Colombia: Guerra y economía

Por Lorenzo Bernaldo de Quirós

El próximo jueves, el flamante Presidente de Colombia, Álvaro Uribe realizará su primera visita oficial a España. El nuevo dirigente colombiano supone un aire de viento fresco y de racionalidad en una coyuntura, como la iberoamericana, amenazada por la tentación populista. Su apuesta por una democracia fuerte basada en el Estado de Derecho y la salvaguarda de la seguridad, de la vida y de la hacienda de las personas por parte del Estado constituye un caso singular en un continente cada vez más dominado por la irracionalidad de caudillos herederos de las nuevas y viejas ideas que hundieron a Latinoamérica en la miseria y en la opresión. Por eso, el éxito de Uribe es importante porque simboliza la civilización frente a la barbarie y constituye un espejo de racionalidad en una región dominada por la magia de una demagogia sin salida.

La política de Uribe tiene una meta básica: la erradicación del problema guerrillero que azota la sociedad colombiana desde hace décadas. La consecución de ese objetivo supone una extraordinaria acumulación de recursos destinados a ganar la guerra. Cualquier otra hipótesis es ilusoria como ha demostrado la reciente experiencia colombiana. Es imposible pactar con las FARC o con el ELN, como le es hacerlo con ETA, extremo éste que pasa con frecuencia desapercibido para buena parte de los gobiernos occidentales, incluido el español, cuyo tratamiento diplomático a la guerrilla durante años ha resultado cuanto menos sorprendente. Si Colombia recibiese a los emisarios de la ETA con la misma acogida que el gobierno español y algunas autonomías han dispensado a los narcoguerrilleros, el escándalo hubiese sido monumental. Cuando se olvida quienes son los malos de la película, el final nunca es agradable.

Dicho esto, la guerra, como diría Napoleón es: "Dinero, dinero, dinero". Desde esta óptica, la alternativa económica elegida por el gabinete Uribe y auspiciada por el FMI es errónea. Cuando la economía está en una fase de estancamiento, el paro es alto, etc., el recurso a la estrategia "hooveriana" de subir los impuestos para corregir el déficit público y el endeudamiento externo constituyen errores de manual. Pensar que esas medidas pueden estimular el crecimiento es una equivocación supina Sin duda Colombia tiene un desequilibrio presupuestario y una deuda elevada, pero la terapia para combatir esos problemas no estriba en deprimir el crecimiento, lo que se consigue con subidas impositivas, sino en crear las condiciones para crecer. Esto no implica embarcarse en estrategias macroeconómicas heterodoxas, sino en tener una concepción dinámica de la política económica. Por desgracia, el gabinete Uribe no parece tener esta visión. Ha optado por la receta tradicional del FMI cuando existían otras opciones mucho mejores.

En pura y lógica ortodoxia, el gabinete Uribe debería haber aplicado un programa económico diferente. El cambio de régimen político, producido por su ascenso a la Presidencia, permitía y permite una estrategia distinta y mucho más benéfica que la actual. Colombia tiene, en términos latinoamericanos, una presión fiscal superior a la del resto de los países de la región. Sus mercados de productos y de factores, en especial el laboral, son demasiado rígidos y su sector público empresarial es todavía bastante voluminoso. Este conjunto de circunstancias le concede al gabinete Uribe un margen de maniobra bastante importante para abordar una política económica diferente a la "hooveriana". Es posible reducir los impuestos sin recortar la recaudación fiscal porque la carga tributaria soportada por las empresas y las familias es alta; es factible liberalizar el mercado laboral para crear empleo; se pueden privatizar todavía numerosos activos públicos... Los ejemplos podrían multiplicarse.

El drama colombiano puede ser el siguiente: Una economía que cumple los mandatos del FMI pero éstos lesionan de una manera tan sustancial el crecimiento económico del país que convierten una guerra "popular" en un fenómeno de depauperación de la población. Esta es una hipótesis que los economistas del FMI parecen ignorar. Jamás país alguno ha ganado un conflicto militar con un PIB estancado y con una tasa de paro alta. Los expertos del FMI dirán que la actual política del gabinete colombiano restaura la credibilidad y favorece la expansión de la actividad productiva. ¡Es heroico acometer un programa de estabilización en una coyuntura bélica! Ahora bien, si la economía no crece de modo significativo, los tipos reales de interés se mantienen en su actual nivel o suben, la proporción deuda/PIB no cae y el desempleo no se reduce, Colombia tiene una posición muy frágil, fragilidad que se incrementa en una coyuntura interna de guerra. En este marco, cualquier noticia mala sobre la evolución del conflicto se traducirá en un aumento de la prima riesgo-país con efectos económico-financieros letales.

Si la economía no funciona y el programa económico de Uribe la mantiene con tasas de crecimiento bajas, las expectativas de una victoria político-militar contra la guerrilla se ensombrecen. Es evidente que una economía desequilibrada, con problemas inflacionarios y con abultados problemas fiscales no reúne las condiciones necesarias para ganar una guerra, pero también es cierto que el estancamiento de la actividad productiva, el desempleo rampante y el trasegar el costo de un conflicto bélico a una población con un nivel de vida bajo debilita el apoyo de la opinión pública al esfuerzo bélico si éste se convierte en una carga insoportable para la nación. En este contexto, el éxito de Uribe en el mediano plazo está muy ligado a la marcha de la economía y las perspectivas no son demasiado halagüeñas.