Conflicto palestino-israelí: Ruta hacia la nada

Por Ted Galen Carpenter

El presidente Bush ha puesto en juego el prestigio y la credibilidad de su gobierno con una atrevida iniciativa para resolver el conflicto palestino-israelí. Desdichadamente, esa "ruta hacia la paz" muy probablemente conduzca hacia otro callejón sin salida.

Es cierto que tanto Israel como la Autoridad Palestina han aceptado en principio la propuesta. Pero como entiende cualquier persona familiarizada con el prolongado y sangriento conflicto entre israelíes y palestinos, el diablo siempre está en los detalles. Y en este caso, los detalles no son muy alentadores.

La acogida de Israel a la propuesta fue altamente condicional. No fue hasta que la administración Bush revirtió su posición original y aceptó que podría haber cambios en el plan que el gobierno israelí la apoyó. Al permitir cambios, sin embargo, Estados Unidos ha preparado el escenario para un sinnúmero de demandas y sutilezas por parte de ambos bandos. Y aún con la concesión de Washington, el gabinete del primer ministro Ariel Sharon aprobó la propuesta por una mayoría mínima y luego de un debate acalorado. La amarga división resalta el alcance de la disensión dentro de la elite política israelí.

La reacción inicial de la comunidad palestina fue aún peor. El plan fue bienvenido con un aumento de los ataques suicidas. Y la situación no ha mejorado mucho en las últimas semanas.

Hay varias razones tenues para tener esperanza. Sharon sorprendió a sus seguidores al admitir que la continuación de la ocupación en la Rivera Occidental y la franja de Gaza no era saludable para Israel. El nuevo primer ministro palestino, Mahmud Abbas, concedió que las negociaciones deben consistir en un dar y tomar—un cambio refrescante de la filosofía de Yaser Arafat de "tomar y tomar." Pero en el mejor de los casos este es simplemente el amanecer de la sabiduría en ambos bandos—y no podemos ni siquiera estar seguros aún de que no sea un falso amanecer.

Antes de que nos pongamos muy optimistas con las perspectivas del plan de paz, deberíamos recordar que cada administración estadounidense desde Lyndon Johnson ha intentado ser la arquitecta de un acuerdo entre palestinos e israelíes. Todas han fracasado.

De hecho, en el ambiente hay un inquietante sentido de déjà vu con respecto a la actual iniciativa. El padre del presidente Bush intentó unir el triunfo militar de Estados Unidos en la primera Guerra del Golfo Pérsico con un avance diplomático importante en el asunto palestino-israelí. Entonces, como ahora, la iniciativa de Washington fue motivada, al menos en parte, por el deseo de apaciguar a las poblaciones árabes quienes no estaban muy contentas con el asalto militar estadounidense a una nación musulmana. Deja mucho que pensar el hecho de que la iniciativa del primer Bush quedó en la nada. Quizás su hijo haga algo mejor, pero las apuestan señalan lo contrario.

Los proponentes del plan de paz sostienen que no hace daño al menos intentar orquestar un acuerdo de paz. Pero tal punto de vista convencional ignora algo importante. Iniciativas estadounidenses de alto nivel han establecido un consistente patrón de levantar las esperanzas a niveles irreales y luego ver tales esperanzas hacerse cenizas. La desilusión resultante conlleva al endurecimiento de las posiciones por ambos bandos y a una escalada en la violencia.

Este peligroso círculo ocurrió más recientemente con el intento por lograr la paz realizado por el presidente Clinton en Camp David. El fracaso de dichas negociaciones llevó a los votantes israelíes a reemplazar al moderado Ehud Barak por la línea dura de Ariel Sharon. En el bando palestino, llevó a una horrible campaña de ataques suicidas.

El principal obstáculo para la paz es la inhabilidad de los moderados palestinos e israelíes de controlar a los extremistas. En algún momento el gobierno de Israel tendrá que forzar el abandono de los colonos militantes en la Rivera Occidental. Sin esa concesión, no hay esperanza alguna de un acuerdo duradero con los palestinos. Por su parte, éstos deben renunciar al terrorismo y tratar a la táctica de los ataques suicidas como la anatema que es. Hasta que los miembros de Hamas, Yihad Islámico y otras organizaciones extremistas sean hechos parias, la confrontación con Israel nunca amainará.

Los israelíes y palestinos acabarán su sangriento conflicto cuando, y únicamente cuando, lleguen a la conclusión de que pueden ganar más a través de las negociaciones y el compromiso que mediante la confrontación y la violencia. En ese momento podrán alcanzar la paz sin ningún papel de alto perfil por parte de Estados Unidos. Hasta entonces, ningún esfuerzo de diplomacia creativa, ningún empujón o soborno de Estados Unidos producirá dicho avance.

Traducido por Juan Carlos Hidalgo para Cato Institute.