1968 en México

Macario Schettino recuerda que hoy se cumplen 50 años desde la masacre de Tlatelolco y explica la transformación que se dio en México a partir de 1968.

Por Macario Schettino

Hoy se conmemoran cincuenta años de la Noche de Tlatelolco. En preparación para comentar ese evento, me parece que puede ser relevante recordar lo que significó ese año, 1968, a nivel global. Como nos ocurre con frecuencia, pensamos que sólo nosotros existimos, nos encanta mirarnos el ombligo y olvidamos que buena parte de nuestra historia está marcada por lo que ocurría en el resto del mundo. Así fue hace 50 años.

Aunque en México tenemos una perspectiva distinta, 1968 fue el año de la derrota global de la izquierda. Prácticamente en ese año termina el proceso de descolonización (las guerras de liberación nacional), desaparece el apoyo público a las propuestas socialistas y se abre un periodo de marginalidad política reflejada en una inútil guerra de guerrillas. En 1968 se independizan tres naciones más en África, para sumar 47, quedando sólo algunas posesiones españolas y portuguesas en el continente, y algunas islas francesas. En Asia, el proceso de independencia sufrió más los efectos de la Guerra Fría, y en 1968 se vivió la ofensiva Tet en Vietnam, prolongando la guerra varios años más.

En Occidente, 1968 representó el fin de la “Nueva Izquierda”. En Francia, el movimiento estudiantil de mayo terminó siendo rechazado no sólo por un gobierno conservador, sino por el sindicalismo. En Alemania, fueron detenidos por primera vez Andreas Baader y Ulrike Meinhof, que en los setenta construirían el Ejército Rojo e intentarían una guerrilla urbana en ese país. En Italia, las Brigadas Rojas siguieron ese mismo camino. En general, en Europa en los años setenta ocurrirá un desplazamiento de los votantes hacia la derecha, tanto por estos movimientos como por las presiones económicas.

En EE.UU., la lucha por los derechos civiles alcanzó su punto máximo. El presidente Lyndon Johnson firmó la Ley de Derechos Civiles pocos días después del asesinato de Martin Luther King, quien había sido determinante en el proceso de dicha ley (abril). Dos meses después, Robert Kennedy, defensor de esas mismas propuestas, que se perfilaba para alcanzar la nominación demócrata, es también asesinado. 

La Nueva Izquierda, representada en EE.UU. por los Estudiantes por una Sociedad Democrática, impulsó conflictos en diversas universidades, pero el momento cumbre fue la lucha callejera en Chicago alrededor de la Convención Demócrata (agosto) que debía designar al contrincante de Richard Nixon. La batalla campal desprestigió al movimiento de forma permanente. Justo en esos mismos días, el proceso de liberalización que había iniciado Dubcek en Checoslovaquia es aplastado por la Unión Soviética, debilitando seriamente los discursos izquierdistas en otros países.

Insisto en la importancia del contexto. En el transcurso de 1968, diversos movimientos estudiantiles, asociados al movimiento conocido como Nueva Izquierda, se habían transformado en serios problemas, tanto en Francia como en EE.UU. En el primer país, el gobierno estuvo a nada de desaparecer; en el segundo, Johnson renunció a reelegirse y fueron asesinados los dos políticos liberales más prominentes. En Alemania, el movimiento se transformó en guerrilla urbana desde 1968. Checoslovaquia fue invadida. 

En la década siguiente, la izquierda perdió paulatinamente las elecciones en todos los países occidentales. Terminó la aplicación de las políticas económicas de posguerra e inició el ajuste. En mi opinión, eso que llaman “neoliberalismo” inicia justo después de 1968: ese año modifica la perspectiva de la población, que ya no considera mala idea votar por los partidos de derecha. Máxime cuando ellos prometían reducir la inflación. La menor presencia de la izquierda moderada en las elecciones, y el desprecio público por el extremismo, alimentan las guerrillas urbanas en todo el mundo y, muy pronto, el terrorismo. Todo eso significa 1968.

Como dije anteriormente, hoy se cumplen 50 años de la masacre de Tlatelolco. De lo ocurrido en el movimiento, y en ese 2 de octubre, no comento nada. Es preferible leer Los días y los años, de Luis González de Alba, testigo y protagonista. El libro de referencia en ese tema.

Ya comentamos con usted el contexto internacional en que ocurrió el movimiento estudiantil en México. Espero que eso le ayude a entender (no a aprobar) la perspectiva que tenía el gobierno mexicano. En países mucho más sólidos, meses antes, los gobiernos habían estado a punto de caer, los políticos más importantes habían sido asesinados. A nivel global, era evidente la coordinación de varios de estos movimientos alrededor de algo llamado Nueva Izquierda, que combinaba diversas corrientes ideológicas que intentaban modernizar el marxismo y adaptarlo a una sociedad que empezaba a ser postindustrial. 

Hasta el inicio de esa década, el régimen de la Revolución no había sido esencialmente represor (después de la Cristiada, se entiende). La ideología del Nacionalismo Revolucionario le daba una gran flexibilidad para cooptar adversarios. Incluso la disidencia interna del régimen tenía espacios. Desde 1938, ya no hubo intentos claros de rebelión. Pero en la década de los sesenta se hizo más difícil abarcar todo. Para evitar un sindicalismo independiente, se reprimió la huelga de ferrocarrileros y se encarceló a los dirigentes. Algo parecido ocurrió con los maestros. Fue asesinado Rubén Jaramillo, líder campesino morelense. 

El régimen no tenía herramientas para entender lo que pasaba en 1968, y menos en el contexto internacional que ya comentamos. De un simple enfrentamiento callejero, el movimiento creció en dos meses hasta convertirse en algo que para Díaz Ordaz no podía entenderse sin una intervención extranjera, posiblemente buscando lograr en México lo que no habían podido alcanzar en Alemania, Francia o EE.UU.. Esa ceguera le abrió el espacio al ambicioso secretario de Gobernación, Luis Echeverría, que sabía que en ese movimiento se jugaba la sucesión presidencial. 

Así como en los otros países las imágenes de los enfrentamientos minaron la legitimidad de la izquierda, en México lo hicieron con el régimen mismo. Los militares persiguiendo, golpeando, deteniendo a los jóvenes. La plaza ensangrentada, con restos de ropa, con tanquetas ocupando prácticamente el centro de la capital, se convirtieron en una muestra clara de que el régimen no gobernaba para los mexicanos, sino para ellos mismos. Cualquier resto que quedara de la legitimidad revolucionaria terminó hace 50 años. Desde entonces, lo que queda es cinismo. 

Mientras que en el resto del mundo 1968 significa un viraje a la derecha, y una nueva forma de manejar las economías, en México ocurrió exactamente lo contrario. La presidencia que Echeverría ganó con la masacre, y fortaleció el 10 de junio de 1971, es su instrumento para mover a México hacia la izquierda populista. En su gobierno se abrieron universidades, se amplió la nómina pública, se gastó dinero que no se tenía, y se financió la locura con deuda externa, que no pudo pagarse hacia el final del sexenio. Su sucesor continuó parte de ese camino, pero aderezado de sueños de grandeza basados en una potencial riqueza petrolera. Esos doce trágicos años terminaron en la peor crisis económica del país, y la quiebra del régimen de la Revolución. Hubo que dedicar una década a recuperarnos, e intentar la modernización del país por tercera ocasión. Como usted sabe, esa etapa ya también ha terminado.

El movimiento estudiantil de 1968 fue mitificado por varios participantes. Frecuentemente se considera el inicio de la lucha por la democracia. No estoy seguro de ello. Pero sí creo que, desde entonces, el cinismo se apoderó de nosotros: desapareció la legitimidad, y nos acostumbramos a la fatalidad de un sexenio tras otro.

Este artículo fue publicado en dos partes en El Financiero (México) el 1 y 2 de octubre de 2018.