Debemos alcanzar las estrellas

Por Edward L. Hudgins

Por segunda vez en 17 años hemos observado con horror cómo un trasbordador espacial estalló, matando a su heroica tripulación. Nuestra conmoción será seguida por llanto y luego por las interrogantes sobre el programa espacial de Estados Unidos y el futuro del hombre en el espacio. Pero así como nos lamentamos, es importante que pongamos esta tragedia en perspectiva.

Hacer cualquier cosa que sea significativa en la vida requiere riesgo. Muchos de los hombres que intentaron cruzar los océanos o las montañas no sobrevivieron. Los exploradores y pioneros arriesgaron sus vidas y muchos las perdieron. No hay garantías en la vida. Pero sin riesgos, no hay hazañas.

La tripulación del trasbordador Columbia conocía estos riesgos antes de que abandonaran la Tierra para siempre. Ellos sabían que Gus Grissom, Ed White y Roger Chaffee murieron en 1967 en un incendio que arrasó su cápsula del Apolo 1 mientras ésta se encontraba en una plataforma de lanzamiento. Ellos sabían de los cosmonautas que murieron cuando su cápsula se despresurizó en la reentrada. Y, por supuesto, ellos sabían de las muertes de los siete astronautas del Challenger durante su despegue en 1986.

Cerca de 400 hombres y mujeres han estado en el espacio desde que el ruso Yuri Gargarin y el estadounidense Alan Shepard se convirtieron en los primeros humanos en aventurarse ahí en 1961. Tal y como los accidentes ocurrieron en los primeros días de la aviación—y desdichadamente aún hoy en día—lo mismo debe esperarse de los vuelos espaciales.

Pero estos accidentes no deben disuadirnos de la conquista del espacio y de otros mundos. Cuando los primeros humanos miraron fijamente a la luna y a las estrellas desde las cavernas y a lo largo de la sabana, mostraron ser humanos al preguntarse qué estaban viendo. El filósofo Aristóteles dejó en claro lo que significa ser humano cuando empezó su Metafísica con la observación: "Todos los hombres por naturaleza desean saber."

Todos nosotros tenemos la capacidad de entender al mundo que nos rodea. Y es únicamente al escoger ejercitar esa maravillosa y humana capacidad racional que descubrimos los medios para la supervivencia material y la prosperidad—cómo plantar alimentos, construir refugios, curar enfermedades y domesticar nuestro ambiente—y que satisfacemos nuestra necesidad espiritual por saber qué son en realidad esas luces en el cielo, de dónde viene la vida, qué tan viejo es el universo, si existen otros mundos y qué hay en ellos. Es únicamente al escoger pensar que podemos descubrir cómo construir telescopios para estudiar otros mundos y construir naves espaciales para viajar a ellos.

Sí, los viajes espaciales y la mayoría de las demás tareas implican riesgos. Pero los riesgos de escoger la timidez y la apatía son aún mayores. Los mismos darían paso al estancamiento espiritual y material, la regresión y la muerte. Estaríamos peor que el ganado torpe y monótono, porque ellos no tienen opciones sobre su estado como sí las tenemos los humanos.

Luego de que la conmoción desaparezca y se sequen las lágrimas, definitivamente reexaminaremos el programa espacial estadounidense. El programa ha enfrentado retos con anterioridad—principalmente después de los desastres del Apolo 1 y el trasbordador Challenger. Reportes durante la década pasada han sugerido que otro desastre con un trasbordador podría ocurrir durante el período que se tomaría construir la estación espacial internacional. Desdichadamente, dichos temores se han hecho realidad.

La estación ha sido criticada por excederse en el presupuesto. Los costos de construcción recibieron un tope de $25.000 millones por parte del Congreso estadounidense, pero para completarla tal y como fue planeada costaría $30.000 millones. Un nuevo trasbordador podría costar $6.000 millones, dinero que la NASA no tiene.

Muy probablemente se necesitará un enfoque nuevo y radical al programa espacial, no porque queramos devolvernos a las cavernas, no porque queramos darle la espalda a lo que significa ser humano, sino porque queremos progreso, porque queremos abrir el espacio a toda la humanidad de la misma manera que el avión abrió los cielos. Las revoluciones en las computadoras, Internet y las telecomunicaciones sugieren que la iniciativa privada podría bajar los costos del acceso al espacio e incluso construir estaciones espaciales.

Pero cuando alcancemos el día en que miles—quizás millones—de seres humanos puedan viajar al espacio, no hay duda alguna de que todavía habrá tragedias. Aunque tratemos de evitarlas, éstas son parte de la vida. Debemos celebrar las vidas y las aspiraciones de los astronautas que hemos perdido. Debemos estar agradecidos que la heroica tripulación del Columbia, y muchos hombres y mujeres como ellos, decidieron tomar los riesgos necesarios para alcanzar lo mejor de sí mismos y, en el proceso, alcanzar nuevas cumbres humanas.

Es gracias a que ellos se esfuerzan, que buscan lo mejor, que sus muertes nos afectan tanto. Pero permitamos que su ejemplo también nos inspire a continuar alcanzando las estrellas.

Traducido por Juan Carlos Hidalgo para Cato Institute.