no va a ser distorsionada por reporteros de CNN, empresa que algunos ahora llaman Castro Network News. ©

Artículo de la Agencia Interamericana de Prensa Económica (AIPE)
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