Cien años del Banco de México

Manuel Sánchez González espera que que la euforia por la celebración centenaria del Banco de México no opaque la necesidad de atender la agenda pendiente: fortalecer y defender la credibilidad de la institución.

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Por Manuel Sánchez González

El Banco de México fue fundado el 25 de agosto de 1925 e inició operaciones el 1 de septiembre de ese año. Las tareas encomendadas por sus sucesivas leyes han reflejado el entendimiento histórico del papel de los bancos centrales y las aspiraciones gubernamentales. Su actuación ha estado marcada por la forma en que su administración ha interpretado estos mandatos. Una revisión de su desempeño a lo largo de esta centuria revela avances, pero también fracasos y retos pendientes.

El Banxico ha ejercido cuatro funciones que se mantienen vigentes. La primera consiste en emitir la moneda nacional. La aceptación del peso fue inicialmente difícil, pues debía competir con monedas locales e, incluso, con el trueque. Su circulación se amplió de manera gradual gracias a la coordinación con los bancos comerciales.

Durante las últimas tres décadas del siglo pasado, la confianza en el peso se deterioró. El rechazo se expresó en salidas de capital que acompañaron las crisis de balanza de pagos. En los años ochenta, el gobierno profundizó la desconfianza mediante la expropiación bancaria, la conversión forzosa de depósitos en dólares a pesos a un tipo de cambio desventajoso y la imposición de controles de cambios.

En ese periodo, muchas transacciones se “dolarizaron”, y el escepticismo sobre la capacidad del Banxico de proveer una moneda estable se reflejó en el debate público acerca de la conveniencia de adoptar el dólar estadounidense como moneda de curso legal. Con la disminución de la inflación en el siglo XXI, el peso recuperó fuerza y, junto con otras facilidades, se consolidó como una de las divisas más negociadas del mundo.

La segunda función corresponde a la preservación del valor del peso. Al principio, ello se interpretó como un respaldo en oro y otros metales; más tarde, como su convertibilidad con el dólar, y desde la reforma de 1970, como un objetivo explícito de estabilidad de precios.

En los años treinta se abandonó el patrón oro y la política monetaria comenzó a anclarse en el tipo de cambio. La emisión descontrolada de dinero condujo a repetidas devaluaciones que derivaron en repuntes inflacionarios. Entre 1954 y 1970, la coordinación entre la política monetaria y fiscal permitió que, con un tipo de cambio fijo, la inflación promedio anual se ubicara cerca del 3 por ciento.

Sin embargo, la disposición del Banxico a monetizar los crecientes déficits fiscales durante los setenta, junto con la política de deslizamiento cambiario de la década siguiente, impulsaron la inflación anual hasta 179.7% en febrero de 1988.

La desconfianza en la capacidad del banco central para liderar la estabilización se hizo evidente con los “pactos” de congelación de precios, a partir de finales de 1987, en los que participó como un actor más. El incumplimiento sistemático de la estabilidad quedó plasmado en la “reforma” monetaria de 1993, que eliminó tres ceros al peso. La “Crisis del Tequila”, estallada en el primer año de la autonomía del Banxico, confirmó que dicha facultad es efectiva sólo si se ejerce de facto. Aunque la inflación disminuyó posteriormente, desde 2017 el promedio anual ha superado 5 por ciento.

La tercera tarea consiste en procurar un desarrollo “sano” del sistema financiero. Hasta los años ochenta, la regulación bancaria orientaba el crédito hacia ciertos sectores y el gobierno, mediante instrumentos como el encaje legal, los “cajones selectivos” y las bajas tasas de interés.

La liberalización posterior, sin una regulación y supervisión adecuadas, sumada a la explosión inflacionaria de mediados de los noventa, desembocó en la mayor crisis bancaria del México moderno. Esa debacle impuso mayor prudencia y derivó en requisitos regulatorios más estrictos. Asimismo, el Banxico asumió un papel protagónico como “prestamista de última instancia” en las crisis, para sostener el funcionamiento del sistema financiero.

La cuarta tarea radica en facilitar los sistemas de pagos. En un inicio, el Banxico creó mecanismos manuales de compensación interbancaria, que eventualmente incorporaron los cheques. El actual SPEI, que permite transferencias electrónicas de fondos en tiempo real, es una plataforma de vanguardia. Sin embargo, su expansión hacia pagos cotidianos mediante teléfonos celulares, eliminando la necesidad de efectivo o tarjetas, permanece rezagada respecto de otros países.

Finalmente, el Banxico ha dejado atrás dos funciones: determinar el tipo de cambio, condición indispensable para ejercer una política monetaria independiente, y canalizar crédito hacia sectores “prioritarios”, tarea de la banca de desarrollo.

Ojalá que la euforia por la celebración centenaria del Banxico no opaque la necesidad de atender la agenda pendiente. La credibilidad de esta institución sigue siendo imperfecta y puede desmoronarse con facilidad ante la complacencia.

Este artículo fue publicado originalmente en El Financiero (México) el 27 de agosto de 2025.