Argentina: Pánico bancario
Por Lorenzo Bernaldo de Quirós
La retirada del Crédit Agricole de Argentina, la séptima entidad financiera del país constituye una muestra palpable de la insostenible situación del sistema bancario argentino y el toque de salida para que otros bancos extranjeros salgan del país. Cel Crédit ha abandonado a su suerte a 200.000 clientes directos, a cerca de 9.000 empleados y 3.000 millones de dólares en activos. Su concentración en las provincias de Santa Fe y Córdoba constituye una experiencia de laboratorio de la senda por la cual puede evolucionar la coyuntura socio-económica argentina en las próximas semanas. En este marco, la asunción temporal de su gestión por el banco Nación, de propiedad pública, es improbable que evite su quiebra. En este contexto, de la evolución de la crisis desatada por la fuga del Crédit Agricole depende en buena medida el futuro del gobernador de la provincia de Santa Fe, favorito en los sondeos para las presidenciales y esperanza moderada de la política argentina frente a la amenaza populista.
La secuencia de episodios recesión-crisis cambiaria-crisis bancaria ofrece todos los elemento a través de los cuales un acusado debilitamiento de la actividad económica se transforma en una Gran Depresión como sucedió en los EE.UU. de los años treinta. Todo indica que esta será la meta final a la que se dirige a velocidad de vértigo la República Austral. El desplome del sistema de pagos argentino es el resultado de una pérdida de confianza en la solidez de los bancos provocada por la recesión, por el deterioro de sus activos provocado por la pesificación y por la interrupción del crédito causada por el binomio corralito-corralón. Este conjunto de elementos junto a la inexistencia de una política económica destinada a corregir los problemas de fondo de la economía va a desencadenar un escenario de pánico bancario cuyas consecuencias sociales, políticas y económicas son estremecedoras.
A estas alturas, la crisis bancaria argentina se enfrenta a dos alternativas diabólicas en el corto plazo: primera, una masiva inyección de liquidez por parte del banco central con posibles efectos hiperinflacionarios; segunda, la desaparición del sistema de pagos. Esta última opción es una posibilidad real ya que toda la banca de nacionalidad argentina está quebrada y es muy improbable que la extranjera decida recapitalizar sus filiales en un entorno como el actual. Otra posibilidad, una acción coordinada de los bancos para socorrer y/o liquidar a los que son inviables resulta imposible dada la fragilidad de las entidades bancarias argentinas. En este marco, el gobierno Duhalde podría verse obligado, quizá ese sea su deseo, a renacionalizar de hecho el sistema bancario. Sus ayudas a los bancos nacionales son una muestra bastante sólida del realismo de esa hipótesis. De hecho, este fue el camino elegido por Chile en los ochenta si bien se vio acompañado de un enérgico plan de estabilización.
¿Qué sucede cuando colapsa el sistema de pagos? La respuesta es clara: la recesión se transforma en una profunda depresión porque el dinero y el crédito desaparecen del circuito económico, lo que agudiza las fuerzas recesivas. Ello sin contar las consecuencias sociales derivadas de la volatilización de una buena parte de los ahorros y del efectivo de las familias argentinas. La clase media comienza a ver el fantasma de la proletarización con dos siniestras expresiones, la hiperinflación y la desaparición de sus activos financieros. La underclass carece de esperanza y el gobierno juega todavía al Don Tancredo en un sublime ejercicio de demagogia e irresponsabilidad. Por eso, lo peor para la Argentina todavía no ha llegado.