Cumbre anticrisis: Lo que faltó

Arturo Damm comenta la cumbre de los G-20 y concluye que no se discutió la raíz del problema, que él considera que es el comportamiento de los bancos centrales.

Por Arturo Damm Arnal

Terminó la reunión del G-20, el grupo de los veinte países económicamente “más importantes”, reunión que tuvo por nombre "Cumbre sobre Mercados Financieros", conocida como la cumbre anticrisis, uno de cuyos objetivos fue la elección de medidas para evitar que en el futuro se repita lo que ahora está sucediendo, una crisis económica caracterizada, en el mejor de los casos, por un menor crecimiento de la producción y una menor creación de empleos y, en el peor, por un decrecimiento de la producción de bienes y servicios, y por la pérdida de puestos de trabajo, todo lo cual está muy bien, siempre y cuando las mentadas medidas sean las correctas, algo que, desafortunadamente, no fue el caso.

La causa primera de la crisis se encuentra en las políticas monetarias de los bancos centrales, comenzando por la Reserva Federal, y en su poder para emitir dinero, sin respaldo de ningún tipo (dinero fiduciario), y sin medida (un mal menor sería adoptar la regla monetaria propuesta por Milton Friedman: que la cantidad de dinero aumente a una tasa constante, equivalente al incremento promedio de la oferta de mercancías), generando así un aumento engañoso del crédito (no producto de un incremento en el ahorro de la gente, sino de la emisión primaria de dinero) y, por lo tanto, una baja artificial en el precio del mismo, la tasa de interés (no efecto, nuevamente, del aumento en el ahorro).

Aquella es la causa primera (lo cual quiere decir que hay causas segundas) de los ciclos económicos de auge y recesión, y mientras no se considere seriamente la posibilidad de limitar la capacidad emisora de los bancos centrales (lo ideal sería abolirlos y volver al sistema de libertad bancaria y dinero mercancía), y éstos sigan actuando como lo han hecho siempre, el ciclo económico seguirá estando presente, y la actividad económica, desde la producción hasta el consumo, pasando por la creación de empleo y la generación de ingreso, seguirá oscilando entre el auge y la recesión, con consecuencias que van desde la mala asignación de factores de la producción hasta los descalabros a nivel de la economía familiar, todo lo cual se puede evitar si se hace lo correcto.

¿Cuántas veces se criticó, en la cumbre del G-20, no digamos la existencia, sino solamente la actuación, de los bancos centrales, comenzando por la Reserva Federal?

¿Quiénes propusieron, si no eliminarlos, sí limitarlos? Las respuestas, respectivamente, son ninguna y nadie, y la explicación es que los últimos en querer que los bancos centrales desaparezcan, por más independientes que sean con respecto a los poderes ejecutivos, son los gobernantes y los políticos, ya que ello sería tanto como “cerrarles la llave” a un financiamiento sui generis: el procedente, no del ahorro de la gente, sino de la emisión primaria de dinero.

Es más, pese a la evidencia en contra, los bancos centrales siguen considerados como piezas claves del progreso económico, y a las pruebas me remito. En la introducción del libro Banco de México, su historia en cápsulas, de Eduardo Turrent, leemos que dicho banco “es una institución fundamental del país, (por sus) ocho largas décadas de servicios continuos a favor de la economía mexicana…”. ¿Servicio continuo? Ya se le olvidó, a quien escribió la introducción, las más de tres décadas, de enero de 1971 a octubre de 2003, durante las cuales la inflación anualizada nunca bajó del cuatro por ciento, a lo largo de las cuales se acumuló un alza de precios de ¡¡¡448 mil 662 por ciento!!!, cifra que en buena medida explica los malos resultados en la economía mexicana, época en la cual la inflación promedio anual fue 25,2 por ciento. ¿Servicio continuo? ¡Sí, como no!

Por cierto, ¿quién escribió la presentación del libro de Turrent? Guillermo Ortiz, gobernador del Banco de México.

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