¿Deshacerse de la ayuda externa?

Por Richard W. Rahn

¿Por qué Estados Unidos da ayuda externa? Se da por razones humanitarias: es decir, se desea aliviar el sufrimiento humano causado por hambrunas o desastres naturales, como terremotos, inundaciones, etc.; y se brinda ayuda externa para el desarrollo económico. La crisis en Irak ha puesto en el tapete nuevamente el tema de la cantidad y forma de la ayuda externa que debería ser provista por Estados Unidos y otros países.

La ayuda humanitaria a niveles razonables tiene poderosos beneficiarios en Estados Unidos y no va a ser abolida.

La ayuda para el desarrollo, por el otro lado, nunca ha sido popular, y por una buena razón. La mayoría ha sido dinero desperdiciado. El fallecido gran economista británico, Peter Bauer, fue la persona más importante en desacreditar la ortodoxia socialista de que el Tercer Mundo estaba atrapado en un círculo vicioso de pobreza que podía ser roto únicamente a través de ayuda externa masiva. Bauer explicó en sus muchos artículos y libros, principalmente en su Dissent on Development (Disensión sobre el Desarrollo) de 1972, que todos los países fueron una vez pobres, y que los países ricos no prosperaron a través de ayuda externa, sino al tener Estados de Derecho e incentivos apropiados.

Bauer señaló que muy frecuentemente la ayuda externa resulta simplemente en "transferir dinero de la gente pobre de los países ricos a la gente rica de los países pobres".

Un país que establece un Estado de Derecho y elimina ampliamente la corrupción, permite que el libre mercado opere, establece el libre comercio, mantiene un bajo nivel de impuestos y de gasto gubernamental, no regula excesivamente, e instaura una moneda estable atraerá suficiente inversión doméstica e internacional para crecer rápidamente, sin necesidad de ayuda externa. Los países que no tienen Estado de Derecho y políticas económicas sanas no crecerán sin importar el monto de ayuda externa y asistencia de desarrollo que reciban.

Las grandes historias de éxito de las últimas décadas, como Hong Kong, Singapur, Taiwán, Corea del Sur, etc., recibieron poca o ninguna ayuda externa, pero sí establecieron las políticas correctas para atraer capital y generar crecimiento económico. El Plan Marshall llevado a cabo luego de la Segunda Guerra Mundial en Europa es frecuentemente citado como un gran éxito de la ayuda externa. Pero, de hecho, el milagro económico alemán y otros casos similares europeos ocurrieron únicamente después de que Alemania y los otros países, a pesar de la oposición de la Comisión de Comando Aliado, removieron sus extensivos controles de precios y otras restricciones al comercio, la producción y la distribución.

La mayoría de los economistas de desarrollo reconocen hoy en día que Bauer y sus discípulos estaban en lo correcto, y como resultado ha habido un gran viraje en la naturaleza de la mayoría de la ayuda externa proveniente del gobierno de Estados Unidos.

Sin embargo, el Banco Mundial y muchos gobiernos extranjeros continúan brindando abundantes préstamos de gobierno a gobierno, los cuales rara vez son utilizados de manera eficiente pero que en cambio son robados por los corruptos gobernantes de los países receptores, los cuales cargan a sus pobres ciudadanos con deudas masivas que son repagadas a los acreedores.

El gobierno estadounidense brindó $12.900 millones en ayuda externa el año pasado, la mayoría a través de la Agencia Internacional para el Desarrollo (U.S. AID), y ha gastado cientos de miles de millones de dólares en ayuda desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Desdichadamente, muchos de los receptores de la ayuda estadounidense son más pobres ahora de que eran antes de recibir la asistencia.

Al haber gastado parte de mi tiempo trabajando en la economía de desarrollo y la transición de economías durante las últimas décadas, he visto de cerca muchos fracasos y algunos éxitos de los programas de ayuda externa. U.S. AID cuenta ahora con mucho menos proyectos que son claramente contra productivos de los que tenía hace unas décadas atrás. Sin embargo, la agencia todavía es una pesadilla burocrática de excesivo papeleo y un lento proceso de toma de decisiones; depende mucho en unos cuantos grandes contratistas, y hace un terrible trabajo de análisis costo-beneficio.

Un éxito de bajo costo que por suerte ha tenido U.S. AID en la última década es la asistencia que brindó para establecer capacitación para organizaciones de políticas públicas económicas, conocida como la Red Balcánica, muchas de las cuales ya son totalmente autosuficientes. Estos centros de políticas públicas independientes están brindando capacitaciones sobre economía responsable y buenos consejos políticos, y están teniendo una influencia bastante constructiva. Sin embargo, pareciera que las quejas de la Guardia estatista de la Unión Europea sobre, por ejemplo, que una de estas organizaciones apoya demasiado el libre mercado, está generando que los recursos se desvíen a los viejos tipos de programas de ayuda externa. Tal acción envía señales negativas.

Una gran parte del éxito político y económico de Estados Unidos fue la formación de asociaciones voluntarias que se hacían cargo de los problemas humanitarios, sociales, educacionales, infraestructurales y de políticas públicas que en otros países son llevados a cabo únicamente por los gobiernos. El código tributario estadounidense promueve el apoyo privado a esas organizaciones al hacer que los aportes sean deducibles de impuestos. En muchos de los países el apoyo a tales organizaciones no solo no es deducible, sino que las contribuciones son gravadas.

Como mínimo, la administración Bush debería demandar que ningún país pueda recibir ayuda estadounidense al menos que permita la deducción de impuestos de las contribuciones para las organizaciones de ayuda privada, educativas, y de políticas públicas, porque se va a necesitar de esos grupos para llenar el vacío cuando Estados Unidos y otros donantes eventualmente retiren la ayuda (como deberían).

La administración Bush también debería reducir inmediatamente el apoyo estadounidense a organizaciones internacionales como la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico, las Naciones Unidas y el Banco Mundial, las cuales tienen programas que desalientan el crecimiento económico.

Traducido por Juan Carlos Hidalgo para Cato Institute.