Bajas pensiones

Iván Alonso explica cómo las variaciones en el salario y las interrupciones en la vida laboral afectan de manera importante la tasa de reemplazo de las pensiones de jubilación.

Por Iván Alonso

Se ha promulgado la ley que permite a los afiliados al sistema privado de pensiones (SPP) retirar hasta el 25% de los fondos acumulados en sus cuentas individuales de capitalización para pagar la cuota inicial de un “primer inmueble” o para amortizar un crédito hipotecario utilizado para la compra de un “primer inmueble”. Esta reforma y la que permite el retiro del 95,5% del fondo acumulado al momento de la jubilación amenazan la supervivencia del SPP y pueden terminar por mandarnos a todos, de carambola, a un sistema estatal como Pensión 65, que hoy posiblemente funciona muy bien, en pequeña escala, pero que podría eventualmente terminar desfinanciado, como suele ocurrir con los sistemas públicos de pensiones.

¿Qué nos ha hecho llegar a este punto? Demagogia ha habido en el Congreso, sin duda, pero hay que pensar que la demagogia se nutre de alguna insatisfacción de la gente, aunque las soluciones a las que arriba sean, a la larga, ineficaces para removerla. Tampoco las AFP, que deberían ser las más interesadas en la estabilidad del SPP, han hecho gran cosa por explicar cómo funciona y resolver las inquietudes de sus afiliados.

Uno de los reclamos de los afiliados, quizás el principal reclamo de los afiliados, justificado o no, es que las pensiones que paga el SPP son muy bajas. Se le ha tratado de explicar a la gente que las pensiones están en función de los aportes que cada uno haya realizado, lo cual es cierto, pero no es suficiente para generar el convencimiento de que el SPP es una mejor alternativa que cualquier sistema público de pensiones.

La gente tiende a focalizarse en lo que se denomina la “tasa de reemplazo”, que es la proporción entre la pensión mensual que uno recibe y el último sueldo que tenía antes de jubilarse. Paradójicamente, la tasa de reemplazo es menor cuanto mejor le haya ido al afiliado en su vida laboral, esto es, cuanto más rápido haya crecido su sueldo a lo largo del tiempo.

Un afiliado que haya trabajado y aportado a su fondo ininterrumpidamente desde los 18 hasta los 65 años de edad y que haya ganado siempre el mismo sueldo, lo cual es improbable, tendrá una tasa de reemplazo de más de 300%, es decir, recibirá una pensión que es más del triple de lo que ganaba al momento de jubilarse. Si, en cambio, su sueldo hubiera crecido 2% al año, su tasa de reemplazo bajaría a 180%, aun cuando su sueldo se habría más que duplicado desde que empezó a trabajar hasta que se jubiló. Si sus ingresos hubieran crecido a razón de 5% al año, su sueldo inicial se habría decuplicado con los años, pero su tasa de reemplazo sería de solamente 70%.

La raíz de la paradoja es que el último sueldo es el punto más alto de una curva ascendente, mientras que el monto de la pensión responde al sueldo promedio que se ha recibido durante toda la vida laboral. Cuanto más rápido crecen los ingresos, más se aleja la cima del promedio; y la tasa de reemplazo, en consecuencia, tiende a disminuir. Los años de rápido crecimiento económico, que han hecho subir rápidamente también las remuneraciones, podrían haber generado una sensación de que las pensiones no están a la altura de lo que los afiliados ganaban.

Por supuesto que ésa no es la única causa de que la tasa de reemplazo sea baja. Tan o más importantes son las interrupciones en la actividad laboral y, por lo tanto, en los aportes.

Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 15 de julio de 2016.