Reagan ha muerto. ¡Viva Reagan!
Por Lorenzo Bernaldo de Quirós
En enero de 1981, Ronald Reagan terminaba su discurso de toma de posesión como presidente de EE.UU. con las siguientes palabras: Antes se sostenía que el Estado era la solución; hoy sabemos que el Estado es el problema. Su elección fue el comienzo de una nueva etapa en la historia política de Norteamérica y del mundo. En el frente interno supuso una ruptura con el consenso socialdemócrata que con presidentes demócratas y republicanos había dominado la escena desde el New Deal; en el exterior, el comienzo del fin del Imperio Soviético y la extensión de los ideales del capitalismo democrático por todos los rincones del planeta. Desde ambas perspectivas, su presidencia es junto a la de Roosvelt la más importante del Siglo XX. Después de R.R. nada fue igual. Pero esa presidencial divisoria como se la saludó desde el Wall Street Journal trascendía a su propia figura. Era la culminación de una revolución cultural, económica y ética que se había iniciado antes de su acceso a la Casa Blanca y que en buena medida continuó tras él.
Reagan fue el restaurador del sueño americano que se había convertido en una verdadera pesadilla después de la derrota interior del Vietnam, de la crisis moral y nacional que supuso el caso Watergate y de los años de impotencia y debilidad de la Administración Carter. El mensaje reaganiano no sólo rechazaba la etapa anterior, que simbolizaba la decadencia, sino también una restauración de los ideales que fundaron e hicieron grande a América. A su amparo resurgió el espíritu pionero de un país entendido como el resultado de la libre aventura individual, del triunfo sin más ayuda que el esfuerzo y la imaginación creadora. El Gran Comunicador fortaleció los lazos del liderazgo y de la filosofía política nacionales con la América profunda que cree en Dios, en los valores morales, en la familia, en la libre empresa y en el compromiso de la gran república con los ideales de la libertad y de la democracia como un sistema de convivencia de valor universal.
Reagan realizó una síntesis magistral entre la tradición y la modernidad y esa fue en buena medida la consecuencia del profundo cambio intelectual que se produjo en los EE.UU. Desde finales de los años cincuenta de la pasada centuria, se libró una verdadera batalla ideológica en el escenario cultural americano con un resultado: la derrota de la hegemonía de la intelligentsia progre que había legitimado, inspirado y predicado la extensión del Estado en la sociedad norteamericana y la resignación ante la expansión soviética. Fundaciones como el Cato Institute, la Hoover, la Heritage, el American Entreprise Institute, revistas como Public Interest o Commentary fueron los laboratorios de creación y difusión de ideas que permitieron modernizar el discurso de la derecha norteamericana y suministraron a R.R. el arsenal teórico y práctico para sus dos mandatos presidenciales.
Cuando Reagan llegó al poder, la URSS alcanzaba su punto de máxima influencia mundial. Ahora casi nadie se acuerda, pero los soviéticos controlaban a finales de los setenta la mitad de Europa, casi toda África, Afganistán, Vietnam, Camboya, Laos, Nicaragua o Cuba y la mayoría de los países del Medio Oriente estaban ligados a la Unión Soviética por pactos de asistencia mutua. En aquel momento, la expansión del comunismo parecía imparable pero Reagan lo consiguió. Sustituyó la estrategia de distensión, que fue aprovechada por los rusos para extender su esfera de acción, por una de confrontación ideológica y económica con el Imperio del Mal convencido de la superioridad moral y material del mundo libre. Su carrera armamentista, incluida la Guerra de las Galaxias o el despliegue de los misiles Pershing y Cruise en Europa, dejó exhausta a la Unión Soviética. La caída del Muro de Berlín en 1989 es una consecuencia directa de la presidencia de Reagan.
La reaganomics constituyó una vuelta a los principios del liberalismo económico clásico. Cuatro fueron sus aportaciones básicas en ese terreno: la drástica reducción de la inflación, la introducción de políticas económicas de oferta, la liberalización de actividades productivas básicas, la reducción de los impuestos y su apuesta decidida por el libre cambio. La aplicación de ese conjunto de principios provocó el ciclo expansivo más largo protagonizado por la economía norteamericana desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta el iniciado en los noventa del siglo XX que es, en buena medida, herencia de las reformas estructurales introducidas por RR. Las ideas centrales de la reaganomics, esto es, la creencia en la estabilidad macroeconómica, en la libertad de mercado y en la apertura exterior han marcado desde entonces la agenda de la política económica mundial.
Con Reagan desaparece una de las figuras más importantes e influyentes de la pasada centuria. Sus ideas, sus políticas y su liderazgo ayudaron a cambiar el mundo hacia mejor. Su optimismo y su fe en la libertad política y económica como los medios más eficaces para hacer un mundo más próspero y más libre son su mejor legado. Dios salve a RR.