Crisis en chino y crisis en griego

Iván Alonso considera que "Es en la abundancia del crédito donde está el germen, la semilla, el meollo de la crisis".

Por Iván Alonso

Cada dos o tres años los gurúes del management nos recuerdan que el ideograma usado en chino para la palabra “crisis” es el mismo que se usa para decir “oportunidad”. De allí concluyen que toda crisis encierra oportunidades. Sin duda: oportunidades, sobre todo, para darse un contrasuelazo. Lo cierto es que oportunidades las hay buenas y malas tanto en épocas normales como en épocas de crisis, pero la proporción entre unas y otras es mayor en las primeras que en las segundas. Por algo a éstas se les llama crisis.

Parece, pues, que el chino, en este caso, al menos, no aporta muchas luces a nuestra comprensión del fenómeno. Por eso, aquejados por una particular deformación intelectual, acudimos a la lengua griega para escuchar qué tiene que decirnos.

El diccionario Liddell Scott recoge cuatro acepciones del vocablo krísis. La más cercana a nuestra concepción moderna aparece en los textos médicos de Hipócrates y significa el punto de quiebre de una enfermedad, un cambio súbito para bien o para mal. Es también una disputa, una prueba de habilidad o de fuerza, la sentencia de una corte o un proceso que se sigue ante la misma. Heméra kríseos llama al Día del Juicio el evangelio de San Mateo. Y es también separar o distinguir, decidir, elegir, interpretar, examinar. Un examen de méritos, krísin tôn axíon, es una de las formas que sugiere Aristóteles en su Política para elegir a los representantes de las clases populares y pudientes en el gobierno de la ciudad. Krísis, finalmente, es también la médula espinal.

Pero dejemos aquí estas disquisiciones lingüísticas y reflexionemos un momento sobre la naturaleza de la crisis financiera.

Segundos analíticos

Toda inversión y toda actividad empresarial presuponen un conocimiento de los precios del mercado. No de todos, sino sólo de los que a cada uno le interesan para saber cuánto le cuesta producir algo y a cuánto puede venderlo. Esas señales son suficientes vistas sobre el trasfondo de una economía estable, en la que el crédito fluye normalmente. Lo que ocurra en el resto del sistema económico no tiene mayor importancia para las decisiones de negocios que tenemos que tomar. Pero cuando algo ocurre en algún lugar del sistema, que afecta el flujo del crédito, comienza la parálisis. La falta de crédito altera la corriente de ingresos del público y eventualmente sus patrones de consumo. Ya no podemos confiar en que la gente seguirá comprando las mismas cantidades y a los mismos precios que antes. El capital escasea y los inversionistas se vuelven más cautos. Algunos negocios saldrán de circulación.

La crisis es, en ese sentido, el punto de quiebre de un proceso, el momento álgido de una enfermedad del organismo económico. Pero ¿de qué enfermedad estamos hablando? De una causada por los excesos previos, por una abundancia de crédito que hace posible financiar casi cualquier cosa. Por esa razón la crisis es también una fase curativa, en la que se separan las buenas de las malas inversiones, en la que se distingue los activos útiles de los redundantes. Obviamente los precios de estos últimos se van al piso, y ésa es una señal para que los inversionistas dirijan su mirada a otro lado, aunque aun no tengan claro adónde.

Entre las muchas platitudes que se han dicho de esta crisis está aquella de que ésta es una crisis financiera que se ha trasladado al “sector real”, o sea, que se ha convertido en una crisis económica. Ésta sería una descripción aceptable de los hechos si no fuera porque la crisis financiera —desatada por la caída de los bonos respaldados por hipotecas— es más bien consecuencia de un desequilibrio fundamental entre la oferta y la demanda de viviendas. La abundancia de crédito facilitó la construcción de millones de viviendas que terminaron vendiéndose a gente que no tenía cómo pagarlas ni a quién alquilárselas. Cuando la morosidad empezó a subir, los inversionistas se desprendieron de esos bonos, los bancos sufrieron pérdidas enormes y el crédito dejó de fluir como antes. El problema se manifestó esta vez en el mercado de vivienda, pero podría haberse manifestado en otro. Es en la abundancia del crédito donde está el germen, la semilla, el meollo de la crisis.

Este artículo fue publicado originalmente en la revista Fausto (Perú).